domingo, noviembre 25, 2007

Con el alma apisonada

Nunca le puso la mano encima. Nunca. ¿Cómo iba a denunciarle entonces? ¿Qué iba a decir en la comisaría? ¿Que no tenía un solo moratón, pero que él había pasado como una apisonadora por encima de su alma? ¿Que ya no sabía quién era? ¿Que ya no sabía qué le gustaba? ¿Qué quería hacer con su vida? ¿Qué hacía antes de conocerle a él? ¿Qué era reír? ¿Qué era salir con sus amigas?

¿Qué iba a decir? ¿Eh? ¿Qué? ¿Que ella era para él una puñetera mierda? ¿Que él hacía que se sintiera un cero a la izquierda en cada momento del día? ¿Que siempre andaban a gritos? ¿Que nunca hacía la comida que a él le gustaba? ¿Que el plato no estaba lo bastante caliente? ¿Que tenía que prepararle siete menús distintos cada noche porque él nunca estaba conforme con nada? ¿Y que cuando llegaba frente al plato, sólo la miraba con cara de asco y le decía que nadie cocinaba como su madre, que ella era una inútil y que no tenía que haberse casado nunca porque ni siquiera era lo suficientemente mujer como para haber tenido hijos? ¿Que no valía ni para eso?

¿Era todo eso motivo de denuncia? ¿Era motivo de denuncia que le prohibiera ir al psicólogo? ¿Que le escondiera las pastillas que le recetaban? ¿Que cuando se enfadaban -cuando se enfadaba él- lo arreglase todo con una copa de vino? ¿Y luego otra? ¿Y otra? ¿Y otra más? ¿Que él la había convertido en una muñeca de trapo, desvencijada, con las tripas de algodón asomando por encima de los vestidos ajados? ¿Con el pelo enredado en una madeja inmunda de pensamientos que no la llevaban a ningún sitio, porque donde quería irse era lejos, lo más lejos posible de él, y él apenas la permitía ir más allá de la puerta de su casa?

¿Eran eso malos tratos? ¿Lo eran? ¿Era maltrato que la gritase delante de todo el mundo? ¿Que jamás le dirigiera una mirada de cariño?

Y si aquello era maltrato, ¿por qué todo el mundo se callaba? ¿Por qué nadie decía nada? ¿Por qué sólo bajaban la cabeza y la miraban con cara de pena?

¿Cómo iba a denunciarle, si siempre que las cosas llegaban demasiado lejos, siempre como hoy, él llegaba con un ramo de rosas rojas, le pedía perdón y le decía entre pucheros que no, que aquello no iba a volver a suceder, que iban a ser felices, que es que estaba cansado, que le perdonase, que iban a arreglarlo, que había sido un torpe?

¿Cómo decirle al agente de turno que siempre pensaba que aquellas rosas rojas serían las últimas y terminarían junto a una lápida con su nombre en la soledad fría y gris del cementerio?
¿Que se estaba muriendo de pena y no había orden de alejamiento posible para tanta amargura?

25 de noviembre. Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres.

Campaña de sensibilización de la Federación de Mujeres Progresistas.

Foto: "Encadenada", en Flickr.




Pasión Vega, María se bebe las calles.

sábado, noviembre 24, 2007

Noches de Bohemia

... y que todas las historias terminen así...




Navajita Plateá, Noches de Bohemia.

Que prime lo que importa

Un mechón. Una luz de plata que irrumpe como un rayo en medio de una cabellera roja y espesa. Y, más allá del mechón que la distingue, un micrófono que recoge una voz que la distingue aún más. Porque su voz no es sólo suya. Porque, como dijo en la gala de entrega de los IX Premios de la Academia de Televisión, su voz ha sido, durante casi cuarenta años como corresponsal de Televisión Española, "la voz de los que no tienen voz".

Las palabras de Rosa María Calaf, premio a "Toda una Vida", fueron de lo más profundo cuanto se dijo en la gala, sesión continua de sonrisas forzadas y discursos requetepreparados que pretenden sonar a palabra improvisada, escena catódica con ínfulas hollywoodienses diluidas entre gags de barrio.

La Calaf quiso hablar de periodismo. Y lo hizo con precisión e incisión, con dos avisos para navegantes: primero, "que lo que impacta no prime sobre lo que importa"; segundo, que se cuide a los periodistas, que la "precariedad" es el primer paso para que el buen periodismo dé con sus huesos en la tumba definitiva.

