jueves, octubre 30, 2008

La guerra de los mundos

Hace setenta años que los alienígenas tomaron las ondas estadounidenses y provocaron el pánico entre una sociedad que, si bien miraba al mundo desafiante, por encima del hombro, al mismo tiempo se sentía frágil y condenada al terror eterno, pese a su supremacía.

Setenta años. Los alienígenas, dispuestos a tomar la Tierra, iban arrasando con todo lo que encontraban a su paso, mientras los militares, los científicos e incluso el secretario de Estado se encogían de hombros ante la catástrofe, pues no tenían manera de frenar aquel desastre.

Orson Welles lo avisó: que nadie se echase las manos a la cabeza, que aquello era sólo una dramatización. Que sólo pretendía adaptar La guerra de los mundos, de H. C. Wells. Nada más.

Pero el poder de convicción de la radio, su capacidad para dar carácter de certeza a toda palabra que convierte en ondas, pesó más que la advertencia. Y sucedió entonces lo que ya todos saben: que los ciudadanos cayeron presa del miedo; y que las calles se llenaron de gente que corría despavorida, sin dirección; y que buena parte de los estadounidenses pensaron que allí se acababa el sueño americano, que los extraterrestres ponían punto y final al imperio.

Ahora, setenta años después, la radio española rinde homenaje a una retransmisión que se convirtió en un fenómeno sociológico y que, aún hoy, pasadas siete décadas, sigue estudiándose en todas las facultades como ejemplo indiscutible del poder de los medios de comunicación de masas.

A Orson Welles le despidieron por aquello, pero, como no hay mal que por bien no venga, se marchó a Hollywood y arrancó una carrera cinematográfica plagada de parabienes.

Esta noche, la voz de Welles será recreada por Primitivo Rojas -la voz de El precio justo-. Junto a él, voces señeras de la radio española, como Luis del Olmo, Juanma Ortega o Juan Ramón Lucas, irán poniendo voz a los personajes del mítico relato, para recrear aquella noche neoyorquina histórica del 30 de octubre de 1938.

La retransmisión íntegra de la obra podrá seguirse a partir de las 21 horas a través de Radio 3; habrá también conexiones en directo en Radio Nacional, Cadena Ser, Cope, Punto Radio, Onda Cero, Intereconomía y Onda Madrid.

miércoles, octubre 29, 2008

La independencia era esto

Dejar que suene el despertador diez o doce veces seguidas, sin que nadie te suelte, con voz balbuceante: "¿Por qué no lo callas?".

Entrar en la ducha, abrir el agua caliente y quedarte bajo el chorro redentor todo el tiempo que haga falta, sin que nadie relate al otro lado de la mampara porque llega tarde a trabajar.

Entrar en la cocina y apurar las últimas gotas de café que queda en la jarra, sin que nadie proteste porque tiene que marcharse sin desayunar gracias a tu egoísmo.

Salir de casa y coger el coche del garaje, sin que el contrario gruña porque siempre es tu bólido el que duerme calentito, mientras que el suyo sufre de lo lindo pasando la noche al raso, con el frío que hace y las heladas que caen, hay que ver.

Hacer la lista de la compra en un paroncito del trabajo, sin tener que pararte a pensar en si quedan o no galletas de las que al contrario le gustan y que suponen tu perdición, porque las ves ante ti, desafiantes, en el armario, y eres incapaz de que tu estómago les niegue un caluroso saludo.

Llegar a casa y sentarte tranquilamente en el sofá, sin tener que pelearte con nadie por el mando del mando y sin tener que pensar qué cena toca hacer hoy, porque con un yogur te conformas, pero el contrario quiere una cena en condiciones, que dice que no es sano irse a la cama con el estómago haciendo un triple mortal.

Echarte a dormir con todo el edredón en tu lado, sin que nadie te diga que le destapas y que va a coger una pulmonía por tu culpa.

La independencia era esto.

Era esto... y no poder tirar más del edredón, pero con otra sonrisa dentro, y poder calentarte los pies con el roce de otra piel en lugar de pasar las de Caín intentando coger calor con los calcetines de lana, que te cortan la circulación y son el colmo del antiglamour.

