lunes, julio 28, 2008

Reconversión

Todo lo bueno acaba pronto. En ocasiones, antes incluso de empezar. Llegas, respiras, te crees que se ensanchan los pulmones y, cuando el aire fresco empieza a inundarte la tráquea, dobla la esquina el reloj y parte en dos el segundero etéreo de la utopía.

He de reconocer que no me apetecía demasiado pasar en el norte uno de mis pocos días de asueto. Soy más meridional. Siempre lo he sido. Tengo sangre caliente y no me da el alma para saudades. Pero a veces es bueno abrir la mente a nuevas experiencias, siempre y cuando el corazón permanezca cerrado, que luego pasa lo que pasa. Aunque uno sea radical, puede ser una tarea reconfortante eso de dejar de resistirse a la reconversión. Y por eso cedí a los deseos maternos, me apunté un tanto en la tarjeta vacía de puntos de "buena hija" y... voilá, enfilé con mi mare rumbo a Galicia.

Aquí planto un testimonio gráfico de algunos de los momentos vividos. Quizá los próximos días escriba algo en función de una imagen. De una sombra. De una gota de lluvia. De una sonrisa.

Quizá.

viernes, julio 25, 2008

Mi verdadera historia. La metáfora de la miel

[...] No hay cosa que más me moleste que escuchar “El teléfono al que llama no se encuentra disponible en este momento”. Sobre todo cuando son las tres de la mañana y él había prometido llamarme y no lo ha hecho. Y entonces voy yo, como una imbécil, y le llamo. Y sale la dichosa vocecita: “El teléfono al que llama no se encuentra disponible en este momento”. ¡Que ya me he dado cuenta, pedorra!

Mañana se va a enterar. Le voy a freír a llamadas perdidas. Hasta que se le gaste la batería del móvil. Y que cuando le llame la petarda de su ex novia “no se encuentre disponible”. Y que rabie, ea.

Aunque en realidad creo que su ex novia no le llama. Creo que directamente va a su casa y se acuestan. Claro, ahora lo entiendo todo. Como conmigo no se ha acostado, no hay teléfono que valga... Si es que, tal como está hoy la vida, con un buen polvo todo se arregla...

Ayer me hizo lo mismo. Y antes de ayer. Y antes de antes de ayer. Gemma dice que no le llame ni le envíe mensajes. Que me tengo que dar a valer. Que un amigo de su amigo le ha dicho que a los chicos les gustan las chicas que son malas. Más que malas, malotas. Las que pasan millas, vamos.

Pero yo no puedo. Y mira que me lo propongo, pero no puedo. Siempre termino picando, y siempre contesta ella. “El teléfono al que llama no se encuentra disponible en este momento”. Si al menos saliese mi Bisbal cantando el Ave María...

Claro que lo que más me enciende es que al principio era él el que llamaba y yo la que pasaba. Y digo yo: ¿en qué momento cambiaron las tornas? ¿Cuándo fue que yo me convertí en su juguete?

Ahora que lo pienso, quizá se esté vengando de mí. Porque una vez dormí con él, le puse a cien cientos de veces y no le dejé mojar ni las miguitas. Y luego me largué y, si te he visto, no me acuerdo. Y me figuro que eso debe de doler. En ciertas partes, por lo menos.

Mi primo Eduardo dice que sí. Que a un tío no se le puede poner la miel en los labios para luego dejarle con las ganas. Que no te lo perdonan. Que o vas de estrecha o te abres cual chica fácil, pero que las dos cosas no... ni hablar del peluquín.

Lo que pasa es que la metáfora de la miel la entiendo yo a mi manera. Y yo digo que no se hizo la miel para la boca del asno, sobre todo si el asno en cuestión es viejo, gordo y calvo. Si es asno, viejo, gordo y calvo, la miel se queda en casa. Y como en El Corte Inglés, se ve pero no se toca. O se toca, pero sólo hasta donde yo diga.

Mi primo Eduardo dice que no. Y Gemma dice que tampoco. Claro que la teoría de Gemma es más contundente. Porque ella, que es psicóloga y, sobre todo, mujer de mundo, dice que yo, más que estrecha, fui gilipollas. Que no todos los días se encuentra una con un sexólogo a la vuelta de la esquina... digo de la cama. Y que con las experiencias tan decepcionantes que yo había tenido, pues que no estaría de más haber disfrutado en condiciones con un experto en la materia, ¿no?
Y yo le digo que sí, que en ese sentido tiene razón. Y entonces le llamo, pero él ha desconectado el teléfono para darle al vicio con la otra. Seguro.