Cordura. Sólo un poco de cordura. Y, si acaso, compromiso. ¿Es tan difícil?

Las cosas más pequeñitas

Si aprendiéramos a saborear las cosas más chiquititas, seguramente todo sería más fácil. Lloraríamos menos y sonreiríamos más.




Nolasco, Las cosas pequeñitas.

Loca en blanco

"Escribir es un oficio de locos." Lo ha dicho él. Mirándola. Que la miraba porque sabía que ella había hecho quinientos kilómetros subida en un autobús de mala muerte, sólo para verle de cerca y pedirle que le dedicase su última novela, la que había leído siete veces en un mes, a escondidas, soñando con transformarse en la mujer valiente y decidida que vivía en aquellas páginas.

De locos. Lo ha dicho, ha terminado el coloquio, ha pasado por delante de ella y ella ha sido incapaz de decirle nada.

Estaba loca. Y en blanco.

Como la noche.


Foto: "La pluma 1", en Flickr.

jueves, noviembre 22, 2007

Silencio

Quiere llorar y no puede. Tiene piedras en el alma y esparto en las pupilas. No es que se haga la fuerte, es que parece como si la muerte pasase por delante de sus ojos en forma de telefilme barato, sin una simple banda sonora que llevarse a la boca para que las notas, do-re-mi, fa-sol-la-si, resbalen por la garganta y ablanden el nudo que le oprime el estómago.

Mira a su alrededor y sólo ve rostros ausentes. Miradas perdidas, que hacen lo posible por no encontrarse porque las palabras no salen por la boca y es preferible evitar que se escupan por los ojos, que los ojos no saben callarse y, de momento, será mejor que los párpados pesen, que caigan a plomo y mantengan la cosa en silencio.

Silencio. Que todo sea silencio, que se haga de noche, que el día se duerma y la vida se calle, que los recuerdos dejen de gritar y se quede todo en silencio, la calle, la casa, la cama, silencio, todo en silencio, en silencio y a oscuras, que se callen todos, que nadie chille, que no hablen las voces que la marean, esas que oye a lo lejos, que ni siquiera susurren, que no quiere oír nada, ni ver nada, ni saber de nadie. Nada. Ni luz, ni ruido. Sólo silencio. Silencio y noche.

Que en la noche se duerme. Se duerme y se sueña. Y si se sueña todo es mentira. Aunque a veces la mentira es mucho más real que todas las verdades juntas.

Silencio. Que se callen. Que se duerman. Que la sueñen.

martes, noviembre 20, 2007

Uno más

Cumples años. Hoy cumples años, pero en realidad siempre celebras algo. O deberías. Cada año que cumples, cada mes que estrenas, cada semana que comienzas, cada día que despiertas, cada hora que miras, cada minuto que sueñas, cada segundo que sonríes. Cada instante que respiras.

No te das cuenta, pero tú respiras y hay alguien más que vive de ese aire que te quedas un ratito. De pequeños poníamos en las carpetas, cuando se estilaban las dedicatorias, eso de que "puede que para el mundo no seas nadie, pero para alguien eres el mundo". O algo así. Pues lo que trato de decirte -de escribirte- es más o menos eso. Que hay quien vive de ti. Por ti. Porque respiras, porque sonríes, porque sueñas, porque miras, porque despiertas.

Por eso tu cumpleaños es mucho más que tuyo. Y por eso no deberías sorprenderte de que te felicite tanta gente. De que te demuestren que te quieren. Sí, que te quieren. Que hay mil doscientas cincuenta y siete maneras de querer, todas ellas diferentes, y a cuál más posible y más sorprendente. Más auténtica. Más emocionante. Más onírica, más utópica, más etérea. Más.

Más, siempre más. Siempre sumar.

Como sumas ilusión en el corazón ajeno cuando te brillan los ojos. O cuando se intuye una caricia con una sola mirada. O cuando hablas de tu sueño, de ese sueño azul cuajado de olas blancas, y se huele el mar en cada esquina de la ilusión que desprenden tus palabras serenas.

Tráete el mar. Tráete un poquito. Dile que te meza. Que te meza cada noche. Que te acune, que te cante, que te devuelva la calma de las noches de luna, la fortaleza de la roca perenne, majestuosa en el acantilado abrupto y mágico a la vez.

Magia. Dile que te envuelva en magia.

Ése será tu regalo. Y lo tendrás siempre. Siempre.