Era esto... y tirarse corriendo al teléfono para ver si hay algún mensaje que contestar, porque esas serán las únicas "buenas noches" que podrás dar antes de irte a dormir.

Era esto... y cargar con la compra sola, y terminar comprando las galletas dichosas, con la excusa de premiarte en una ocasión especial, pero consciente de que terminarás engulléndolas en el siguiente ataque de ansiedad... o para enjugar las lágrimas de la próxima película romántica que echen por la tele, porque, claro está, no tendrás a nadie al lado para que te achuche mientras lloras y te diga lo tonta que eres por darle tanto a la lágrima.

Era esto... y no tener a nadie que te acompañe al taller para evitar las caras de póker que pones cuando te explican las virguerías que le han hecho a tu coche.

Era esto... y terminar tirando el café, porque se pone malo, que para una sola no merece la pena hacer una cafetera entera, pero tampoco has sabido nunca cogerle el punto a dejarla a medias.

Era esto... y tener que comprarte un cepillo para llegar a todos los rincones de la espalda, porque no hay ningún voluntario que se preste a la tarea de extenderte el exfoliante a cambio de una dicha divertida.

Era esto... y despertarte sola, siempre sola, igual que te dormiste, del mismo modo que cenaste, y que comiste, y que desayunaste... Sola, con tu soledad a solas.

La independencia era esto. Pero, con todo, ¡que viva la independencia!

martes, octubre 28, 2008

A mi vera


... He suplicado a todo que no te vayas,
no sé dónde meterme en primavera,
y ayer pacté con todo para que te quedes,
he roto mil promesas para que te fueras...
Tú te empeñas en romper mi alma,
yo me empeño en tenerte a mi vera...




Juan Peña, A mi vera.

De amor y truenos


No está el horno para bollos, ni las teclas para alardes de lirismo. Tengo muchas cosas que decir y pocas ganas de contar. Y menos tiempo. Y demasiada vagancia. Todo en exceso. Como siempre.

Pero, a falta de un paseo completo por mi blogosfera habitual, un garbeo del tres al cuarto me conduce, como por arte de magia y sueño, a un artículo que debería grabarme a fuego hasta no dejar a salvo ni uno solo de los poros de mi piel.

Lo firma mi querida Berrendita, dueña y señora de letras contundentes, de páginas con sabor a sangre en la boca, con manojos de yerba entre los dientes, con pasión desmedida. Con truenos en el brillo imponderable de sus ojos.

Porque, como bien dice mi Ana, "Las mujeres tronamos". Me permito dos licencias: enlazar el artículo y extraer estas líneas, que me han llegado al alma:

Cuando una mujer se entrega en cuerpo y alma se abre un precipicio en su cadera, un mapamundi en los muslos, un abismo en el vientre, un firmamento en el estómago. Y truena sobre el lienzo, sobre la sábana dolorida de tanto amor.

Cuando una mujer ama, aparecen constelaciones bajo su nuca, veranos bajo las pestañas, altares en la cruz de sus axilas, el arco iris en la comisura de los labios.

Cuando una mujer besa, se desatan en la lengua mil terremotos. Cuando una mujer acaricia, queda escrito en la piel el vértigo de mil huracanes, la revolera de todos los vientos en los puntos cardinales de sus poros, el cristal de todas las aguas en las gotas calientes de su sudor.

Cuando una mujer sonríe, enciende la bombilla del infinito, truena silencios en la pupila, llueve misterios sobre los dientes de la tierra.


Lástima que algunos -muchos, quizá demasiados, de nuevo demasiados- no se den cuenta.

Y aquí vuelvo a tirar de letras ajenas (joder, sí que estoy vaga hoy, sí) y me remito a un ilustrativo artículo de Risto Mejide, a quien debería seguir más y mejor en ADN: "Para llegar a quererse bien, hay que haberse querido mucho". Porque, fíjense, fíjense cuántos tipos de amores pueden llegar a encontrarse:

Amores taxidermistas, que matan, ahogan y disecan todo aquello por lo que un día se enamoraron de ti. Amores carceleros, que pretenden que, además, jamás vuelvas a ver la luz del sol. Amores placebo, que intentan hacerte creer que sin ellos estarías mucho peor de lo que viniste. Amores republicanos, que si no estás con ellos, estás contra ellos. Amores demócratas, que sólo parecen triunfar donde los demás la cagan. Amores perros, como ese Iñárritu, incapaces de superarse a sí mismos.

