"Dentro de mí está el idioma como dentro de un reloj parado está el tiempo". Francisco Umbral no sabía vivir sin despegarse de la tecla. Respiraba palabras. No. Respiraba literatura. Y sus letras no eran una simple pose ante la página. Eran un auténtico ejemplo de compromiso social, que hacían a Umbral traspasar el dintel de literato para convertirlo en tótem del periodismo.
La figura de Francisco Umbral ha sido, cuatro años después de su muerte, el centro de dos días de ponencias y mesas redondas que, bajo el título
"Los placeres literarios: Francisco Umbral como lector", han analizado el papel del escritor en la literatura y el periodismo español, pero también sus influencias, las resonancias que autores como
Proust o incluso
Quevedo tienen en las páginas de su ingente producción literaria.
Como escribió
Pedro J. Ramírez, "cuando nos falte Umbral tendremos que volver a Umbral", y así lo hicieron el propio director de
El Mundo,
Luis María Anson, Carmen Rigalt, César Antonio Molina, Ángel Antonio Herrera, Lourdes Ventura o quien le ha sustituido en la última de El Mundo,
Raúl del Pozo, además de otros escritores y críticos literarios.
En sus palabras, una máxima que nadie discute:
Umbral es la puerta al articulismo. La columna contemporánea no puede comprenderse sin sus aportaciones, que combinaban un talento literario insuperable hasta la fecha con "un compromiso intelectual con la manera de entender el papel de los medios en una sociedad democrática", según Pedro J. Ramírez.
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Foto: Disueño Comunicación
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A Umbral le escamotearon los máximos reconocimientos literarios. Murió soñando con el Nobel y con entrar en la Real Academia Española de la Lengua. Pero era incómodo. No se callaba. Escribía lo que pensaba, y pensaba diferente, y lo escribía como nadie.
Y hay demasiadas mentes estrechas incapaces de aprehender semejante grandeza.
En un rapto de corrección política, Umbral le puso los cuernos a El Mundo, en cuyo equipo fundacional había participado.
Pensaba que si escribía en el ABC lo tendría más fácil para meterse entre los hilos de la bufanda a ese establisment que le negaba el pan y la sal. Pero nunca fue un buen chico. No valía. Era un rebelde que nutría su vena canalla con el placer cotidiano de decir lo que pensaba. Y la aventura de ABC le duró minuto y medio.
Claro que quienes le despreciaron se olvidaban de que su obra está por encima del tiempo. Por encima de quienes cayeron aplastados por el peso incuestionable de sus metáforas. Por encima incluso de su propia grandeza pluma en mano. "Nadie en el siglo XX ha escrito con la calidad literaria de Umbral. No tiene parangón en el memorialismo y en el articulismo", según Luis María Anson (que fue su director en ABC), y si, como dice Carmen Rigalt,
"con Umbral se acaba un tiempo", sobre esta nueva época se desliza, rotunda, la pluma tan perfecta como irreverente de Umbral, que ya en
Mortal y rosa nos convenció de que "quizá la literatura sea eso. Desaparecer en la escritura y reaparecer, gloriosamente, al ser leído".
Publicado en
Diariocrítico.