Se abrió la puerta y ahí estaba él. Fundido en negro, de la cabeza a los pies, pasando por el rostro -ay, qué rostro-, que no parece haber dejado vivo un solo rayo de sol en la temporada americana. Todos para él. Todos. Los únicos puntos discordantes con la sincronía monocromática de su uniforme fueron el rojo del lazo que lucía en la solapa -además de estar cañón y ser un pedazo de torero, resulta que tiene más de dos dedos de frente y está siempre presto a echar un capote a las
causas solidarias, en este caso, la lucha contra el sida- y ese registro tan peculiar de verde que se le intuye en los ojos desde la distancia.
El resto se veía venir: entró
Cayetano por la puerta de Casa Juaneca y, de repente, todas las cabezas -especialmente las de la cuota femenina del evento, todo hay que decirlo-, se giraron a un tiempo -alguna hasta correr el peligro inminente de descoyuntarse- para verle hacer el paseíllo.
Cayetano, tímido que es el chico, avanzaba entre la multitud al amparo de
Curro Vázquez -
Curro de mi alma, que no me reconoció, con todo lo que le he dado la lata en estos últimos años-, que ejercía, más que de maestro, de profeta, al estilo de
Moisés mientras surcaba las aguas del Mar Rojo, con medio mar a su derecha y el otro medio a su izquierda.
Y claro, fue contemplar la efigie de
Cayetano -y su figura apolínea, que diría el director de arte de
Bulevar 21 en "Yo soy Bea"- y quitárseme todos los males. Que una le ve venir, aunque sea de lejos, y oye, se le olvida que olvidó tomarse el Lexatin, que la báscula casi se rompe por la mañana, que ha tenido que ponerse un modelo premamá para restar protagonismo al michelín de turno y que se ha dejado puestas, por descuido, las gafas nuevas, con las que, dicho sea de paso, no parece conocerme ni la madre que me parió-.
Es el segundo año que
Manuel Durán me alegra el día vía
Cayetano, porque, por segunda vez,
Cayetano recogió el capote de paseo que le distingue como Mejor Novillero con Picadores de la Feria de San Sebastián de los Reyes para la
Peña Los Olivares -dirigida con esmero por otro
Cayetano, esta vez
Muñoz en lugar de
Rivera-.
Del estreno tengo testimonio gráfico gracias a
Alberto Simón:
Del segundo me quedo con las ganas por las prisas que nos entraron a
Paloma y una servidora por recoger los abrigos y el lío que organizaron en el ropero con los visones -si es que no hay nada como los chaquetones de paño, oiga-.
Con quien sí hubo foto fue con
Luis Corrales, que, en nombre de la
Plataforma para la Defensa de la Fiesta, recogió el
Trofeo Julio Robles.
Israel Vicente se hacía el remolón -no sé si por no ponerse a mi lado... porque dice que últimamente estoy de lo más deprimente en estas humildes entradas devezencuandarias-, pero al final picó. Y somos tan
sttupendos, que hasta los espíritus quieren posar con nosotros, momento inenarrable que retrata
Miguel Ángel Castander.
También hizo retratos por doquier
Muriel Feiner -con quien mantengo una eterna cita pendiente en la agenda-, mientras
Domingo Estringana -alma de la
Filmoteca Gan-, recogía en vídeo las apariciones estelares de
Gabriel Picazo -impecable en un traje con cierto brillo navideño-,
Julián López padre -el hijo estaba en un avión de regreso a España, igualito que
Pablo Hermoso, cuyo premio recogió su hermano
Juan Andrés-, "
Chechu" -que me adelantó el regalo navideño: un calendario para que no siga perdiéndome las quedadas con mis amigos-,
Ángel Majano -enviado especial de
José Antonio Carretero, a la sazón compañero de fatigas de "
El Juli" y
Mendoza-,
Manuel Núñez y
Ramón Ibáñez -representantes de las ganaderías de
Vellosino y
Nazario Ibáñez, respectivamente-,
Luis Miguel Leiro -fiel abanderado de aquello que decía "
lo bueno, si breve, dos veces bueno" y el mismo
Manuel Durán, galardonado con el sentido homenaje que supone el
Trofeo Paulino Perdiguero, como recordó
Pedro Sáiz -una voz que se me antoja relato viviente de los tiempos más brillantes de un estilo radiofónico ya en peligro de extinción-.
Me estoy enrollando y no me va a dar tiempo a pintarme el ojo antes de la salida sabatina de rigor, así que al resto de amigos los nombro a vuelapluma -ellos bien saben que, con letras o sin ellas, el cariño es el mismo: mucho-, desde
Olga Adeva y
César de la Serna hasta
Manuel Revelles -escultor de los trofeos- y su esposa
Carmen, elegante ganadera donde las haya, pasando por
Julián Agulla y su más fiel "escudera",
Mari, o el fenómeno de
Pedro Giraldo.
No me crucifiquéis si a alguien me dejo: recordad que estamos en Navidad, no en Semana Santa. Aunque un pellizquito de pasión no estaría nada mal...