Amores taja, que sirven mientras ayuden a olvidar. Amores puente, que sólo te preparan para la siguiente relación. Amores escaparate, que varían según tendencia y temporada. Amores alfombra, que ocultan aún más mierda de la que se ve. Amores cómoda, orgasmos fingidos a partir del tercer cajón. Amores de primera, siempre con segundas. Amores en oferta, sólo hasta fin de mes.

Elijan. Elijan si pueden. Y si no, hagan como la menda. Pernocten en la estación del desamor. Eso sí, les aviso: es fría. Fría de cojones. Y no sé si lo saben, pero bajan las temperaturas.

domingo, octubre 26, 2008

Cambio de rumbo

Con este golpe de tecla cambio de rumbo. En honor a la verdad, y pese a la grandilocuencia de la primera frase, no se trata de ningún giro copernicano. Creo que ni siquiera estoy ante un viraje de 90 grados. O quizá sí. El paso del tiempo -que dicen que pone todo en su sitio, aunque para mí no ha llegado el momento de comprobarlo- será el encargado de definir cuánto he girado esta vez. Que puede que me pase de rosca y termine levitando sobre mi propio eje, más rápido, más y más rápido, y casi sin darme cuenta, como en los exorcismos más cutres de la peli más casposa.

Pero no. Creo que no. Es mucho más prosaico que todo esto. Cambio de rumbo, primero, porque escribo desde mi nuevo ordenador... ¡¡¡SÍIIIII!!! Llegó a mí el viernes... y es una monada. Espero que se porte conmigo tan bien como lo ha hecho el anterior, al que, por cosas de fidelidad -bueno, y sobre todo por aquello de que guarda muchos secretos dentro- aún no he dicho adiós.

Y, a falta de uno de enero que llevarme a la agenda -porque es en los unos de enero cuando más enérgicos nos ponemos a la tarea del cambio- y puesto que septiembre pasó hace rato -es la opción B de los buenos propósitos-, me he dicho: "Ordenador nuevo, vida nueva". Y allá que voy.

Que no cunda el pánico. No pienso relatar los pormenores de mis propósitos. Más que nada porque puede que no los cumpla, y bastante mal quedo cuando no actualizo el blog como para permitirme el lujo de quedar aún peor por faltar a mis promesas. Eso se queda para la menda lerenda, que saca el látigo cada dos por tres cuando de la autoflagelación se trata.

Sólo diré que hago propósito de enmienda. ¿Que van diez mil millones, sólo en el último año? Pues sí. ¿Y qué? De sabios es rectificar. Y hasta el mejor escribano echa un borrón. Y yo tengo un arsenal de gomas de borrar para enmendarme a todas horas.

Guau. Mi autocharla no tiene desperdicio. Pero no teman: creo que es el efecto Richard Gere. Acabo de llegar a casa después de ver Noches de Tormenta y, aunque la película deja bastante que desear -los diálogos son anodinos y la historia, bastante previsible-, quien tuvo retuvo... y más. Y, como no todo es blanco ni negro, ahí va la frase de la cinta... que bien podría ser la frase de una vida entera:

Hay otra clase de amor... Un amor que te hace creer que todo es posible.
Que te hace ser mejor de lo que eres, y no menos de lo que eres...

O algo así, que llevaba pluma y libreta, pero estaba oscuro y no podía apuntar...


miércoles, octubre 22, 2008

Regalitos de arte

Hoy la vida me sonríe. Aunque el cielo llore a cántaros y la lluvia me deje a medio gas.

Pero claro, cuando a una le regalan una amistad sincera, ¿cómo puede evitar reír a carcajadas, sin muecas?

El artífice del milagro ha sido Emilio Asiaín. Emilio, su madre y su padre, que son unos artistas. Tienen una de las sastrerías de toreros con más solera de Madrid, un negocio familiar que se forjó al mismo tiempo que una auténtica historia de amor: la de Emilio padre y Encarnita.

