 Abril me recuerda muchas y buenas cosas, pero, sobre todas ellas, una: el olor a jazmín y azahar de Sevilla, la atmósfera idílica de un paseo al anochecer por el barrio de Santa Cruz, un beso nunca dado -o dado a destiempo, que para el caso es lo mismo- en la plazuela de Santa Marta, la salida de la Macarena por el Arco de San Gil, la candelería crepitante de la Esperanza trianera, a punto de extinguirse -pero siempre y sólo a punto- en una tumultosa mañana de Viernes Santo en la calle Pureza. Y la feria. Y los volantes. Y el paseo de caballos...
Abril me recuerda muchas y buenas cosas, pero, sobre todas ellas, una: el olor a jazmín y azahar de Sevilla, la atmósfera idílica de un paseo al anochecer por el barrio de Santa Cruz, un beso nunca dado -o dado a destiempo, que para el caso es lo mismo- en la plazuela de Santa Marta, la salida de la Macarena por el Arco de San Gil, la candelería crepitante de la Esperanza trianera, a punto de extinguirse -pero siempre y sólo a punto- en una tumultosa mañana de Viernes Santo en la calle Pureza. Y la feria. Y los volantes. Y el paseo de caballos...... y una canción. Una canción que escuché paseando junto al río en una tarde de soledad en la que, en lugar de refugiarme en la tristeza, me encontré conmigo misma por sorpresa.
 
 
 
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