Llevo todo el día pensando qué podía escribirle y, cosas de la vida, no se me ocurre nada.
No quiero parecer pastel, porque él no soporta las cursilerías. Tampoco sabría ser aséptica. No es mi estilo. Y no voy a contar nuestras andanzas de canijos, porque se moriría de vergüenza –la verdad, yo también– y no me volvería a abrir la puerta en lo que me queda de vida.
Y, qué quieren que les diga, subir a verle reconforta. Reírme con sus chistes malos. Tomarme a guasa sus ironías perversas. Regodearme cuando se mosquea porque le robo un beso. Esas cosas de hermanos.
Lo cierto es que, suene a cursi o no, él me ha cambiado la vida. Desde hace veintitrés años, hay un sentido para muchas cosas. O una razón para todo aquello que parece no tenerla.
Qué quieren que les diga: Hugh es el hombre de mi vida.
domingo, abril 19, 2009
miércoles, abril 15, 2009
Por todas
Por todas las veces que me juraste la eternidad sin saber que yo sabía que el tiempo sólo tiene la medida del presente efímero.
Por todas las veces que perseguiste mi sonrisa inocente sin darte cuenta de que el blanco de los dientes no es lo que más reluce tras los labios de quien te quiere de veras.
Por todas las veces que no me echaste cuentas sin creer que yo quería creerte pero que me resistía a creer en cualquier otra cosa que no fuera el descrédito de nuestra absurda historia.
Por todas las veces que soltaste mi mano en medio de la calle sin saber que yo intuía que antes de cogerla ya te habías arrepentido de la primera vez que la rozaste.
Por todas las veces que echaste abono al jardín de la mentira sin darte cuenta de que a mí nunca se me dio bien cuidar de las plantas.
Por todas las veces que pensaste que lo mío era un capricho sin creer que yo jamás me creí una princesa consentida.
Por todas. Por todas las veces. Por cada una. Por la siguiente. Por las que fueron. Por las que serán. Por todas. Por todas, gracias.
Ya ves. Sigo siendo una romántica. Una asquerosa romántica.
Por todas las veces que perseguiste mi sonrisa inocente sin darte cuenta de que el blanco de los dientes no es lo que más reluce tras los labios de quien te quiere de veras.
Por todas las veces que no me echaste cuentas sin creer que yo quería creerte pero que me resistía a creer en cualquier otra cosa que no fuera el descrédito de nuestra absurda historia.
Por todas las veces que soltaste mi mano en medio de la calle sin saber que yo intuía que antes de cogerla ya te habías arrepentido de la primera vez que la rozaste.
Por todas las veces que echaste abono al jardín de la mentira sin darte cuenta de que a mí nunca se me dio bien cuidar de las plantas.
Por todas las veces que pensaste que lo mío era un capricho sin creer que yo jamás me creí una princesa consentida.
Por todas. Por todas las veces. Por cada una. Por la siguiente. Por las que fueron. Por las que serán. Por todas. Por todas, gracias.
Ya ves. Sigo siendo una romántica. Una asquerosa romántica.
jueves, abril 09, 2009
Parada técnica
Cierro el chiringuito por unos días. Ya saben: toca Sevilla. Toca aroma a incienso y azahar. Toca pisar un trocito de cielo en la tierra. Toca vivir los días grandes de la Semana Santa.
Iba a prometer que a la vuelta me enmendaré y le daré a la tecla con más frecuencia, pero creo que no se debe hacer promesas que uno no está seguro de poder cumplir, de manera que... simplemente, hasta la vuelta.
miércoles, abril 08, 2009
El paseíllo más difícil
Llevo días intentando escribir estas líneas y no sé por dónde empezar. En principio, parece fácil: mayúscula, sujeto, verbo, predicado... y a correr. Eso si sabes lo que quieres contar. Y cómo lo quieres contar. Y si tienes el ánimo suelto y las ideas aireadas.
El problema viene cuando lo que quieres escribir te desgarra el alma y ni siquiera las teclas son capaces de hacerte el quite.