Atravesar la puerta de su casa es sumergirse en un universo de ternura y de pasión. De ternura a todo aquel que se cruza en sus miradas. De pasión por un oficio que va mucho más allá de los millones de puntadas que surcan sus manos cada día; mucho más allá del oro y la plata que salpican las ricas telas; mucho más allá del esmero en la colocación de las piedras que habrán de enriquecer los ya de por sí ricos bordados... Mucho más allá. Siempre más.

En la familia Asiaín se respira vida. Y Emilio es buen ejemplo de ello: a su trabajo entregado en la sastrería suma clases de taichi, estudio constante de la optimización del rendimiento físico y las técnicas de relajación en la alta competición... y, ahora, nuevos proyectos que pretenden acercar a la sociedad sus dos grandes pasiones.

Por un lado, es inminente la creación de una asociación para fomentar la práctica del taichi, con sesiones gratuitas en lugares céntricos de Madrid. Por otro, Emilio está inmerso en el diseño de complementos con motivos taurinos.

Y yo he tenido la suerte de que poder lucir dos de ellos en auténtica primicia:

Bolso torero

De purísima y oro

¡¡Gracias, Emilio!! Sois unos soles... ¡¡pero muy grandes!!

martes, octubre 21, 2008

Mi verdadera historia. Tribulaciones sobre dos ruedas

[...] Resulta que hoy me he sentido como imbuida por una especie de exaltación deportiva y le he pedido la bici a Chihuahua. Digo yo que bien podría haber desempolvado el banco de abdominales que compré cuando empecé a salir con Arturo, por aquello de remozar la barriguita, y haberme quedado, sube y baja, sube y baja, delante de la tele, con un platito de patatitas fritas en la mesita del salón, y mi cocacola al lado, con su hielito y su rajita de limón y todo. Pero no. He visto que la tarde se me iba de las manos y me quedaba, como los vampiros, sin catar ni un mísero rayo de luz solar y me he dicho: “¿Qué tal si mueves tu celulitis, vuelta y vuelta, vuelta y vuelta, y el airecito serrano te oxigena las neuronas, que las tienes muy perjudicadas?”. Y chica, dicho y hecho, allá que he ido.

Podría haber salido a andar un rato, pasito a paso, pasito a paso, pero no. Me ha parecido como de marujilla. Ya me veía yo con la batita de salir, con sus florecitas y el cinturón con la hebilla forradita a juego, con las alpargatas de cuña y el pañuelito en la mano, para enjuagar los sudores postmenopaúsicos, cortando trajes a toda la vecindad y poniendo cara de póker a los niños que se cruzan por delante en busca de un columpio recién liberado... y como que no. Como que prefiero guardar esa estampa marujil para más adelante.

Pero el caso es que yo quería que me diera el aire, y entonces he salido a la terraza y allí la he visto. Radiante. Llamándome. Diciéndome desde el cuentakilómetros: “Mira, guapa, mira qué sillín que tengo... mira qué platos... y qué piñón, oiga, qué piñón... cómo lo tengo... ¡cómo lo tengo!”. Y entonces he vuelto a entrar en el salón, todo lleno de ropa recién recogida de la cuerda, esperando una racioncita de plancha para tomar, y con Chihuahua cual majo a medio vestir, vegetando detrás de un paquete de donettes, tiradito en el sofá. Y la bici llamándome. Y Chihuahua mirando embobado la pantalla del televisor. Porque apuesto a que no ve más allá de las formas deformes que se escapan de los rayos catódicos. Vamos, que ve pero no mira. O mira pero no ve. O sea, que no se entera. Y la bici llamándome...

Y entonces le he dicho a Chihuahua si me dejaba dar una vuelta en la bici. Y él, sin despegar los ojos de la lluvia catódica, me ha dicho que si estaba loca. Que yo no sé ni montar en bici. Y yo le he dicho que sí, que en el instituto me hicieron un examen. Que bueno, que lo aprobé por los pelos, pero que sí, que subirme, me sé subir, y que oye, que mal que bien, que yo creo que sí, que puedo mantener el equilibrio. Y entonces me ha dicho que ni siquiera llego a los pedales. Y yo le he dicho que tenía entendido que los sillines se suben y se bajan. Que al menos el sillín de la bicicleta estática de Arturo subía y bajaba, pero que claro, que era Arturo el que sabía subirlo y bajarlo, que yo bastante hacía con ponerme ahí arriba y darle un poquito a los pedales. Y que si él no me puede bajar el sillín. Y entonces me ha dicho que cuánto hace que fue aquello del instituto.

