El Coronel -¡oh, Coronel!- me ha pedido que hable sobre mis suegras. Quiere que dé rienda suelta a mi lengua viperina, que haga sangre de las varices y remueva los recuerdos como si fuera la reina del Bar Coyote para hacerle reír un poco y, de paso, escandalizar a algún ex -o "no-ex", que es la forma más graciosa de pertenecer a un pasado que nunca fue presente- que aún tiene estómago para pasarse por estos humildes contornos.
Al Coronel ya le he advertido que de morbo, poco. Que no espere diatribas contra las buenas mujeres porque, cosas de la vida, me llevo mejor con ellas que con sus hijos. Que, de hecho, una de las pocas cosas buenas que me quedan tras dejar atrás esas relaciones infaustas a la vez que inútiles es un amago de amistad con alguna de ellas. Si es que soy única hasta para esto, oyes.
Pero bueno, yo lo cuento. Lo cuento todo. Voy a abrir mis recuerdos en canal -esta vez sí- y voy a escribir hasta con nombres reales -bueno, o casi-. Que ustedes lo pasen bien. Y que ellas no se me enfaden.
Aunque, si se enfadan, que se contenten. Al menos no les robé a sus niños. Es más: siempre los dejo colocaditos. Muchas veces con lagartas, pero, ¿quién dijo eso de que más vale estar solo...?
* * *
Encarna fue mi primera suegra. Eso al menos cuenta mi madre. Yo no recuerdo haber sido novia de Kiko, pero, si mi madre lo dice, ese noviazgo va a misa. Aunque en realidad no pasase de la plaza del barrio.
Peleona, marimandona, pero con un punto de gracia, Encarna era una maruji en toda regla. Era alta y espigada. Tenía un tono de voz que te percutía el tímpano y, si lo empleaba subido de decibelios para la regañina de rigor, podía convertirse en toda un arma de destrucción masiva.
No sé muy bien por qué, pero yo de pequeña me quería ir a vivir con Encarna. Creo que eso fue después de dejar a Kiko. Porque a Kiko le dejé yo. Me enamoré de David, que era más de mi edad, más mono y más accesible, y le dije a Kiko que, sintiéndolo mucho, teníamos que dejarlo.
Mi madre dice que Kiko se disgustó. Yo, la verdad, no la creo. Kiko estaba como un tren y supongo que en el colegio podría tener de novia a quien le viniera en gana. Y yo, aunque graciosa, era chiquita y rechoncha. Y cursi. Y del Atleti.
Sin embargo, a Encarna debió de contentarle la ruptura, porque yo, ya digo, quería irme a vivir con ella. Y aunque tengo mi punto masoca, supongo que esa mi inclinación se debió deber a que mi exsuegra tenía algún encanto del que mi señora madre carecía.
Con el paso del tiempo, creo que el encanto no lo tenía la Encarna -es que la llamábamos así-, sino los playmobil de Francisco -que pronto dejó de llamarse Kiko-, que superaban con mucho a los que tenía yo y que nos servían de diversión, una tarde sí y otra también, tanto a su hermana como a esta pobre ingenua.
Por lo demás, creo que hice bien en quedarme en casa: su hermana tenía la aspiradora como una prolongación de su brazo y yo, en cambio, todo lo que hacía en casa era poner y quitar la mesa. Y no todos los días.
De la Encarna hace mucho que no sé nada. Se cambió de barrio antes de que nosotros emigráramos al pueblo. Dejó el extrarradio y se fue al centro, a un pisazo que, sin que nadie lo hubiera visto, pronto se convirtió en la envidia del resto de las marujas.
Esta noche le digo a mi madre que la llame. Y hasta voy a ponerme al teléfono. Nunca está de más recordar viejos tiempos. Aunque te taladren el tímpano. Total, siempre puedo despegarme el auricular de la oreja.
Peleona, marimandona, pero con un punto de gracia, Encarna era una maruji en toda regla. Era alta y espigada. Tenía un tono de voz que te percutía el tímpano y, si lo empleaba subido de decibelios para la regañina de rigor, podía convertirse en toda un arma de destrucción masiva.