Foto: "El horreo encapotado!", en Flickr.

Letras que no tiré


Guardar cosas puede parecer un ejercicio de masoquismo. Una manía de acumulación sin sentido. Un modo como cualquier otro de perder el tiempo.

Pero a veces viene bien.

A veces uno recorre los huecos de la memoria forzada y encuentra perlas que en su momento escondió en la concha opaca de un archivo cualquiera, sin saber que un día abriría la concha en cuestión y encontraría la perla, más grande, más brillante, plena en todo su sentido.

Perlas como éstas:

Cuando estamos en un hospital y cuando nos enamoramos, nos damos cuenta de hasta qué punto son frágiles nuestras vidas y nuestros cuerpos”.

¿Cómo he llegado a enamorarme tanto de ti? ¿O es que yo necesitaba enamorarme? Necesitaba tanto enamorarme que me hubiera enamorado de una mesa. Pero hasta las mesas tienen que tener encanto si quieren que alguien se enamore”.

Encontrar su hombre es para una mujer como para un escritor encontrar su tema, ése que es sólo para él porque nadie lo escribiría como él. No hay un solo tema ni un solo hombre, pero no hay infinitos temas ni infinitos hombres”.

Creía que me esperaba un bosque de historias y de chicos y de años por venir, y que no era tan grave dejar que uno se fuere, o perder un cuaderno con el borrador de una novela inacabada, porque vendrían más hombres y más ideas y no sabía, como sé ahora, que todo lo que uno deja ir lo pierde para siempre”.

El amor se puede dar, pero no se puede pedir”.

Eugenia Rico, La edad secreta.

Hiere

Siento un vacío
que me lleva hasta ti,
donde más duele,
y no sé ya si vivir.

Entre tus manos,
el amor que yo te di,
mientras mi alma
se queda sola y sin ti.

Camina entre las nubes
el aire que poco a poco se va;
mi mundo se hace pequeño
en la inmensidad.

Siento el agua tan fría y bebo
tu boca cuando me la das,
y mi risa se hace triste
al ver tu falsedad.

Hiere, hiere, hiere, mi corazón muere,
hiere, hiere, hiere, el amor que me das duele... como me duele...

Nace la melodía
que ensalza la verdad;
tenebrosa se esconde
en mi alma,
jugando con tu pelo,
la brisa de tu boca.

Y es que siento
que el amor es libre,
como la tormenta
que nunca se va,
como las caricias que tú me das.

Montse Cortés, Hiere (letra y música: El Panki).

lunes, noviembre 19, 2007

No esperar

¿Durante cuánto tiempo se puede no esperar? ¿No esperar es lo mismo que desesperar? ¿O lo mismo que no tener paciencia? ¿Dónde está el límite de la espera? ¿Está en la ilusión? ¿Está en el corazón? ¿Está en la utopía?

Lo malo de las expectativas es que ellas mismas encierran la esencia de la desgracia: esperas mucho, fracaso; no esperas nada, éxito. Así es la vida, en términos absolutos. Nada. Todo. Poco. Mucho.”

Carmen Amoraga, Algo tan parecido al amor.

domingo, noviembre 18, 2007

Tristán e Isolda

La película no tiene mucho que ver con la leyenda celta, ni tampoco con la ópera de Wagner, pero, ¿qué más da si la historia te acaricia el alma?



... "No sé si la vida es más grande que la muerte, pero el amor fue mejor que ambas".

Amigo, Vicente

Fue magia. Fueron en un segundo mil trescientas cincuenta y ocho emiciones contenidas, aprisionadas y liberadas, en sólo un instante, entre las notas juguetonas, dulces, envolventes, de una guitarra que encierra, ella con la mano que la mece, el secreto etéreo del arte, el embrujo. El duende.

Fue una hora y media. Dicen. Yo no podía contar. Yo no podía casi respirar. Sólo podía escuchar la magia, inhalar la magia, vivir la magia. Y envidiar la magia, querer ser magia, soñar con magia, preguntarme por qué la magia sólo es para los elegidos, y responderme que, de no ser así, no sería magia.

Que de no ser así, no sería Vicente Amigo.

Amigo, aquí tienes a Vicente.