Y yo me he puesto a hacer cuentas y entonces, como me parecía insultante responder a la pregunta, he vuelto a salir a la terraza y yo solita he bajado el sillín de la bici. Y hasta me he subido, apoyándome en la barandilla –a la que, por cierto, no le vendría nada mal una sesión de lija y otra de barniz-, para comprobar que lo dejaba a la altura correcta. Y le he dicho a Chihuahua que ya no tiene que bajar el sillín, y que si me la deja, la bici, vamos, que total, que él no la usa porque el único deporte que a él le gusta últimamente es el nothing –o sea, el no hacer nada de nada- y que claro, que la tiene a la pobre toda abandonadita. Y que yo no tengo la culpa, que era ella la que me estaba llamando para que la rescatase de su aburrimiento. Y entonces él ha dejado de mirar la tele, me ha mirado con cara de pena y me ha dicho: “Estás más loca de lo que yo pensaba”; y, aunque yo sé que no piensa, me he sentido un poco tonta, y a pesar de todo, he cogido la bici y la he bajado en brazos por el portal –es que las dos no cabemos en el ascensor- y con ella que me he ido de paseo.

Continuará...

miércoles, octubre 15, 2008

Todo sobre mis suegras. Amalia

Ay, qué desastre. Empiezo el post con el título y no recuerdo si aquella segunda suegra mía se llamaba Amalia o Amelia. Mi señora madre me ha corregido el desliz unas cuantas veces, pero mi memoria es frágil y tiende a olvidar qué vocal corresponde a la sílaba central del nombre de aquella mujer siempre sonriente, siempre solícita, siempre cariñosa... una pedazo de suegra, en fin.

Amalia -me decanto por la "a", y que los hados me sean propicios- era -supongo que lo sigue siendo- la madre de David, el niño guapísimo que conocí en parvulitos y por el que dejé a Kiko.

David -quién le encontrase de nuevo... si estás por ahí, hijo, manifiéstate- era moreno, con cara de bueno y con unos ojos verdes que quitaban el sentío. Le recuerdo vestido de pirata, en una fiesta de carnaval del cole, situado -qué bien enseñan a los niños desde pequeños, oyes- entre las dos chiquillas que peleaban por sus huesos: Natalia y una servidora.

Natalia era una cursi. Y que diga eso una megacursi como yo, tiene delito. Pero es que ella era un verdadero repollo con lazo. A las fotos me remito: la menda, disfrazada del Atleti -sí, qué pasa... nadie es perfecto, hay defectos que se incuban desde la cuna- y mi rival, vestidita de bailarina del cancán, con sus plumas en la cabeza y todo, como si anduviéramos por el Lejano Oeste y tuviéramos que pelear, liguero en ristre, por el amor de mi David.

Porque David, quiéralo ella o no, era mío. Mío y solo mío. Era yo quien lloraba con él cuando nos obligaban a ir a natación. Era yo la que le invitaba a chucherías en el bar de mi señor padre. Era yo la que jugaba con él a Uve en los recreos -bueno, ella también, pero yo jugaba más, porque hacía de Diana y era la prota- y, sobre todo, era yo la que me hacía cariñitos con esa monada de niño al ladito de los columpios -y mamá, no hagas comentarios, que te conozco y me haces pasar vergüenza.

Pero Natalia, además de requetecursi, era muy envidiosa, y me decía, la muy pedorra, que David me iba a dejar por gorda. ¡¡Habló la flaca!! ¡¡Si teníamos las dos unos mofletes que no cabían en las fotos de carné!!

Y además, querida, Amalia me quería a mí. Seguro. Casi más que David. Porque ese es mi sino, llevarme mejor con mis suegras que con mis novios. Aunque confabulen con mi madre para obligarnos a los tortolitos a soportar horrendas sesiones de natación cada martes, sin pesarles en absoluto nuestro recurrente dolor de barriga -inventado una semana tras otra, a propósito, para tan acuática ocasión.