El otro día va y me dice que le gusta la ropa interior negra. Y, aunque yo la detesto, me compro, rauda y dispuesta, un conjunto de sujetador y braguita –que no está mi celulitis como para lucirla en tanga-, un camisón de raso largo con la espalda al aire y una bata también de raso a juego. Todo negro. Y me lo pruebo en casa y me siento Cindy Crawford.

Y entonces le mando un correo y le propongo pasar un fin de semana entre sauna, jacuzzi y raso, mucho raso negro, en un balneario de Andorra. Esto fue hace diez días y aún estoy esperando que me conteste.

Así que ya lo he decidido. Que le jodan –con perdón-. Y que no le guste. Aunque hasta en eso tengo las de perder, porque, como es sexólogo, siempre le encontrará las vueltas al asunto para agenciarse un pellizquito de placer. Si es que, como decía mi madre, unos nacen con estrella y otros nacemos estrellaos.


Continuará...

Nota: Este fragmento fue publicado a finales del año pasado, como relato suelto... Pido disculpas a quienes ya lo leyeron y piensan que me repito más que el ajo, pero no puedo saltármelo si quiero seguir rescatando esta historieta que llevaba seis años durmiendo...

¡¡Puenteeeeeeee!!

Me voy de puente. Sí señora. Como es habitual en mí, llevo casi tanta ropa como si fuera a pasar una semana fuera de casa y sucediera una catástrofe que me obligase a quedarme en el lugar de descanso una buena temporada, pero... da igual. Si me paseo yo, ¿por qué no pasear también mi ropa?

¿Que dónde voy? Ahhhhhhhh... A la vuelta lo cuento, con fotos y todo.

Solo adelantaré que tomaré marisquito y albariño a la salud de todos mis fieles... (y no preguntéis por qué renuncio al sur... son cosas de familia).

Eso sí: antes os dejo otra entradita de Mi verdadera historia (que de verdadera no tiene de ).

martes, julio 22, 2008

Un día en Irlanda (by Hugh Jim)

No, mi hermano no es periodista. Aunque se le daría bien. Escribe desde pequeño y tiene chispa. Y es inteligente. Diría -aunque sé que parece pasión de hermana- que destaca en todo lo que se propone. O al menos así ha sido hasta ahora.

Este es uno de los mails que me envía desde Irlanda. Puede que bajo el prisma de las pupilas extrañas a la familia -o sea, que no pertenezcan a ninguna de las dos mujeres que andamos loquitas por sus huesos- estas letras no tengan gracia pero, qué quieren que les diga, yo creo que sí.

Domingo

5.37. Suena el despertador y por tanto me despierto, que no me levanto, acto que haré tres minutos después. A continuación una duchita (con meo previo, el primero del día), desayuno y a preparar los sandwiches para comer en Galway. Como siempre, pan de molde St.Bernard, con sucedáneo de mantequilla St.Bernard, queso St.Bernard y jamón york St.Bernard. Todo a la mochila, y directos a la Bus Station, no sin antes pasar por el baño (y van dos).

7.20. Nos subimos al bus (les Clements, Diego y yo). Soy el único al que no le piden el carnet de estudiante, lo cual puede ser por: a) parezco un niño pese a la barba de tres semanas o b) parezco un irlandés por el blanco leche de mi cara. El bus sale al momento, y vamos bastante cómodos, ya que apenas va gente. Cabe destacar que hice intención de ir al baño en la estación, pero me querían cobrar un pavo por hacer uso del mismo (mis cojones).

9.10. Llegamos a Limerick (menos de mitad del camino). De momento hemos parado en todos los puebluchos posibles, y la autovía no tiene más que rotondas. Encima el buen hombre del conductor nos trae con el aire frío a tope. Su puta madre. Me bajo del bus (ya que hace una parada de diez minutos según el horario) para, cómo no, ir al baño (vamos por la tercera). Gracias a Dios, no hay torno que reclame el pago. A mi vuelta al autobús, está lleno y tres cuartas partes del mismo hablan español. Como el frío continúa, me pongo mi manta rosa por encima, ya que, como no sabíamos lo que nos íbamos a encontrar en el albergue, nos las hemos traído. A falta de sacos, buenas son mantas.