P.D.: Gracias, Germán, por acompañarme. Y por el disco. Y por tantas cosas. Y a ti, Pablo, por ilustrarnos. Aunque sólo fuera un poco. Espero que el epílogo resultase tan mágico como el preludio.

sábado, noviembre 17, 2007

Algo tan parecido al amor

Acabo de terminarlo. Me lo he bebido. Casi literalmente. Me he enganchado en un par de días como si fuera droga dura, como si sus letras me redimieran del pecado de querer, como si sus líneas me regalasen, por aquello de la empatía, una explicación para el maremágnum de sentimientos que mantienen mi ánimo en una noria constante, tanto más alta cuanto más tiempo pasa y lo que se supone que debería irse diluyendo, por el paso del tiempo, se hace cada vez más y más fuerte, y más, y más, y hasta me asusta tanto dejar de sentirlo como no ser capaz de ponerle freno.

Algo tan parecido al amor se ha convertido ya en uno de mis libros de cabecera. Será mi próxima compra. Creo. Aunque haya quien diga que "toca las fibras sensibles de un lector poco exigente".

Creo que será mi próxima compra porque no sé si antes compraré algo de Luis García Montero, que me empezó a interesar por mi afinidad con Covi y cuyo poema "Aunque tú no lo sepas" -que sirve de inspiración para una de mis canciones favoritas-emplea Carmen Amoraga como epílogo a la novela con la que se consagró como finalista del Premio Nadal.

He apuntado muchas cosas. He tomado muchas notas y he tratado de que no se me olvide nada de lo que he sentido leyendo. Pero, sobre todo ello, me quedo con una de mis grandes preocupaciones. Está reflejada en la novela y hoy descubro que la frase que la resume de manera magistral y que oí no sé dónde la dejó escrita George Bernard Shaw:

"Hay dos tragedias en la vida. Una es no alcanzar el deseo de nuestro corazón. La otra es alcanzarlo."


A sus 95


La felicitación llega un poco tarde, pero una es refranera y siempre encuentra un buen modo de justificarse con aquello de "más vale tarde que nunca", así que, con retraso, pero con el mismo cariño y la misma admiración que si hubiera escrito estas líneas hace veinticuatro horas, ahí va mi ENHORABUENA para María Amelia, la bloggera más anciana del mundo, galardonada con el premio BOB a la mejor bitácora en español.

Todo comenzó como un regalo de su nieto, que, sin saberlo, a quienes en verdad agasajaba era a los futuros lectores de su abuela, que siempre encuentran en A mis 95 un refugio sereno, tranquilo y sonriente para guarecerse de las prisas y la individualidad a la que nos condena el ritmo de vida que llevamos.

Gracias a ambos. María Amelia, sigue escribiendo. A tus 95, a tus 96, a tus... SIEMPRE.

jueves, noviembre 15, 2007

Para Alguien con clase

Tiene talento. Tiene talento y lo sabe. Pero no lo parece. Que lo sabe, digo. No lo parece porque no se lo cree. Y si se lo cree, no lo demuestra.

Quiere ser el hombre más normal del mundo, y lo sería si no fuera porque, en realidad, no hace falta rascar mucho para darse cuenta de que es un profesional como la copa de un pino y una persona para quien todo calificativo ponderativo resulta escaso.

No voy a dar su nombre porque quizá dejaría de hablarme. Si no para siempre, al menos sí durante una temporada. No me perdonaría que pecase contra su discreción.

Pero, como él ya sabe de qué hablo y no necesito poner etiquetas a la realidad, le regalo esta humilde entrada como felicitación para un trabajo del que me habló emocionado este verano y cuyos resultados aplaudo, sin sorprenderme, pues nunca dudé de la calidad que atesora.

De su clase.

Y como banda sonora...



Enhorabuena... y que sean muchos más.

miércoles, noviembre 14, 2007

¿Marketing viral?

Puede que sea mentira. Que no haya chica, ni amor. Ni siquiera Metro. Puede. Pero la historia es bonita. Y si no es cierta, ¿qué más da? Las certezas, a menudo, dan asquito. Así que, puestos a escoger, entre una certeza asquerosa y nada evocadora y una historia falsa pero con tintes de comedia romántica, qué quieren que les diga, prefiero lo segundo.

"I saw the girl of my dreams in the subway tonight", reza el dibujo que en los últimos días recorre la Red nudo a nudo. Qué bonito. La chica de sus sueños. En el Metro. Esta noche. Oh.