No sé muy bien por qué, pero yo de pequeña me quería ir a vivir con Encarna. Creo que eso fue después de dejar a Kiko. Porque a Kiko le dejé yo. Me enamoré de David, que era más de mi edad, más mono y más accesible, y le dije a Kiko que, sintiéndolo mucho, teníamos que dejarlo.
Mi madre dice que Kiko se disgustó. Yo, la verdad, no la creo. Kiko estaba como un tren y supongo que en el colegio podría tener de novia a quien le viniera en gana. Y yo, aunque graciosa, era chiquita y rechoncha. Y cursi. Y del Atleti.
Sin embargo, a Encarna debió de contentarle la ruptura, porque yo, ya digo, quería irme a vivir con ella. Y aunque tengo mi punto masoca, supongo que esa mi inclinación se debió deber a que mi exsuegra tenía algún encanto del que mi señora madre carecía.
Con el paso del tiempo, creo que el encanto no lo tenía la Encarna -es que la llamábamos así-, sino los playmobil de Francisco -que pronto dejó de llamarse Kiko-, que superaban con mucho a los que tenía yo y que nos servían de diversión, una tarde sí y otra también, tanto a su hermana como a esta pobre ingenua.
Por lo demás, creo que hice bien en quedarme en casa: su hermana tenía la aspiradora como una prolongación de su brazo y yo, en cambio, todo lo que hacía en casa era poner y quitar la mesa. Y no todos los días.
De la Encarna hace mucho que no sé nada. Se cambió de barrio antes de que nosotros emigráramos al pueblo. Dejó el extrarradio y se fue al centro, a un pisazo que, sin que nadie lo hubiera visto, pronto se convirtió en la envidia del resto de las marujas.
Esta noche le digo a mi madre que la llame. Y hasta voy a ponerme al teléfono. Nunca está de más recordar viejos tiempos. Aunque te taladren el tímpano. Total, siempre puedo despegarme el auricular de la oreja.
Noelia, no lo dudes el asunto de las suegras no tendra, morbo, pero será muy interesante. De momento a mi tu exsuegra Ebacarna, me hace pensar en Martes y Trece y Robocop. Fijate si hay materia, Me alegra que dejaras al tal Kiko, con una suegra así y el con ese diminutivo, (mira como esta La Pantoja) estabas abocada al fracaso y a la vulgaridad. Te interesa mucho mas mi "santa" madre de mi primogenito.
ResponderEliminarSigue con el culebron, que seguro subira la temperatura literaria.
A tus pies
Salud
El Coronel
Noelia, con el comentario anterior del diminutivo, se entiende que me refiero a Kiko.
ResponderEliminarCosas del Alzahimer, dada mi avanzada edad.
Perdón y a tus pies
Salud
El Coronel
Ay, Coronel... ¡¡que ya iba a echarle la bronca por no comentar el post que me había encargado!!
ResponderEliminarLa Encarna era auténtica. En general, todos los vecinos del barrio. Fue una época muy divertida.
Tu "santa" debe de ser genial... como tú... pero ya sabes lo que opino respecto a las relaciones sentimentales...
Noelia, perdona por la tardanza en contestar pero he tendo un finde muy bajo de biorritmos. Aunque no lo parezca en el fondo soy muy fiel.
ResponderEliminarMe alegra que no te olvides de tus vecinos de barrio, a mi me pasa lo mismo con mi barrio de nacimiento Las Ventas del Espiritu Santo. ¡ casi na!.
Yo tuve una suegra, que me invitaba a cenar casi todos los dias. Yo creo que le gustaba mas a ella que a su hija.
Sigo ahi.
A tus pies
Salud
El Coronel
p.d. ¿te has dado cuenta de que las comas van a su bola cuando escribo?
Jajajaja... en general, las comas van a su bola, pero la bola está en el sitio adecuado casi siempre.
ResponderEliminarYo también he llegado a pensar que les pongo más a las suegras que a los hijos...
Joe, Noe. La Encarna me pone hasta a mí. Besos. ;)
ResponderEliminarJajaja... ya te digo, los personajes de barrio dan mucho de sí -y de no-. Mira, si no, Aída.
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