11.35. Ya estamos en Galway tras inumerables paradas, cómo no, en pueblos de dos, tres y cuatro habitantes. Y para no perder el ritmo, directo al baño (mírala cara a cara, que es la cuarta). Tampoco me cobran, nuevamente doy gracias a Dios (a este paso me aprendo el Our Father). Llamamos a la Rubi, y nos dice que van con retraso, pero que en cinco minutos están aquí y que traen a una italiana ("traen" porque viene con una amiga de la uni que también está de au pair en Dublín, Bea). Lo de los cinco minutos no lo termino de entender. Cinco minutos me faltan para llegar a casa cuando voy por el Planetocio. ¿¿Pero para llegar a Galway?? Es un poco arriesgado aventurarse a decir cifras.

11.50. Aparecen las tres mujeres y nos vamos a dar una vuelta por la ciudad, que intentaré resumir en pocas palabras: bonita y colorida, con mimos, magos, músicos y artistas varios por las calles (es el festival de las artes durante estos días). Tras un paseo y comprar unas cervecillas (St.Bernard, of course), nos ponemos a comer nuestros sandwiches 100% St.Bernard (tanto los de Diego y míos, como los de les Clements).

15.30 (aprox.). Me vuelvo a mear. Mientras el resto sigue con su paseo, yo me vuelvo a la estacion de bus, único lugar seguro en el que puedo encontrar un baño público gratis. No me decido a mear en la calle, ya que, pese a no ver ninguna señal que lo prohiba, sí he visto las de 150€ por chicle y 1.900€ (y no pongo ceros de más) por no recoger la cacota de los chuchos (como lo vea el Churri [así se conoce coloquialmente al alcalde de C. Villalba], inagura el subterráneo a los tres días). Tras mear por quinta vez en lo que va de tarde y secarme las manos, os llamo. No os recuerdo lo que hablamos, porque, pese a que estáis mayores, espero que aún lo recordéis (yo posiblemente no). Tras colgar y salir del centro comercial en el que me había metido no sé muy bien por qué, vuelvo con la parte masculina del grupo (la parte femenina estaba durmiendo en un césped) y nos vamos a dar una vuelta. A lo lejos divisamos una playa (la primera que vemos en desde que estamos aquí), lo cual hace que nos acerquemos a hacer unas fotillos. Allí encuentro a Piedra, mi piedra de Galway. Volvemos con las mujeres y regresamos al bus.

18.10. Tras unos segundos de incertidumbre, en los que pensamos que habíamos perdido el último bus hacia Oughterard (nuestro próximo destino), encontramos el bus y nos subimos en él. La italiana, por su parte, se vuelve a Dublín, ya que no había sitio en nuestro albergue. Antes de todo esto, sexta de la tarde.

18.45. Se cae Piedra por debajo de los asientos y en un momento de angustia y preocupación se produce la siguiente conversación:
Yo: "¿Dónde esta la piedra?".
Irene: "¿Qué piedra?".
Yo: "La piedra".
Irene: ¿Pero qué piedra?.
Yo: "La piedra".

18.46. Encuentro a Piedra.

18.47. Llegamos a Oughterard (nombre impronunciable, por cierto). Preguntamos por el albergue y una buena señora nos da un mapa, que como siempre no viene a escala. Nos explica cómo llegar y nos dice que está a diez minutos.

19.15. Tras diez minutos bastante largos llegamos al albergue. Very beautiful (ya lo puede ser tras los veinte euros por cabeza). En la recepción encontramos una nota: "Vuelvo en veinte minutos, Mike". ¿Pero desde cuándo se cuentan veinte minutos? Ahh... Al rato aparece el susodicho Mike y nos da la llave de la habitación (tenemos una para seis). La habitación, también muy beautiful. Repartimos las camas y nos disponemos a volver al pueblo de impronunciable nombre a por la cena y el desayuno (amén de unas birras). Y como es tradición, pueblo nuevo, meada nueva.