De todos modos, ahora que lo pienso, en aquellos años la vida ya me estaba ofreciendo una temprana lección, a la que yo no quise atender: que, ya desde el principio, las tías somos tan tontas que preferimos pelearnos por la atención de un menda que aliarnos en nuestro propio beneficio... que, al final, los tíos pasan y somos nosotras las que quedamos.

Para ilustrar aquella época, nada mejor que Parchís -por cierto, mi David se parecía al buenorro de rojo, de cuyo nombre no logro acordarme-.




Comando G.




El twist de mi colegio.




Don Diablo.



Dime por qué.

lunes, octubre 13, 2008

A sangre y hiel

Hoy hace tres años de la última vez que hablé contigo. Tres años ya, fíjate. Quién nos lo iba a decir. Quién iba a decirnos que, después de no despedirme, y después de no dejar que tú te despidieras, hoy, tres años después, iba a acordarme de aquella tarde.

Iba a decir que llovía, pero no. O sí. No lo sé, vaya. Es que quería hacer la cosa más poética.

Pero las riñas no tienen rima posible. No valen para componer versos. Ni mucho menos estrofas.

Los gritos no suenan bien. Las malas caras no inspiran. El corazón en los puños impide que puedas abrir los dedos para dar a manos llenas.

¿Sabes? Me he arrepentido muchas veces de aquella conversación. De haberte colgado sin dejarte terminar. De no haberte escuchado. Una vez más.

Pero no me dejaste otra opción. No podía permitirme seguir calándome con tus lamentos. No podía seguir siendo cómplice de tu chantaje. Ni continuar tolerando tus amenazas veladas.

No podía.

Y me hice la valiente, aun a riesgo de sentirme cobarde por el resto de mis días.

Pero hay cosas que no tienen vuelta atrás.

Palabras que no pueden borrarse, aunque no se hayan escrito.

Y otras que jamás se escribirán, porque duelen demasiado, y salpican sangre y hiel.

Y yo no quiero seguir sangrando. Y, ¿sabes?, me he propuesto endulzar cada trago de amargor que me espere en esta copa engañosa que te llenan de por vida.

Pero no te quedes con lo malo. Allá donde estés, recuérdame con cariño. Si puedes.

Yo también lo intento.

Y aunque no lo creas, muchas cosas de las que he logrado en estos tres últimos años han ido, en parte, por ti.

Ahora toca volver a enterrarte sin duelo... en la ladera de un monte... o donde quieras imaginar. Aunque no nacieras en el Mediterráneo.



Joan Manuel Serrat, Mediterráneo.

Eso iba por ti. Esto, por mí, que soy más flamenca. Y me lo merezco, qué quieres que te diga.




Camarón de la Isla y Joan Manuel Serrat, La saeta.

jueves, octubre 09, 2008

Mi verdadera historia. Del "amor" y otros apaños

[...] Pues eso, que el Príncipe de la Cartera Sin Fin y el Pelo Engominado llegó. Ángel se llamaba el amigo. Y entonces le pidió salir, muy formal y muy correcto, a la Dama de las Tetas Grandes y la Celulitis Pequeña, a la sazón Vanessa Meseta Tejelavieja, un nombre aristocrático donde los haya, que no olvidaré mientras viva, quizá por la "e" reiterativa que se eleva y revolotea, estirada, entre mis esperpénticos recuerdos. Le pidió salir, decía. Y la llevó al cine. Y le regaló modelitos de Zara. Y rositas de la china... para ella sola, no como el bueno de Paco, que compraba una para siete, algo así como el grito de guerra de los mosqueteros, pero en versión clase media-media-media-baja. Y pendientitos de perlitas, con su gargantillita a juego. Y pulseritas. Y sortijitas. Y hasta creo que puso su granito de arenita en el vestidito de novia que lució, blanca y radiante, la buena de Vanessita cuando, seis años después de la primera cita, rubricó, con la vista puesta en la Visa Oro de su querido Angelito, aquel compromiso hiperbólico disfrazado de diminutivo.