Vi la imagen por primera vez gracias a la tenacidad rastreadora de Laura, y después me reencontré con ella vía Covi, que a su vez me remitió a El Catalejo y, a falta de un Javi Boix que me ilustre en términos de mercadotecnia, me tiré de cabeza al océano wikipédico para saber qué era eso del "marketing viral".

Si me quieren infectar, que me infecten. Me pierden las historias pasteleras. Lo peor es que me las creo.

Como me creí esta, que por aquello de haber encontrado el cartel plagando las farolas de las calles de mi ex-pueblo, me resultó mucho más conmovedora. Efectos de la cercanía...

¿La encontraría?

martes, noviembre 13, 2007

Un libro a medias

Hacía mucho que no dejaba un libro a medias. Pero como últimamente no termino nada -ni las dietas, ni lo que escribo, ni las mudanzas... ni nada-, no me extraña que deje colgada la lectura de Doris Lessing que me había autoimpuesto para conocer algo más del último Premio Nobel de Literatura.

No he podido pasar de la página 90. Lo siento. Y eso que lo cogí con ganas. El título era cursi, pero las reseñas que encontraba por internet prometían. De nuevo, el amor. Bien. Podría ser ligerito y lo terminaría pronto. Y me haría llorar a veces -falta me hace, aunque a estas alturas yo me lloro sola-. Y conocería algo más de universo femenino sobre el que, dicen, tan bien escribe la Lessing.

Pero no.

Lo he dejado por imposible. Eso sí, las 90 páginas leídas me han aprovechado. En la libreta me quedo con cosas como:

"Parece existir una regla según la cual lo que condenamos aparecerá antes o después en nuestras vidas".

"¿Acaso hay algo más extraño que la manera en que los libros que armonizan con nuestra condición o situación en la vida vienen al encuentro de nuestra mano?".

"Me he pasado años y años cargada de Deber, trabajando como una loca, y si no tengo cuidado saldré volando por los aires como un globo de hidrógeno".

"Lo que resulta verdaderamente interesante de la gente no es lo que la vida les procura. Eso podemos remediarlo, ¿o sí?".

"Vuelva usted mañana"

Lo intenté. Con todas mis fuerzas. O casi. Intenté cambiar el chip, ser una chica aplicada y resolutiva, ponerle un piso a mi fuerza de voluntad y tirar de ella hasta la extenuación, pero, ¡ay!, con los funcionarios me topé y el día se me torció.

Primero Hacienda. Vengo a cambiar el domicilio fiscal. Bien, déme los datos. Horror, como me pida algún justificante de mi nuevo domicilio estoy perdida; no he traído las escrituras, ni el recibo del agua... ni nada. Qué imbécil soy. Qué poco precavida. Rellene esta hoja. ¿Ya está? Ya está. [Cara de seta alucinógena revenida]. Disculpe: ¿podría darme un certificado? ¿Algo que demuestre mi cambio de domicilio? Es por presentar en el trabajo para justificar el día de mudanza, ¿sabe? Ufffffffffffffff... empiezan los problemas; tendría que hacerle un certificado... teclea no sé qué y se van sucediendo, una tras otra, pantallas antediluvianas en la pantalla plana de su ordenador... vaya allí y compre el impreso 01 y entonces vuelva... Déjelo, gracias. Creo que iré a empadronarme y presentaré el certificado de empadronamiento. [Semblante de seta aún mejor caracterizado. Claro. Por mi culpa ha tocado veinte o treinta teclas más de la cuenta].