No sé cómo contar la manera en la que se me retuerce el corazón cuando recuerdo su cara. Serio, introspectivo, casi inmóvil por el peso de la tristeza. De tanta tristeza. De tanto recordar que, una vez más, tiene que poner la otra mejilla, limpiarse los escupitajos que le ha tirado la vida, levantarse, sacudirse el polvo de la refriega y seguir caminando. Y hacerlo con elegancia. Porque, pese a lo difícil de la situación, no perdió la compostura y el empaque ni un solo segundo. Ni uno solo.
Llegó a la ermita en la silla de ruedas que empujaba su apoderado. Con la pierna atravesada por la cornada certera de un toro que él, más que nunca, hubiera deseado fuera de puerta grande. Porque se lo debía a su padre. Porque quería que, allá donde estuviera, pudiera disfrutar de ese triunfo que siempre ansió y que siempre terminó esperando "para la próxima". La eterna promesa. La ilusión sin medida. O con la medida de las condiciones más que sobradas de su hijo para ser un torero de categoría.
Pero, más que la pierna, lo que José Ignacio tenía atravesada, partida en dos, sangrante e incurable, era el alma. Porque el toro de su amargo destino no sólo le había arrebatado a su padre apenas unas horas antes de aquel Domingo de Ramos en el que se había propuesto que Madrid se rindiera a sus pies entre palmas y vítores. Le había arrebatado a su más fiel compañero, a su más firme apoyo, a su mano derecha, a quien siempre le sostuvo. A quien le arropó con su entereza durante los fuertes temporales que arreciaron, uno detrás de otro, en una vida que no se empeñaba en otra cosa más que en pegar cornadas.
Y no pudo ser. Una vez más, no pudo ser.
Porque tras el que creía el paseíllo más difícil de su vida, allí, como en una nebulosa, sin saber muy bien si ese brindis al cielo lo estaba soñando o era cierto que su padre yacía de cuerpo presente a unos pocos kilómetros, llegaba otro paseíllo, más duro aún: ése que te lleva a presenciar cómo la oscuridad se cierne en torno a un pedazo de madera, cómo se cierra la piedra sobre la cruz, cómo sólo las flores dejan un resquicio de vida en ese amargo ruedo de piedra con promesas de gloria y resurrección.
Y, pese a todo, firme, sereno, elegante, con la pierna atravesada y el alma partida y sangrante para siempre, José Ignacio llegó hasta la presidencia de la vida, se destocó, una vez más, y siguió adelante. Con la tristeza por montera. Porque, aunque duela, no queda otra.
El problema viene cuando lo que quieres escribir te desgarra el alma y ni siquiera las teclas son capaces de hacerte el quite.
No sé cómo contar la manera en la que se me retuerce el corazón cuando recuerdo su cara. Serio, introspectivo, casi inmóvil por el peso de la tristeza. De tanta tristeza. De tanto recordar que, una vez más, tiene que poner la otra mejilla, limpiarse los escupitajos que le ha tirado la vida, levantarse, sacudirse el polvo de la refriega y seguir caminando. Y hacerlo con elegancia. Porque, pese a lo difícil de la situación, no perdió la compostura y el empaque ni un solo segundo. Ni uno solo.
Llegó a la ermita en la silla de ruedas que empujaba su apoderado. Con la pierna atravesada por la cornada certera de un toro que él, más que nunca, hubiera deseado fuera de puerta grande. Porque se lo debía a su padre. Porque quería que, allá donde estuviera, pudiera disfrutar de ese triunfo que siempre ansió y que siempre terminó esperando "para la próxima". La eterna promesa. La ilusión sin medida. O con la medida de las condiciones más que sobradas de su hijo para ser un torero de categoría.
Pero, más que la pierna, lo que José Ignacio tenía atravesada, partida en dos, sangrante e incurable, era el alma. Porque el toro de su amargo destino no sólo le había arrebatado a su padre apenas unas horas antes de aquel Domingo de Ramos en el que se había propuesto que Madrid se rindiera a sus pies entre palmas y vítores. Le había arrebatado a su más fiel compañero, a su más firme apoyo, a su mano derecha, a quien siempre le sostuvo. A quien le arropó con su entereza durante los fuertes temporales que arreciaron, uno detrás de otro, en una vida que no se empeñaba en otra cosa más que en pegar cornadas.
