martes, octubre 11, 2011

Superación personal

Se llama Juan y tiene treinta y ocho años. Su padre era panadero, pero él pronto se rebeló contra la inercia. Quería ser algo más. Vivir mejor. Y decidió echarse al monte de un oficio duro y peligroso, con el que podía ganar mucho dinero o perder la vida.

Le costó darse a valer. Hubo que jugársela demasiadas veces por unos pocos cuartos. Y luego estaban los accidentes. Treinta y cinco. Tela. Un año sufrió dos en cuatro meses. Los dos le tuvieron al borde de la muerte pero Juan, listo y valiente, supo dar esquinazo a la pálida dama y achatar el filo de su guadaña. 

Lo peor era pensar en sus hijos desde la cama del hospital. Imaginarse sin volver a verlos. Darse cuenta de que la tarde anterior pudo ser la última vez que les diera un beso. Pero quizá de ahí sacaba Juan sus fuerzas para pulverizar los tiempos de recuperación estimada por los médicos y volver a ejercer su arriesgado oficio.

Aunque la vida le sonrió pocas veces, nunca ha sido este hombre alguien resentido. Para el revés, una sonrisa. Para sanar un golpe, cien mil caricias. Jamás un mal gesto. Ni gatos en el estómago. Qué sentido tiene rebozarse en bilis cuando hasta la amargura se convierte en premio si te gusta el chocolate.

Hace unos días Juan volvió a sufrir un grave accidente. Otra vez estuvo al borde de la muerte. Otra vez con sus hijos en la mente y en la boca. Y otra vez con el valor intacto. Con la voluntad dispuesta para convertir el navajazo de la vida en una oportunidad para seguir luchando. Es la sangre fría de los hombres excepcionales que son capaces de calentarse el alma con solo una brizna de luz que asome entre la negrura de una ciénaga de barro.

Juan José Padilla (Foto: Javier Arroyo)
Si Juan fuera escritor vendería miles de libros. La gente estaría ávida de conocer sus secretos de superación personal. Le pediría a gritos su receta para no rendirse. Si Juan fuera periodista le darían un programa y sus oyentes llamarían en busca de consejo. Para saber cómo resistir ante tal o cual percance. Para recibir su aliento. Si Juan fuera científico le harían entrevistas en los dominicales para que contase y cantase las virtudes del pensamiento positivo.

Pero Juan es torero. Su oficio consiste en hacer arte burlando la muerte. Sus accidentes son cornadas que serpentean por cada centímetro de su cuerpo. Y su lección de vida se resume en una frase, pronunciada a duras penas, sin poder mover la lengua, con la cara acartonada, consciente de que puede no volver a ver jamás por su ojo izquierdo: "Este toro no me va a quitar de esto. Del toreo me voy a marchar cuando yo quiera". 

Publicado en Madrid2Noticias.com

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