viernes, octubre 26, 2007

Guadaña y soga

Octubre se cierne sobre mi almohada como una guadaña afilada a golpe de frío en el alma y nudos en la boca del estómago.

Siempre es igual. Siempre desde entonces. La guadaña comienza a asomar en septiembre, allá a lo lejos, cuando la evidencia de los días menguantes está a la vuelta de la esquina y el sol sólo calienta a ratos y la memoria hace migas con eso que llaman el subconsciente y transforma cada partícula de aire en una pesada losa que no sólo cierra el paso de alimento a los pulmones, sino que también nubla la vista a cualquier color que no sea el negro. El negro y sus variantes.

El cuerpo comienza a dar señales de eso que muchos dan en llamar angustia sin saber muy bien en qué consiste, como si se defendiera, como si dijera "oye, estoy aquí, cuídame... cuídate", pero la losa ya no es losa, sino también tapón, y se te mete en los oídos y también te vuelves inmune a todo tipo de discurso distinto de los gritos que resuenan, a modo de eco, en las esquinas de las neuronas, ahora mucho más abigarradas y tensas que de costumbre.

Y te pesan las piernas, y tienes hambre a todas horas, y lloras, y ríes, todo junto, en cuestión de minutos, de segundos incluso, y no tienes sueño, o te duermes en los coches, y te fallan las fuerzas, y se te quedan las manos frías aunque haga calor, y no importa la de cremas que te des porque se te pone la cara hecha un cristo y no sabes qué contarle a la gente, que te pregunta, que te dice qué te pasa, y tú que nada, que es que son cosas de hormonas, y hasta tú misma te lo terminas creyendo y te das a eso de la píldora por aquello de aprovechar los efectos secundarios.

Y no importa que estés a punto de estrenar vida y que el Euríbor deje de subir, porque el futuro es lejano y, como el pasado, estos días tiene forma de guadaña.

De guadaña y soga.

domingo, octubre 14, 2007

La página de hoy

Si hoy no hubiera hecho otra cosa más que leer esta página, el día habría sido tan provechoso como aquellos otros en los que la agenda se llena de esos garabatos infames con los que señalamos las tareas pendientes que dejan de serlo para convertirse en tareas cumplidas:

"El tiempo es un caballo que llora como una máquina sentimental. Escribo en la copa del árbol de los días poemas de prosa y libros de colores. Mi hijo se ha dormido en lo más profundo de sus zapatos y hay un reloj de pulsera fornicando en algún sitio con la eternidad. Espero que una mujer desnuda me llame por teléfono para invitarme a la vernisage de sus pechos. Octubre es lúcido como un matemático y extenso como la actualidad. No sé qué voy a hacer esta tarde, pero me gustaría amar a una muchacha que no tuviera un empleo fijo, o sentarme a leer en el parque, bajo la luz de los eclipses. Sea como fuere, enjabono mi cuerpo y me siento a esperar que la teoría de la relatividad llame a mi puerta."

Francisco Umbral, Mortal y rosa.

Foto: "Tiempo", por lasaimutil en Flickr.

Un gigantesco y absurdo sueño

"Sólo soy una niña de un pequeño pueblo en Georgia, quien tenía este gigantesco y absurdo sueño". Así, como si de una Cenicienta moderna se tratase -muy a lo Pretty Woman- se definió Julia Roberts en el homenaje que el rindió el viernes la Cinemateca Estadounidense.

Y resulta que la "niña" en cuestión, que quiso ser veterinaria pero estudió periodismo, terminó por convertirse, con poco más de veinte años, en la actriz mejor pagada de Hollywood, y hoy, dos décadas después de su salto a la gran pantalla, va por la vida pertrechada de una filmografía que supera la treintena de películas -en su mayor parte, grandes éxitos de taquilla-, un Oscar a la mejor actriz -por Erin Brockovich-, dos Globos de Oro a la mejor actriz -de nuevo por Erin Brockovich y Pretty Woman- y otro Globo de Oro más a la mejor actriz de reparto -esta vez por Magnolias de Acero-.

Para qué negarlo: me gusta la Roberts. Me gusta su sonrisa, clara y amplia, afable, aunque haya quien diga que tiene la boca como un buzón de correos. Me gusta su serenidad. Me gusta su vena camaleónica, su capacidad para adaptarse a cualquier tipo de mujer, por dentro y por fuera, delante de la cámara. Y me gusta su discreción. Esa difícil facilidad con la que la "novia de América" logra que, pese al indudable interés que despierta, no trasciendan a la esfera pública detalles de su vida privada que ella quiere seguir manteniendo como tales. Privados.