Y como ella lo que quería era ser mamá y él lo que quería era no escucharla a ella más de lo justo y necesario, pues él puso su semillita y ella, lo restante. Los mareos, las náuseas, los antojos, el “mírame aquí que me duele allí”, el “dame masajitos en los pies que me pica la barriga” y el “vete a dormir al cuarto de invitados, que me despiertas al quinto de tus ronquidos”. Y así.

Y ella tuvo a su niña. Jennifer María, creo que se llamaba la criatura. Y él, una cama más pequeña al lado de la ventana y los pies fríos para el resto de las noches de su vida.

Por cierto, que no sé bien qué habrá sido de ellos. Me perdí entre los lazos y los faldones del bautizo de la criatura.

Yo es que, ya se lo he dicho, no tengo instinto maternal. Bueno, creo que, en realidad, no tengo instinto de nada más que de supervivencia. Y sólo a veces.

Por ejemplo, hoy me he empeñado en burlar esa patraña del afán de permanencia en el mundo. Nooooo, no piensen que he intentado suicidarme. Qué va. Soy demasiado vaga para eso. El instinto de supervivencia a punto ha estado de quedar hecho trizas gracias a mis nulas artes sobre las dos ruedas. De la bici.

Continuará...

miércoles, octubre 08, 2008

Laura es otra artista


Un inciso. La boda de Eva ya quedó atrás, pero no puedo dejar de mostrar la muñequita que hizo Laura Valea para la ocasión.

A la novia le encantó y la puso a presidir la mesa de los novios...

Gracias, Laura. Eres un sol.

Mujer de chocolate

Suena entre inocente y picarona. Con ese toque sensual que de siempre se les ha atribuido a las francesas, que parece que te están diciendo "Cómeme" sin abrir la boca siquiera.

La descubrí un día por casualidad. Me sonó a domingo, a mañana soleada, con las ventanas abiertas, con un café humeante sobre una bandeja con un mantelito blanco y un croissant recién sacado del horno y un periódico que no mancha posado encima del regazo.

Ella es francesa, pero su familia es española. Creo que la historia de la emigración tiene parada y fonda en su casa. De ahí su apellido, Ruiz. Su nombre no es tan folclórico: Olivia.

Olivia Ruiz presentó ayer su disco en España. Y mañana da un concierto para que la escuche medio Madrid.

A mí me gusta mucho su primer single, La femme chocolat. No lo he encontrado en castellano, por eso lo pongo en francés. La historia, para los que, como yo, no conozcan el idioma del amor -me río yo del topicazo, pero bueno-, se puede ver claramente en el vídeo: es la historia de una mujer, que podríamos ser cualquiera, que tiene que acostumbrarse a los cambios de su cuerpo. Aceptar que con 36 no se tiene la misma cintura que con 26, que la celulitis se te instala en el culo y no hay crema que obre el milagro... En fin, cosas de mujeres, de ésas que no entienden los hombres.

De momento, no voy a aplicarme el cuento. Quiero volver a tener el cuerpo de los 27, porque no hace tanto. Y estoy en el camino, dicho sea de paso.

Por cierto, al hilo de esta historia, una reflexión: cada día son más las mujeres adultas -y bien adultas- que caen en las garras de la anorexia. Podéis verlo en un reportaje buenísimo de mi compi Mariló Hoyos, que se emitió en Esta mañana, de La 1, el pasado lunes.




Olivia Ruiz, La femme chocolat.

martes, octubre 07, 2008

Modelos para Mara

Que sí, que sí, que esto no puede ser. Que tengo que actualizar algo más frecuentemente que una vez a la semana, pero que es que no lo puedo hacer todo a un tiempo.

Por partes. No soy una gran dibujante ni voy de diseñadora, pero se me han ocurrido estos modelitos para Mara y su boda de diciembre... A ver qué le parecen a ella.

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Este otro es mucho más andaluz... falda de raso negra y camisa de gasa blanca, muy vaporosa, con cuello y puños de raso rojo y chorrera blanca de encaje:

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Y este otro también tiene un aire andaluz: es en color marfil, con apliques de pasamanería negros y chorrera de encaje, también negra, y apliques del mismo encaje en la "manga".


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No seáis muy duros, que ya sé que lo del dibujo no es lo mío y que mi vena andaluza resulta irritante en muchos casos...

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