Y no pudo ser. Una vez más, no pudo ser.
Porque tras el que creía el paseíllo más difícil de su vida, allí, como en una nebulosa, sin saber muy bien si ese brindis al cielo lo estaba soñando o era cierto que su padre yacía de cuerpo presente a unos pocos kilómetros, llegaba otro paseíllo, más duro aún: ése que te lleva a presenciar cómo la oscuridad se cierne en torno a un pedazo de madera, cómo se cierra la piedra sobre la cruz, cómo sólo las flores dejan un resquicio de vida en ese amargo ruedo de piedra con promesas de gloria y resurrección.
Y, pese a todo, firme, sereno, elegante, con la pierna atravesada y el alma partida y sangrante para siempre, José Ignacio llegó hasta la presidencia de la vida, se destocó, una vez más, y siguió adelante. Con la tristeza por montera. Porque, aunque duela, no queda otra.
viernes, abril 03, 2009
Viernes de Dolores
Ya es Viernes de Dolores. La Semana de Pasión da sus últimos suspiros y los anhelos dejan paso a los días más bonitos y mágicos del año: la Semana Santa.
A partir de hoy, ya habrá nazarenos por las calles. El olor a incienso se fundirá con el aroma de azahar y los sentidos volarán por encima de unas calles engalanadas con señorío, al compás de marchas solemnes, con el impulso firme de la fe que mueve imágenes de incalculable valor, no sólo artístico sino, también y sobre todo, sentimental.
Este Viernes de Dolores, además, es especial. La Esperanza de Triana, Reina y Señora del barrio con más duende del mundo entero, estrena calle. La tarea no ha sido fácil, pero la espera ha tenido su recompensa.
Espero ver de cerca esos azulejos a partir del próximo jueves. Jueves Santo. Sevilla. Revuelo de mantillas fundidas en negro. Promesas penitentes y sufrimiento costalero. Magia.
Mientras, me conformaré con seguir sintiendo de lejos. Soy experta. En transportarme con la mente, en soñar despierta y en vivir con el alma. Eso sí, Sevilla cada vez duele más. Sobre todo cuando no se tiene. Voy a tener que pensarlo en serio.
A partir de hoy, ya habrá nazarenos por las calles. El olor a incienso se fundirá con el aroma de azahar y los sentidos volarán por encima de unas calles engalanadas con señorío, al compás de marchas solemnes, con el impulso firme de la fe que mueve imágenes de incalculable valor, no sólo artístico sino, también y sobre todo, sentimental.
Este Viernes de Dolores, además, es especial. La Esperanza de Triana, Reina y Señora del barrio con más duende del mundo entero, estrena calle. La tarea no ha sido fácil, pero la espera ha tenido su recompensa.
Espero ver de cerca esos azulejos a partir del próximo jueves. Jueves Santo. Sevilla. Revuelo de mantillas fundidas en negro. Promesas penitentes y sufrimiento costalero. Magia.
Mientras, me conformaré con seguir sintiendo de lejos. Soy experta. En transportarme con la mente, en soñar despierta y en vivir con el alma. Eso sí, Sevilla cada vez duele más. Sobre todo cuando no se tiene. Voy a tener que pensarlo en serio.
miércoles, abril 01, 2009
Abril
Cada año sucede lo mismo. El año no entra en vereda hasta que no pasa marzo. Y durante todo ese tiempo, yo no pienso más que en abril. En el azahar, en el incienso, en los días largos, en la luz dorada...
Porque abril es más que un mes. Abril es un sentimiento.
Y ya sé que soy repetitiva, que cada primero de abril me acuerdo del mismo tema... pero soy así.
Antonio Flores, Abril.
Porque abril es más que un mes. Abril es un sentimiento.
Y ya sé que soy repetitiva, que cada primero de abril me acuerdo del mismo tema... pero soy así.
Antonio Flores, Abril.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)