21.00. Estamos de vuelta en el albergue. Los españoles (Diego, Irene, Bea y yo) hemos comprado unas pizzas y una ensalada para cenar, y leche y galletas para desayunar al día siguiente. Diego y yo pasamos por la ducha (primero uno y luego el otro, como podréis imaginar) y nos bajamos a cenar. En la cocina comedor nos espera el chucho del albergue, que, en su casi lecho de muerte, fue bautizado por el que escribe como O'Brien (antes probé con O'Sullivan y O'Doherty, pero sólo reaccionó con O'Brien). Bea le tiene miedo a O'Brien (y al resto de perros en general). Durante la cena se siente amenazada por el viejo O'Brien, el cual apenas puede andar y cuya mirada no era muy amenazante precisamente. Una vez que terminamos la cena, friego los platos y cubiertos, ya que me siento obligado por mi madre tras su frase lapidatoria: "Por lo menos fregarás".

23.50. Un cartel avisa de que a las 00:00 cierran la cocina y el comedor, por lo que subimos a la habitación. Vuelvo a mear por octava vez en lo que va de día, y puedo jurar que no bebí demasiado. Los chicos decidimos irnos a dar una vuelta por la oscuridad. Cuando nos cansamos de andar y tras mear, por novena y última vez, volvemos al albergue.

0.30 (aprox.). Nos tiramos a dormir.

0.35. Clement moreno empieza a roncar. La habitación truena. Pienso en ponerme el mp3, pero cinco minutos antes se lo había dejado a Irene. Temo lo peor. Pero se calla y conseguimos conciliar el sueño.

5.00 (aprox.). Me despierto. Posteriormente, Diego me dirá que sonó una alarma, por lo que me cago en la madre de los franceses que querían ver el amanecer.

5.02. Me vuelvo a dormir.

Y hasta aquí lo que aconteció en las primeras veinticuatro horas, puesto que me muero de sueño, y, pese a que por las noches mi vena creativa está hinchada como si de un heroinómano se tratara, necesito dormir.

lunes, julio 21, 2008

Mi verdadera historia. Un Chihuahua en adopción

[...]

Pablo se ha ido a pasar unos días con sus padres a la playa y, como a Paco le da alergia la arena, se ha quedado de “rodríguez”. Y para no echar de menos a su chico, sale conmigo todos los días. Y la gente nos mira y se le escapa un ademán de “qué buena pareja hacen”. Ay, si ellos supieran...

Hoy me ha dicho que quiere ver una película de risa. Que le da igual quién actúe, pero que quiere reírse. Y yo he aceptado, porque he llegado tarde del trabajo y estoy segura de que me dormiré antes de llegar a la tercera escena.

Por cierto, no sé qué ponerme. Ayer estallé mis pantalones preferidos, los que me hacían culito de animadora, y no tengo otros limpios. Y de falda, ni hablar, que tengo las piernas con más pelos que el gorila de Melody –la comparación es de mi hermano, sí, el Chihuahua, la mente pensante de la familia... como decía aquel anuncio, “yo no puedo estar sin él”-.

Mi hermano no quiere venir. Ha venido a pasar unos días a mi casa –lo de “casa” es completamente eufemístico, pues en realidad parece el apartamentucho de Julia Roberts en Pretty Woman- porque dice que no aguanta más a mi padre. Que le va a dar algo y que se va de casa. Que va a echar una solicitud en el McDonald’s y que va a dejar de estudiar. Y que si no, siempre podrá hacerse gigoló. Yo le he dicho que casi es mejor lo segundo. Total, sé que esto es un pronto y que no tardará mucho en volver al redil.

Mi madre, pobre, no piensa lo mismo. El día que se marchó Chihuahua llamó a casa toda desconsolada, ahogada en sollozos indescifrables –porque la española, cuando llora, es que llora de verdad- y, como yo tenía la radio a todo trapo y el móvil desconectado, dejó el mensaje en el contestador rogando a Dios y a todos los santos que su pequeño –que, a todo esto, ya tiene veinte años- hubiera pedido asilo político en este mi humilde hogar. Y yo, como tengo la mala costumbre de no mirar el buzón de voz gratuito, escuché el mensaje cuando Chihuahua ya se había apoderado de mi cuarto de baño y del sofá nuevo del salón. En mi estudio ya sabe que tiene prohibido el paso. Él y todos los demás, que empiezan a tocarme los papeles y luego no hay cristiano que encuentre las facturas cuando toca hacer la declaración de la renta.