Creo que mañana volveré a ver Pretty Woman. Y después Novia a la fuga. Y eso porque no tengo La sonrisa de Mona Lisa ni Me gustan los líos, que dice mi primo Iván que fue el detonante para que me decidiera por someterme a la tiranía de la tecla. Tendré que volver a verla, por si acaso recuerdo alguna otra razón más para entender mi pasado, explicar mi presente y predecir mi futuro.

miércoles, octubre 10, 2007

[Sin título]

Se mira al espejo y no se reconoce.

Quisiera saber cómo ha llegado hasta allí.

Cómo es que ahora tiene todo el pelo blanco, blanco entero, con sólo treinta años, cuando hace apenas dos, justo antes de que empezase el final, tenía el pelo negro, pero negro negro, negro y fuerte, y estaba hecho un roble, y ahora, joder ahora, ahora no puede ni moverse de la cama y le ha costado un mundo levantarse al baño y, por el camino, agarrarse a la cómoda para mirarse al espejo.

Y joder, si es que no se tenía que haber mirado, coño, para qué se mira, si no han pasado ni dos años y parece que han pasado veinte, mierda, con lo bien que estaba, por qué se hizo el valiente, por qué no pidió ayuda, por qué se encerró, se encerró entre las cuatro neuronas de su mente calenturienta y puso esa máquina diabólica a trabajar a toda caña, dando vueltas, una, dos, tres, cuatro mil vueltas, y luego cuatro mil más, y así, una detrás de otra, y un día tras otro, joder, que parecía que no pasaban los días porque no podía dormir y se le juntaba la luna con el puto despertador, que no le despertaba porque no había dormido, sólo le recordaba que ahí tenía delante un día más, vaya mierda, un día más y una noche menos, que lo único que le gustaba era la noche, aunque no pudiera dormir, aunque sólo pudiera pensar, pensar y darle mil vueltas a todo, y todo para no llegar a nada, para no entender nada, y para que nadie le entendiera a él, para que no entendieran que no quisiera salir con nadie, que no quisiera hablar, que apagase el teléfono, que desconectase todos los cables, que casi no dijera ni "buenos días", que llegase, fichase, currase, volviese a fichar, se marchase a casa, le diera cuatro mil vueltas a todo y ale, otra vez a llegar, fichar, currar y así todo el tiempo, un día detrás de otro, y una noche, y otra más, hasta que el día se hizo noche, y la noche se hacía eterna, y un día, no sabe cómo, le dijeron que no volviera, que mejor que se quedase en casa, que se quedase al menos un tiempo, un tiempecito nada más, hasta que se sintiera mejor, pero resulta que el tiempo duraba ya casi dos años, y él no estaba mejor, ni iba a estarlo nunca, porque de día todo se veía igual que en la noche y la noche no se acababa nunca pero no le dejaba dormir y los pocos incondicionales que le quedaban le iban mirando como con pena, que creían que él no se daba cuenta pero sí, que sí, coño, que sí, que podía ser esquizofrénico, pero no gilipollas.

Foto: "Esquizofrenia", por "my_heart_flo" en Flickr.

Se acabó

Hoy es el Día Mundial de la Salud Mental y, para conservarla -si es que me queda algo de salud en ese aspecto-, nada mejor que cortar por lo sano con todo aquello que me perturba -más aún-.

Así que, lo dicho, se acabó.

Una pena.

lunes, octubre 08, 2007

Faltando un pedazo

El amor es un gran lazo,
una trampa que te aísla,
lobo que corriendo excita,
hace aullar a la jauría.
Comparamos su llegada
con la fuga de una isla,
tanto engorda como mata,
hace más cortos los días.

El amor es como un rayo
galopando en desafío,
abre sendas, cubre valles,
resuelve el agua del río.
Quien quiera seguir su rastro
encontrará en el camino
la pureza de un limón
o una soledad de espino.

El amor es la agonía,
va consumiendo despacio,
arrancando horas al hilo
hasta vencer el cansancio,
y al corazón de quien ama
le va faltando un pedazo
como una luna menguante
que se durmió entre sus brazos.

(Ana Belén y Juan Echanove, en el disco "Mucho más que dos", 1994)

domingo, octubre 07, 2007

De sueños y de razón


Ay. Me despierto sobresaltada. El sol entra por los huequecitos de la persiana, que nunca llego a bajar del todo, e inunda la habitación. Se cuela hasta mi cama y yo, nada más abrir el ojo, me dejo llevar por la agorera que hay en mí y me acojono pensando que si entra el sol es que es muy tarde, y que si es muy tarde es que me he dormido y no llego a trabajar, porque resulta que cuando yo me levanto no están ni las calles puestas y a la noche aún le quedan un par de horas de juerga.

