Podemos, porque sabemos.
Y porque queremos.
Y porque tenemos actitud de ganadores.
Porque creemos.
Y creer es poder.
Enhorabuena, campeones.
Desde entonces, un año. Un año llenando las plazas de toros allí donde va; un año devolviendo a los medios de comunicación la importancia que siempre tuvo la Fiesta; un año con la gente de su parte, con la que llena las plazas, con la que hace colas en las taquillas, con la que toma café en los bares: con el pueblo.
Pero ha sido un año duro, difícil para los que estamos cerca. Porque en su concepto del toreo, y de la vida, no existe otra cosa que la verdad y la pureza. Y todo ha de hacerse con esas dos premisas. Y en esta sociedad, verdad y pureza son dos términos cuanto menos raros y lidiar este mundo que vivimos con ese capote es harto complicado.
Si ya se pasa mal cuando torea -quizá haya que recordar que los toros cogen, oigan- hemos pasado un año leyendo y escuchando que José Tomás es el torero de los intelectuales, que José Tomás cobra tanto o cuanto, que José Tomás se queda con tantas entradas y las reparte entre sus amistades, que José Tomás no quiere la televisión porque no le pagan tanto, que quiere morir en el ruedo, que está loco, que es el Mesías, que es el Quinto Evangelista, que no sabe lo que hace, que no tiene técnica, que no sabe torear.
Un año leyendo crónicas taurinas de críticos que, sin verlo una sola tarde, hablaban de toros chicos y plazas sin categoría, despreciando a cosos como San Sebastián, Barcelona, Valencia, Córdoba, Málaga, pero es que además es de los poquitos toreros que solamente torea en plazas de primera o segunda.
Un año soportando la estupidez de algunos empresarios taurinos y sus tentáculos mediáticos, que no saben ver -o lo saben, lo que es peor- que José Tomás es el mejor revulsivo posible para una Fiesta decadente. Tanto tiempo suspirando y llorando porque las televisiones no hacían caso a la Fiesta, tanto dinero gastado en mesas y sillas del toro, tantas reuniones y tantas cartas a los ministros y un solo hombre les ofrece todo lo que necesitaban: la Fiesta, de nuevo, en los telediarios y en las portadas de los periódicos. Pues señores: pasó el tiempo de la mediocridad, ahora es cuando hay que dar la talla; vayan preparando el examen porque algún día se retirará.
Un año apretando los puños de rabia por no poder entender cómo, en vez de hacerle un monumento en la sede de la asociación de empresarios taurinos, se le ataca y se le vilipendia de la manera más ruin, con el dinero por medio siempre, cuando José Tomás cobra lo que pide, pero pide menos de lo que podría.
Cualquiera con dos dedos de frente sabe que su nombre es un aliciente para los abonos de las ferias y que en su nombre confluyen ríos y ríos pecuniarios que nacen en diversas fuentes y terminan en el mismo mar: viajes, hoteles, restaurantes, abonos, relaciones sociales, audiencias, difusiones, reventa legal, reventa ilegal, reventa alegal...
Un año escuchando sandeces como que es un producto de marketing. Solamente puede entenderse como producto de marketing si atendemos a la primera regla: el buen producto se vende solo. Pero es que, además, ¿cómo va a ser un producto de marketing alguien que no se deja televisar, que no concede entrevistas, que impone sus condiciones para el tratamiento informativo de su imagen, que no aparece en las fiestas ni en las galas?
En definitiva, que no usa ni un átomo de los miles de espacios que tendría a su disposición con sólo guiñar un ojo. Un año así...
Cuando José Tomás triunfó el pasado 5 de junio en Madrid, nadie en su sano juicio pudo disentir, pero llenos de vanidad titularon «me convenció» o hablaron de «así sí me gusta». Yo, yo, yo..., como si a sus lectores u oyentes les importara algo lo que opinan ellos, desconocedores de que lo que de verdad le importa a sus oyentes y a sus lectores es lo que pasó en la plaza. Afortunadamente, hay excepciones y por eso son prestigiosas y reconocidas. Cuando pasó lo del 15 de junio, volvieron los nubarrones de «detengan la inmolación», todos preocupadísimos por la vida de un torero que, en su concepto ético, entiende que el torero debe torear, cuando el toro se deja y cuando no se deja, siempre apostando, siempre arriesgando. Es torero.
José Tomás no es el torero del sistema, porque el sistema está corrupto. Tampoco es el de los intelectuales, ni el de los ricos, ni el de los de derechas, ni el de los de izquierdas, ni el de Rosa Díez. No es de nadie, es de todos. Todos vamos a verle y él torea para él y para los que hemos ido a verle. Es el torero del pueblo.