No soy modelo. Y eso que doy la talla. Doy la talla y hasta voy sobrada. En todo menos en la estatura, todo hay que decirlo. Tengo IMC (Índice de Masa Corporal) para mí y para regalar a alguna que no se haya atrevido a subirse a la báscula por miedo a que no baile la aguja. Sé andar con tacones -casi me caigo del sofá cuando hace un rato, en "
Supermodelo 2007", comentaban que las aspirantes a tal calificativo no saben andar subidas en el andamio... qué mal está la profesión, oiga usted- y no se me da mal combinar la ropa. Mis compañeros de la tele me dicen, para picarme, que soy el colmo de la sofisticación y el
glamour del "
Buenos Días". Y esto de la moda no me resulta del todo ajeno porque me he pasado media vida entre patrones, telas, hilos, alfileres y máquinas de coser -es lo que tiene tener una madre modista, y de las buenas-.
Sin embargo, nada más poner un pie en
Pasarela Cibeles se me ha caído la carpa encima y todo el negro de la pasarela se ha fundido con el negro del conjunto que me he puesto para ocultar el michelín veraniego con una cierta dosis de pretendida elegancia: tanto
fashionismo no está hecho para mí.
En mi primer contacto con las altas esferas de la moda, no son las modelos lo que más me ha sorprendido. Ni los diseñadores. Los protagonistas son tal como esperaba.
Me ha sorprendido lo demás. Las ansias de llamar la atención de más de una plumilla, que piensa que porque se estudie el
Vogue nada más salir del kiosko y se gaste el sueldo del mes y la paga extra y hasta los extras de los especiales en los "básicos" que proponen para cada temporada y copie el
look de las
celebrities y se peine como aconseja el estilista de turno y calque el maquillaje que sugiere el publirreportaje del mes, es más que las demás. O es. Simplemente. Como si el hábito hiciera al monje. O como si importase más el
atrezzo que te rodea a la hora de contar las cosas que el fondo y la forma de lo que estás contando.
Yo, ante esto, pierdo los papeles. Menos mal que
Duyos me pone fácil el primer directo y con
Montesinos puedo perderme en términos taurinos aplicados a la moda -aunque el que casi termina perdiéndose de verdad es el propio
Francis, corriendo arrriba y abajo por el vestuario mientras yo le perseguía micrófono en mano y el pobre cámara se las veía y se las deseaba para que aquello no pareciera el juego de las sillas, pero con perchas y vestidos-.
Tengo cuatro días más para que se me quite el complejo de "patito feo". Y no pretendo ser un cisne, que conste. Me caló
El Diablo viste de Prada y no pienso comer un quesito en todo el día por caber en una talla 32 de unos pantalones que me dejan medio culo al aire y me comprimen arterias, venas y capilares.
Al menos Cibeles sirvió para reencontrarme con uno de mis cámaras predilectos, compañero de fatigas en mis primeros tiempos en
Localia y un grandioso profesional que ahora "hace de las suyas" en "
Madrid Directo". Un placer,
Dani.