Segunda escena. Tráfico. ¿Por qué no iría antes al ayuntamiento? Cuarenta vueltas para aparcar. Ni un solo parking a un kilómetro a la redonda. Manda huevos. Por fin encuentro sitio. Me doy el paseo. En una esquina, justo antes de llegar a la Jefatura, dos listillos -no voy a decir de dónde, por no herir susceptibilidades... al fin y al cabo, lo que está mal hecho, mal hecho está, y da igual quién lo haga- venden tickets para que no tengas que esperar dos horas de cola frente a la ventanilla. Madrugan ellos por ti y hacen negocio a costa de sus horas de sueño perdidas. Yo no compro tickets. No voy a renovar nada y no he traído suelto. Y he madrugado, así que no me sale rentable. En la puerta de Tráfico todo son carteles de papel, mustios, y flechas que, con suerte, te indican el lugar donde has de ir para efectuar tus trámites. Creo que tengo que subir a la primera planta. Hay cola frente a la ventanilla de la derecha y turno de espera -esta vez con la gente sentada- frente a la ventanilla de la izquierda. Para poder sentarte tienes que hacer cola de pie para que te den número. Bien. Espero. He traído un libro. Espero. Me toca. Llego a la ventanilla después de más de media hora y a la funcionaria de turno le suena el móvil y se levanta a darle a la sinhueso. Por el resto de las ventanillas van pasando los que hacían cola tras de mí, y les atienden, y les resuelven la vida en forma de papel, pero yo espero. Espero mientras busco con la mirada a la funcionaria-que-habla-por-el-móvil, pero la conversación debe de ser muy interesante, pues no la termina ni de broma. Sigo leyendo. El Trastorno Afectivo Bipolar es interesante. Espero no entrar en crisis. Hola. Ella también me pone cara de seta. Ahora entiendo por qué están entre cristales. Se defienden frente a posibles ataques de ciudadanos no tan hartos de esperar como de los desmanes que estos funcionarios regalan a tutiplén. Hola. Vengo a cambiar la dirección del permiso de circulación. Certificado de empadronamiento. ¿Qué? Certificado de empadronamiento. No lo traigo. Pues pídalo y vuelva usted mañana. Vengo de Hacienda y allí no lo piden. Pues aquí sí. ¿Pero no pueden comprobar dónde vivo dándole a una tecla? Para enviarme las multas le dan a la tecla que da gusto... No, no podemos. Vuelva mañana. Vivo en las Chimbambas y he pedido hoy el día libre para hacer estas gestiones. Pues vuelva hoy antes de las 16.30. No puedo... ¿no podría presentarlo después? No. Pero... No, lo siento, vuelva usted mañana.

Muy bien. Que te jodan. Que te jodan, que te jodan, que te jodan. Que te jodan. ¡¡Que te jodaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaan!!

13.50. Quedan diez minutos para que cierre el ayuntamiento. Pruebo suerte. Hola. Vengo a cambiar los datos del padrón. ¿Has traído un recibo del nuevo domicilio? [¡¡Noooooooooooooooooooo!! Estoy a punto de llorar, de llorar, tirarme al suelo, patalear... Como la madre del anuncio, pero sin niño]. No, es que no me daba tiempo porque tenía que resolver esto hoy y ya cerrábais y... Vale, no te preocupes. Tráelo otro día, que te voy haciendo el cambio... y es que lo necesito para cambiar la dirección del permiso de circulación... Bueno, si quieres te lo podemos gestionar desde aquí. ¿Sí? Sí. Rellena esto, llévalo a Registro y ve a Rentas a pedir la información. Y aquí tienes el certificado de empadronamiento, para que lo presentes en el trabajo.

Gracias... gracias... ¡¡graaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaacias!!! ¡¡Que viva Alpedrete!! ¡¡Alpedrete y sus funcionarios!!

Menos mal que aquí no les pone Larra.

lunes, noviembre 12, 2007

Cambiar el chip


Dice Carmen que en la vida todo es cuestión de cambiar el chip. De prepararse. De decir a las neuronas "oye, mira, esto se acabó... a partir de ahora las cosas son distintas y toca lo que toca". Y ese cambio de look en la supervisión suprema de las conexiones neuronales lo mismo vale para ponerse a dieta que para olvidar un amor. O un rollo. O una muerte insospechada, o una amistad que naufraga, o una mala cara a destiempo y reiterada de manera cíclica en el tiempo, o... O.

Yo intento hacerle caso, pero no sé muy bien cómo. Reconozco mi torpeza y anticipo mi fracaso.

Esta mañana lo he vuelto a intentar. Me he levantado casi a la primera -lo que supone ya un cambio de actitud en toda regla para alguien que, como yo, deja sonar el despertador en la función snooze hasta que a mi señora madre le revientan los tímpanos y me suplica que por Dios, que apague el bicho ya y me levante, que ya es hora- y no me he lanzado en plancha al frigorífico. Y he pensado lo justo, porque enseguida he cogido mi taza de café y he ido picoteando de los titulares en las versiones digitales de la prensa del día.

Y fíjense si cambio el chip, que casi un mes después de la última vez, he escrito de nuevo.

Y hasta intentaré escribir una vez más al final del día para dejar plasmados mis progresos -si es que los hay- o -Dios no lo quiera- mis fracasos -lo que, habida cuenta de mi bagaje vital, es lo más posible-.

Foto: "Poem of the dawn", en Flickr.

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