Total, que cuando escuché los lloros maternos, le devolví la llamada para decirle que, tal como le había comentado quince días antes, su hijo estaba de vacaciones en mi apartamento. Que no se preocupase... que sí, mamá... que se hace la cama todos los días... sí, come bien... de hecho, se encarga de vaciar la nevera que es un gusto... que no, que no sale hasta tarde... que vuelve muy prontito a casa... ¡si hasta me trae el desayuno!... que sí, que está buscando trabajo, pero que no... que no, que no, que no va a dejar la facultad... que dice que se lo pasa de puta madre y que cuando termine Periodismo va a estudiar Comunicación Audiovisual... sí, mamá, sí... no, mejor no vengas, a ver si va a seguir mi ejemplo y se va a fugar a China con Patricia... ¿que quién es Patricia?... Ah, no, perdón... no, no, nadie... venga, mamá, que tengo que colgar, que llego tarde... ¿que a dónde? Mamá, por Dios, que tengo casi treinta años... adiós, mamá... adiós...

Pues eso, que, después de optar por una falda larga, me voy al cine con mi amigo gay, que dice que se siente como si estuviera premenstrual –y digo yo que qué sabrá él qué coño es eso-, mientras mi hermano duerme la mona, con el Segundamano asomando por entre las sábanas sucias, mientras el móvil pita que te pita en la mesilla con mensajes de la tal Patricia. No se te acabará el saldo, guapa...

Continuará...

lunes, julio 14, 2008

Verano cultureta

A falta de playa -y de piscina, que últimamente el sol se hace de rogar y el termómetro anda más bajo que Torrebruno- buena es la música. Y los libros.

El viernes tocó concierto de Vicente Amigo. Genial. El amigo Vicente y el mío, o sea, Germán, una de las mejores compañías masculinas que podría imaginar, salvando la honrosa excepción de mi querido hermano, del que ya daré buena cuenta en posteriores entregas de este mi atípico verano.

Mañana tocaría presentación de libro con sorpresa musical incluida, pero no estaré en Madrid. En cualquier caso, puesto que la cita es más que recomendable, la apunto por si alguno quiere sumarse a la convocatoria y, de paso, darme con el deleite en los morros a mi vuelta: se presenta el libro Armenios: el genocidio olvidado, (Espasa) de José Antonio Gurriarán, periodista y escritor que ha relatado su reencuentro con los armenios de la diáspora veintiocho años después del atentado que sufrió en la Gran Vía madrileña.

Ojo al dato -y a la cita-, porque no es una presentación al uso: hay concierto de Ara Malikian y Serguei Mesropian, auténticos fenónemos musicales y estandartes indiscutibles del folcklore armenio. Lo dicho, yo no me lo perdería. Y agradecería que alguno de mis fieles me lo contase todo.

domingo, julio 13, 2008

Vida sin


Es la era light. Y no sólo para la Coca Cola, las patatas fritas y hasta la cerveza. A estas alturas de la película, existe toda una vida sin que atrapa a un número creciente de parias sentimentales y hasta sociales.

Es una vida sin complicaciones.

Una vida sin que nadie te dé la noche con los ronquidos ni te destape y se apropie del edredón a las tres de la mañana. Sin "Buenos días" nada más despertar. Sin peleas en el baño por tardanzas repetidas y charcos al lado de la bañera. Sin "Hoy te toca a ti hacer el café".

Una vida sin llamadas a media mañana para ver qué hace falta comprar o cuáles son los papeles que hay que llevar al banco. Sin correos que terminen con un "Nos vemos a la noche".

Una vida sin bolsas que colocar a medias. Sin sofá que compartir mientras te peleas por el mando a distancia. Sin que nadie te dé un toquecito en el hombro y te diga que es hora de ir a la cama, que son las tantas, que te has quedado dormida viendo la infumable película de turno, va, levanta, que te vas a hacer daño en el cuello.

Una vida sin "Buenas noches". Sin que otro apague la luz.

Y luego vuelta a empezar. Así cada día. Sin que nada cambie. Y sin que ni siquiera tú sepas si en verdad lo quieres cambiar.