Y cuando estoy a punto de gritar porque no se puede jugar con el despertador cuando tienen que renovarte un contrato, caigo en la cuenta de que es domingo. Coño, estoy peor de lo que pensaba.

Así que me rebozo un poco más en las sábanas, pego un tironcito de la colcha y, antes de dar media vuelta, cojo por banda a Umbral.

No hago ni caso al punto de lectura. No. Quiero releer. Volver sobre las marcas que voy dejando, con la esperanza de hacer una especie de comentario de texto que nadie leerá -quizá ni siquiera yo-, pero que me dejará tranquila la conciencia de lectora aficionada.

Así que abro Mortal y rosa por la primera página y me embobo en el segundo párrafo:

"Hay una época de la existencia en que uno decide ser sólo sus sueños, y el surrealismo es una adolescencia en cuanto que quiere alimentarse de sueños. Hay una madurez, un clasicismo -a cualquier edad de la vida- en que optamos por nuestra razón, por nuestro rigor, por nuestra estatura. Qué más da. Tan pueril es vivir de sueños como vivir de silogismos. Claro que se vive de lo que se puede, y tarda uno en aprender a vivir de realidades, de cosas, de objetos, como viven los seres naturales."

Toma ya. ¿Y qué hago si quiero vivir de sueños pero no tengo más cojones que rendirme a la evidencia del silogismo?

Foto: "La vida es sueño", por Avellanita, en Flickr.

sábado, octubre 06, 2007

La sonrisa de Charly

Le recuerdo siempre subido a una sonrisa. Tenía un punto de picardía, como si guardase en el quicio de sus labios el deseo de no terminar nunca de crecer. Como si se resistiera a perder la frescura -que de hecho cultivó hasta el final- y se negase del todo a adentrarse en la selva de los tejes y manejes y dimes y diretes de un mundo pretendidamente real en el que -fue de lo primero que me advirtieron- "los puñales silban por los pasillos".

Como me suele ocurrir con casi todo el mundo, también Carlos Llamas se me fue sin torear. La noticia de su muerte me cogió desprevenida, desperezándome frente al ordenador a eso de las siete de la mañana, mientras me colocaba los auriculares para escuchar el informativo local de la cadena de radio en la que le conocí. Su casa. La SER.


Cada noche durante seis meses, Charly -así le llamaban todos y así le recordaremos siempre quienes, de un modo o de otro, trabajamos a su lado- se encargaba de poner el timbre inconfundible de su voz serena, profunda, a la apertura y el cierre del programa en el que aprendí lo poco -poquísimo- que sé de economía, "Hora 25 de los Negocios". Llegaba, se sentaba a un lado de la mesa -nunca en el centro-, leía la entradilla y se marchaba, no sin antes regalar una de esas sonrisas suyas, que no sabías muy bien lo que querían decir, pero eso daba igual, porque lo importante no era lo que Charly te dijera con los labios, con los labios y los ojos chispeantes; lo importante era precisamente su intención. La intención de hablarte. Con los labios y los ojos. La intención de decirte "Hola, estoy aquí y soy tu compañero". Lo importante era demostrarte que existías. Y eso, cuando se trata del director de una de las tertulias más importantes de la radiodifusión española, qué quieren que les diga, hace que a una le suba la concentración de ego por momentos. O que al menos pueda reconciliarse consigo misma. Me sonríen, luego existo. O así.


Debí aprender más de Carlos Llamas. Escucharle más, observarle más, acercarme más. Escribirle de vez en cuando. Llamarle alguna vez. Ahora sería mejor profesional.

Pero, sobre todo, debí sonreírle más. Sonreírle más y aprender más de su sonrisa. Porque ahora sería mejor persona.

jueves, octubre 04, 2007

Birmania libre

Hoy pensaba escribir algo. Tengo el don de la oportunidad, pero al revés. Porque hoy resulta que no toca inspirarse.

Hoy los bloggers nos hacemos abanderados del silencio para gritar con una sola imagen por la libertad de un pueblo que lleva demasiado tiempo oprimido, pisoteado, ninguneado, explotado, engañado... jodido. La religión, por una vez, ha dejado de ser opio para convertirse en denuncia humana, andante, contante y sonante, y éste es el resultado:

lunes, octubre 01, 2007

Catarro de otoño

Después de su mujer, yo. Y antes que yo, M. Sencillo.

Pero lo de M. vino después de decirme que yo era “un soplo de aire fresco en su vida”.

Ahora lo veo claro. A ciertas edades, el aire fresco termina en catarro.

Foto: "Otoño en Madrid"

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