Mañana se va a enterar. Le voy a freír a llamadas perdidas. Hasta que se le gaste la batería del móvil. Y que cuando le llame la petarda de su ex novia “no se encuentre disponible”. Y que rabie, ea.
Aunque en realidad creo que su ex novia no le llama. Creo que directamente va a su casa y se acuestan. Claro, ahora lo entiendo todo. Como conmigo no se ha acostado, no hay teléfono que valga... Si es que, tal como está hoy la vida, con un buen polvo todo se arregla...
Ayer me hizo lo mismo. Y antes de ayer. Y antes de antes de ayer. Gemma dice que no le llame ni le envíe mensajes. Que me tengo que dar a valer. Que un amigo de su amigo le ha dicho que a los chicos les gustan las chicas que son malas. Más que malas, malotas. Las que pasan millas, vamos.
Pero yo no puedo. Y mira que me lo propongo, pero no puedo. Siempre termino picando, y siempre contesta ella. “El teléfono al que llama no se encuentra disponible en este momento”. Si al menos saliese mi Bisbal cantando el Ave María...
Claro que lo que más me enciende es que al principio era él el que llamaba y yo la que pasaba. Y digo yo: ¿en qué momento cambiaron las tornas? ¿Cuándo fue que yo me convertí en su juguete?
Ahora que lo pienso, quizá se esté vengando de mí. Porque una vez dormí con él, le puse a cien cientos de veces y no le dejé mojar ni las miguitas. Y luego me largué y, si te he visto, no me acuerdo. Y me figuro que eso debe de doler. En ciertas partes, por lo menos.
Mi primo Eduardo dice que sí. Que a un tío no se le puede poner la miel en los labios para luego dejarle con las ganas. Que no te lo perdonan. Que o vas de estrecha o te abres cual chica fácil, pero que las dos cosas no... ni hablar del peluquín.
Lo que pasa es que la metáfora de la miel la entiendo yo a mi manera. Y yo digo que no se hizo la miel para la boca del asno, sobre todo si el asno en cuestión es viejo, gordo y calvo. Si es asno, viejo, gordo y calvo, la miel se queda en casa. Y como en El Corte Inglés, se ve pero no se toca. O se toca, pero sólo hasta donde yo diga.
Mi primo Eduardo dice que no. Y Gemma dice que tampoco. Claro que la teoría de Gemma es más contundente. Porque ella, que es psicóloga y, sobre todo, mujer de mundo, dice que yo, más que estrecha, fui gilipollas. Que no todos los días se encuentra una con un sexólogo a la vuelta de la esquina... digo de la cama. Y que con las experiencias tan decepcionantes que yo había tenido, pues que no estaría de más haber disfrutado en condiciones con un experto en la materia, ¿no?
Y yo le digo que sí, que en ese sentido tiene razón. Y entonces le llamo, pero él ha desconectado el teléfono para darle al vicio con la otra. Seguro.
El otro día va y me dice que le gusta la ropa interior negra. Y, aunque yo la detesto, me compro, rauda y dispuesta, un conjunto de sujetador y braguita –que no está mi celulitis como para lucirla en tanga-, un camisón de raso largo con la espalda al aire y una bata también de raso a juego. Todo negro. Y me lo pruebo en casa y me siento Cindy Crawford.
Y entonces le mando un correo y le propongo pasar un fin de semana entre sauna, jacuzzi y raso, mucho raso negro, en un balneario de Andorra. Esto fue hace diez días y aún estoy esperando que me conteste.
Así que ya lo he decidido. Que le jodan –con perdón-. Y que no le guste. Aunque hasta en eso tengo las de perder, porque, como es sexólogo, siempre le encontrará las vueltas al asunto para agenciarse un pellizquito de placer. Si es que, como decía mi madre, unos nacen con estrella y otros nacemos estrellaos.
Continuará...
Nota: Este fragmento fue publicado a finales del año pasado, como relato suelto... Pido disculpas a quienes ya lo leyeron y piensan que me repito más que el ajo, pero no puedo saltármelo si quiero seguir rescatando esta historieta que llevaba seis años durmiendo...
Nota: Este fragmento fue publicado a finales del año pasado, como relato suelto... Pido disculpas a quienes ya lo leyeron y piensan que me repito más que el ajo, pero no puedo saltármelo si quiero seguir rescatando esta historieta que llevaba seis años durmiendo...
Ya decía yo que me sonaba, jeje. Pero no importa! me gusta mucho cómo escribes y estoy enganchado a "tu verdadera historia".
ResponderEliminarBesos!
Gracias, Jon. En cuanto regrese a Madrid (es decir, dentro de unas horas), continúo.
ResponderEliminarBesos.
Hola Noelia:
ResponderEliminarAcabo de leer en tu blog un comentario que no me gustan nada: ¡será porque me afectan en casi todo!.
¡Con lo que me gusta! leer tus comentarios en el blog de mi admirada Condesa.
Te ries ¿? de los viejos, gordos y calvos, a mi me afecta lo de viejo y calvo, afortunadamente no haces pleno conmigo al no ser ni gordo ni delgado, pero creo que eso no es obice para que nos dejes en vertedero, seguramente con el trato, descubririas otros encantos.
Sigue escribiendo, por favor.
Salud
El Coronel
Coronel:
ResponderEliminarEn primer lugar, gracias por visitarme. Es un honor para mí recibirle en esta humilde casa.
En segundo lugar, he de decirle que no me río de nadie: es simplemente una manera de escribir. Quiere aproximarse al pataleo de una mujer cabreada porque un tío le está haciendo la vida imposible. Pero tengo mucho, pero que mucho respeto por las personas mayores que yo -de hecho, siempre voy con personas mayores que yo y siempre me enamoro de hombres mayores que yo-, por los gordos -yo no estoy precisamente muy delgada y en mi familia hay personas pasadas de kilos- y por los calvos -que, además, tienen su encanto-.
Por último, diré que mi padre era mayor -o sea, viejo, carrocilla-, gordo y calvo, así que entenderá usted que no tenga intención alguna de reírme de los hombres con estas características.
Un saludo... y gracias de nuevo por venir. Espero seguir contando con sus visitas y con sus comentarios.