A cambio, duermes del tirón toda la noche (siempre y cuando no tengas pesadillas o concilies mal el sueño), tapadita y con tu almohada entera para ti. Nadie te ve los malos pelos que gastas cuando saltas de la cama. Puedes disponer del baño a tu antojo y tirarte allí el tiempo que te dé la gana o las prisas lo permitan. Y si se sale el agua de la ducha, no te cabreas porque es evidente que la descuidada has sido tú. Y si no te apetece hacer el café, no lo haces porque no te toca (o te toca siempre, pero da igual porque no tienes que rendirle cuentas a nadie) y esperas a llegar al trabajo para tomarte una guarrería de la máquina, que no te viene del todo mal porque dicen que tiene efecto laxante y tus intestinos y tu voluntad andan descoordinados desde hace tiempo. Nadie te pregunta por la lista de la compra y no tienes que dar indicaciones sobre los papeles ajenos, y si algo sale mal, no hay malas caras del de enfrente, porque el de enfrente sólo eres tú cuando te miras al espejo. Las bolsas las subes tú sola del garaje y te viene de perlas para hacer piernas, y lo colocas todo a tu antojo, y luego siempre encuentras cada cosa que has comprado. El sofá tiene la forma de tu cuerpo y puedes ver lo que quieras sin que nadie te diga "Pues vaya mierda que has puesto". Y nadie tiene que despertarte porque habitualmente te aburres tanto delante de la tele que optas por irte a la cama tú solita y no esperar a que te acune House.




Los Secretos,
Qué solo estás.

sábado, julio 12, 2008

Mi verdadera historia. Ponga un Paco en su vida

[...]

Hubo un tiempo en que me gustó Paco. Bien mirado, eso no tiene nada de particular. A mí me han gustado casi todos los chicos del pueblo, y Paco nos gustaba a todas. Era tan... no sé... nos entendía tanto... y tan bien... En todo momento sabía cómo tratarnos, y cuando íbamos de marcha al mismo pub de todos los días y pasaba la chinita de rigor con las rosas podridas a cuestas, Paco siempre compraba una para regalárnosla a las siete chicas que componíamos el grupito. No, no era un roña. Es que no le llegaba la paga para todas.

Yo todavía tengo una rosa de aquéllas. En realidad, la única que me propuse secar. Es que siempre he sido un poco dejada para cuidar las plantas, he de reconocerlo. Pero, no sé por qué, quise conservar aquella florecilla. Y ahí la ven ahora, en una especie de florerito, de ésos de los veinte duros –bueno, ahora un euro, que la vida ha subido junto con el IPC-, con el rojo pasión convertido en negro... bueno, casi negro, y cada día más pequeñita. Si sigue menguando, un día de estos desaparecerá. Aunque, como tengo el escritorio lleno de papelajos y trastos, puede que no me dé ni cuenta.

Pues eso, que Paco me gustaba. Y durante algún tiempo pensé que yo a él también. Mira si seré ingenua. Tengo un ojo clínico para esto de los amores correspondidos, especialmente si se trata de mí. Hubiera estado gracioso: un gay saliendo con una loca de la carretera disfrazada de caperucita roja moderna. ¿Se imaginan? Mejor que el Dúo Dinámico, mucho mejor. Y sin chalecos.

Ahora Paco ha cambiado mucho. Yo no tanto. Él ha sentado la cabeza, como casi todos los que salíamos juntos en los primeros años de carrera. Vive con Pablo, un chaval de Sitges que se vino a Madrid porque quería ser actor y terminó de teleoperador en el servicio de atención al cliente de no sé qué compañía de telefonía móvil. Como no le pagan mal -porque logró ascender, el tío-, han empezado a comprarse un pisito en Fuenlabrada, muy cuco él. Pablo trae el dinero a casa y Paco hace de marujilla. Y se le da bastante bien, por cierto. Cualquier día le propongo adoptarle por una semana, a ver si me arregla la vida con sólo ordenar el armario de la cocina.

Continuará...

jueves, julio 03, 2008

Mi verdadera historia. Soy plasta, ¿y qué?

[...]

De todos modos, he de confesar que esto de ser una plasta no siempre es bueno. Me explico. Por ejemplo, no es bueno para ligar. Mi amiga Marina dice que yo no tengo éxito con los hombres porque les agobio. Y he empezado a pensar que no le falta razón a la chica. Tiene que ser ese el motivo por el que, a pesar de ser mona, inteligente y simpática, un buen partido, que diría mi abuela, no tengo novio. Ni novio ni rollete. Y no lo tengo porque soy una pesada. Eso es.

Y por otra cosa. Porque pretendientes tengo, pero no son mis pretendidos. Y es una pena que siempre pase igual, que los pretendientes no sean los que yo pretendo que me pretendan... sí, vamos, que me quiere quien no quiero y quien quiero que me quiera no me quiere. ¿Me siguen? Y claro, como yo quiero que me quiera quien yo quiero, pues nada, le persigo hasta que lo consigo... pero no lo consigo nunca, porque les aburro antes.

