martes, septiembre 15, 2009

Sin libros no hay paraíso

Que levante la mano quien no haya buscado, aunque sólo sea una vez, la felicidad. Una parcelita, siquiera. Ese cachito del paraíso que, se supone –o eso queremos creer–, nos pertenece sólo por haber nacido. Porque, si no, qué sentido tendría pasar los días.

A medida que lo buscas, pudiera parecer que el paraíso cambia de ubicación. Que unas veces está en el amor que te da el de al lado; otras, en la comprensión de una madre; o en un trabajo que te realice –y te aporte una cuantiosa nómina a final de mes–; o en unas vacaciones junto al mar; o en la sonrisa de un hijo. O en una tarde con una amiga. O en una siesta a la sombra de un pino. Yo qué sé.

Pero no. En el fondo, la brújula que nos guía a la hora de buscar el paraíso no tiene otro norte que nosotros mismos. Y eso es lo que transmite el último libro de Jordi Nadal, El paraíso interior (Plataforma Editorial).

De sus páginas subrayaría todo. Señalaría cada esquina. Me aprendería cada línea. O casi. Pero como no tengo vocación de amanuense, dejo, a modo de muestra, unos cuantos botoncitos:

"Hemos de merecer el respeto de los que nos ven cada día" (y esto nos viene que ni pintado a los profesionales de la televisión, por cierto).

"Tenemos un montón de posibilidades, pero es preciso vivir sin angustiarse: necesariamente quedan más cosas fuera que dentro".

"De nosotros no depende el viento, pero sí cómo utilizamos las velas. De nosotros no dependen las cartas que nos da la vida, pero sí cómo las jugamos. De nosotros no dependen algunas cosas que nos llegan, pero sí –siempre– cómo reaccionamos. Nuestro talento es saber qué hacemos con el viento que nos ha sido dado".

Y todo esto, con el valor de los libros como leit motiv de buena parte del discurso de Jordi. Porque los libros enseñan a vivir. Enseñan a sentir. Enseñan a madurar. Enseñan, incluso, a querer. Porque, como dice Nadal, "son tesoros". Y los tesoros hay que compartirlos. No se pueden quedar en uno mismo. Tienen que hacerse grandes.

Por eso Jordi no sólo es escritor, sino también editor. Porque cada libro tiene dentro un tesoro. Y sacarlo a la luz del día, reluciente, brillante, es un ejercicio de responsabilidad. Y de humanidad. Es acercarse –y acercarnos– al paraíso.

viernes, septiembre 04, 2009

Citas ajenas

Tengo abandonado el buen hábito de la lectura. Leo a sobresaltos, a golpe de titular, a compás de ratón, a ritmo de click, pero paso pocas páginas. Y así me va.

Hoy, que el calendario me recuerda que hay que pasar página con más determinación que nunca, vuelvo sobre las letras para recrearme en algunas de las citas que quiero conservar de mi última lectura, Cuentos de amor (VV. AA., Ed. Páginas de espuma, Madrid, 2008):

No llegamos nunca a presenciar el desenlace, pero no se trataba de eso, lo importante era que se inflamaba de pronto lo inesperado sobre el vapor de lo cotidiano, y todo lo que de ordinario era oscuro quedaba iluminado, porque lo más grave de la monotonía es que produce la ceguedad que, aunque estemos en la misma luz, no vemos, y no creo exagerado decir que sólo a la luz de esos intermitentes chispazos se puede comprender el mundo. ("Eros bifronte", Rosa Chacel).

Se ha acabado. El amor se acaba. Y acaba así, quietamente.
("Felicidad", Mercé Rodoreda).


Esta es la historia de un encuentro. Un encuentro necesario en el momento justo. Sugiere que la vida se las arregla para sorprender a los mortales con regalos inesperados.

Se piensa entonces que no es casualidad, sino el reflejo de la inteligente armonía del universo. Los enamorados lo han sabido siempre, al margen de la moda filosófica de su época. ("¿Te gusta Brahms?", Linda Berrón).

Los sucesos pueden leerse de tantos modos como la gente quiera porque la realidad es complaciente con el fantasioso intelecto de los mortales. ("¿Te gusta Brahms?", Linda Berrón).

Cancelada quedó la época en que fingía deseo para obtener amor, mientras él fingía amor para obtener sexo. Un espantoso malentenido. Por eso el fracaso llegó pronto, inevitable. ("¿Te gusta Brahms?", Linda Berrón).

P. D.: Menchu, Verónica, GRACIAS. Por el libro y, sobre todo, por vuestra amistad. Os echo de menos.

miércoles, septiembre 02, 2009

Versos robados


El peso liviano de la brisa
que se llevó el festín de despedida
de mi azulete clásico...

J. P. R.

martes, septiembre 01, 2009

Cuestión de peso

–¿Cuánto pesa una oreja?
–Es cartílago, ¿no?
–Y el cartílago, ¿pesa más o menos que la grasa?
–Más, creo.
–¿Y más que el músculo?
–Uf, no, más que el músculo no.
–¿Y dos orejas?
–Dos orejas pesan una puerta grande.
–¿Y todas las puertas grandes miden igual?
–No, unas son más grandes que otras.
–¿Por ejemplo?
–Por ejemplo, la que cruzó Perera en Colmenar.
–Ah. ¿Y la de Castella?
–La de Castella, ¿qué?
–Que también cruzó la puerta grande de Colmenar.
–Ya.
–Que si es igual que la de Perera.
–Pues depende.
–Depende de qué.
–De lo rápido que ande el presidente al sacar el pañuelo.
–Ah. ¿Y cuándo lo sacó más rápido?
–Con Castella.
–¿Y eso?
–La gente gritaba más.
–¿Más?
–Sí, es lo que tiene la testiculina.
–¿Y la clase? ¿Qué tiene la clase?
–Pues la clase... la clase, hijo, está ahí, pero no la ve todo el mundo. Y claro, luego parece que vale igual que lo demás.
–Pero no, ¿no?
–No, hijo, no. La clase es otra cosa.

P.D.: Más información en Burladero y Mundotoro. Sixto está conmigo. Josemi, menos. La crónica de El Mundo me cuesta encontrarla. No sé qué han hecho con la "Edición Impresa" en su web. Pero la encuentro. Y Lucas también opina como yo. Pero juro que lo del peso lo puse antes de leerle. Qué palabra va a emplear alguien que vive subida a la báscula.

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