Es mi ahijada y es mi prima. Y hoy es su cumpleaños.
Por cosas de la vida, hace mucho que no la veo. Creo que no debería ser así. Supongo que algún día me arrepentiré.
La recuerdo de bebé. Cuando se quedaba grogui mientras yo la acunaba, pasillo arriba, pasillo abajo, con el miedo metido en el cuerpo porque siempre me he sentido torpe con los niños en brazos. La embobaba una camisa de rayas finitas que en aquel tiempo yo me ponía mucho -era rojiblanca y yo vivía la fiebre atlética con mucha intensidad-. Lloraba con desconsuelo a la hora de la siesta, porque no sabía cómo chantajearme para que, en pleno mes de agosto, la sacase a pasear, sin temor a la canícula, por las calles hirvientes de los Madriles solitarios. Me costaba un imperio darle de comer. Era cabezona. Como ella sola. Bueno, como ella y como yo, que nunca me he quedado atrás en eso de las ideas fijas.
Pero lo que más recuerdo es su sonrisa. Me miraba, sonreía y me desmontaba el chiringuito de la fingida firmeza que me proponía transmitirle. La sacaba a pasear aunque una sudase a chorros; aguantaba pedorretas, morritos, llantos y el catálogo entero de despropósitos infantiles con tal de que comiera un poco; si bien hacía como que me enfadaba por la confusión, en el fondo me ponía que la gente me dijera eso de "Qué niña más bonita tienes... ¡y qué madre más joven!"; y, sobre todo, debí de engordar seis o siete kilos el día que salí de la iglesia con esa preciosidad de ahijada de la mano.
Supongo que no leerá nada de esto. O quizá sí. Internet tiene estas cosas. A menudo descubres las letras menos pensadas.
En cualquier caso, lo escribo porque lo siento. Y, en el fondo, este Devezencuandario no es más que un escaparate de sentimientos. Ficticios o inventados. Con o sin nombre propio adosado. Pero sentimientos. Siempre.
Felicidades, Raquel. Felicidades y un consejo: no seas como yo. No termines por identificarte con "tu" canción. No pongas tu alma en el timón. No vayas por la vida escuchando sólo tu corazón. Y, si lo haces, no vayas en busca de un puerto. Los puertos llegan solos. Sólo hay que estar pendiente de los faros.
David Broza, Raquel.
Hola Raquel!!
ResponderEliminarMe alegro de que te apuntaras a mi sorteo, porque me encanta leerte...
Un besito y te seguiré en tus palabras y pensamientos...
Un besazo:))
¡¡Hola Laura!! Muchas gracias por tus ánimos. A mí me gustan mucho las cositas que haces. Te debo una entrada en el blog.
ResponderEliminarBesotes.
Ah, una cosita: Raquel es mi prima. Siento la confusión generada.
ResponderEliminarQué recuerdos tan bonitos... Una pena ese tiempo alejadas, pero la vida es así, a veces nos lleva por caminos un tanto extraños y la gente no es capaz de seguirlos o no entiendo por dónde vamos...
ResponderEliminarAunque no es lo que normalmente hago, no me parece tan malo escuchar sólo al corazón. Pero los faros... esos sí que no se pueden dejar pasar...
Yo últimamente no entiendo nada de nada. Trato de interpretar las posibles señales, pero resulta complicado. Los faros, a menudo, no tienen demasiada luz. Además, alumbran hacia delante. O sea, que lo inmediato sigue en penumbra.
ResponderEliminarPero al final todas las piezas encajan. Sucede siempre.
Eso es porque la gente emite demasiadas señales en lugar de decir lo que realmente siente y piensa... Lo dicho, una pena...
ResponderEliminar¿Encajan siempre...? No sé yo, Noelia, no sé yo...
Bueno, pensemos que sí. Yo creo mucho en el destino, la verdad. Aunque también pienso que cada uno le puede dar la mejor forma posible al argumento de su vida, aunque esté escrito de antemano.
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