Como a mi hermano. Al pobre también le tengo aburrido. Y él también piensa que soy una plasta. Por cierto, acaba de decirme que no le nombre. Que a él también le ponga un nombre falso. Pero que no le llame Carmen, claro. Que le llame Chihuahua. Que si me acuerdo de aquella canción de moda que repetía esta palabra una y otra vez en el estribillo... que le gustaba mucho. Y que le sigue gustando. Y que como nunca tendré éxito como escritora, que no quiere que nadie sepa que se llama Hugo. Perdón, dije que no le nombraría.

A lo que iba. Que soy una plasta y no tengo novio. Tuve una vez, pero no fue una experiencia muy recomendable. Me enamoré locamente, me fui a vivir con él y con sus padres, emigramos a China –sólo él y yo; los padres se quedaron en Bollullos del Condado, su tierra natal-, comimos arroz a todas horas y, cuando las carantoñas falsas superaron la realidad, él se fue a La Coruña y yo a Barcelona. Pero esta historia ya la contaré con más detenimiento. Quizá otro día.

Ahora me llaman para ir al cine. Es Paco, un amigo de una amiga que hace siglos que no veo –a la amiga, quiero decir, porque se ha casado, tiene hijos y se pasa el día preparando papillas y limpiando el baño-. Pero no vayan a pensar que hay nada entre nosotros. No. Es maricón. Bueno, gay, como se dice en el estilo políticamente correcto. Aunque a mí me gusta más lo de maricón. Es más tajante. Más directo.

Continuará...

martes, julio 01, 2008

Mi verdadera historia. La gran mentira


Antes de seguir escribiendo una sola línea más, he de decir que esta historia comienza con una gran mentira: yo nunca me llamé Carmen, y ni siquiera tengo –ni tuve jamás- la intención de tomar tal nombre.

Pero como creo que, ante todo, un escritor es un gran mentiroso, diré que mi nombre es Carmen. Y la razón es bien sencilla. En primer lugar, Carmen se llama mi escritora favorita. Y, en segundo lugar, “carmen” es una palabra latina que significa ‘poesía’; pues bien, como yo nunca tuve la virtud –o la sensibilidad suficiente- como para escribir poesía, soñaré que puedo hacerlo revistiéndome con este mi nombre falso.

Así las cosas, y llegados a este punto, queridos amigos, no me pidan que separe la cruda realidad de la ficción y los sueños. Simplemente, llámenme Carmen y déjenme que les cuente mi “verdadera” historia. ¿Me acompañan?


* * *

Nadie podía imaginarse que yo iba a nacer aquel caluroso día del mes de junio. Nadie. Cierto es que mi madre ya llevaba más de dos semanas de retraso, pero debió de ser que, acostumbrados como estaban todos a ver a mi progenitora con aquella enorme tripa, ya creían el bombo una prolongación natural de su cuerpo.

Cuentan que aquel día, de no ser por la inestimable ayuda de mi abuela, yo jamás habría venido al mundo, y, lo que es peor, mi madre se había ido conmigo a criar malvas. En realidad pienso que eso habría sido más triste que el hecho de privarme de la vida fuera del acogedor vientre materno, porque pocas veces he valorado mi paso por este mundo cruel. Dicen que nadie escoge venir a esta vida, pero yo estoy a punto de empezar a pensar otra cosa: yo debí de haberlo escogido, y no una, sino dos veces, pues estoy segura de que, si no llega a ser por mi cabezonería, los cuerpos celestiales nunca se habrían conjugado para acompañarme en el doloroso trance de mi nacimiento.

¡Cómo iba a saber yo lo que me esperaba fuera!

Pero es que a cabezona, obstinada y pesada, señores, no me gana nadie. Y además, estoy segura de que, de no ser por esta extraña característica –extraña para los demás, que ni imaginan que bajo la candidez de mi rostro pueda ocultarse tamaño grado de obstinación- no habría logrado sobrevivir en este extraño lugar que es la vida.

Así pues, cuando alguien ose decirme lo pesada que soy, le responderé: “¡Sí señor! Pesada y a mucha honra, que no sabe usted lo bien que me viene. ¡Debería usted probar!”.


Continuará...

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