lunes, junio 30, 2008

¡¡PODEMOS!!


Podemos, sí, podemos.


Podemos, porque sabemos.


Y porque queremos.


Y porque tenemos actitud de ganadores.


Porque creemos.


Y creer es poder.


Enhorabuena, campeones.




domingo, junio 29, 2008

Se acabó

Me encantaría tener sus arrestos. Decir "se acabó" y que se acabase de verdad. O hacer como mi querida condesa, que ha cogido, una vez más, al toro por los cuernos y está haciendo arder la vanidad de su verdugo en la hoguera de su casta.

Pero, aunque me apellido Jiménez, no los tengo tan bien puestos como la flamenca de María y, por supuesto, los arrestos de Carmen -no creo que sea casualidad que todas las Cármenes que conozco sean mujeres de bandera- no creo haberlos tenido nunca.

Claro que la palabra "nunca" queda mejor en aquello de "Nunca es tarde" y quizá aún esté a tiempo de ejercitar la ovarina, que la testiculina, cuanto más lejos, mejor. Últimamente no me da más que problemas.

Carmen, torera, estos temas de mi plima van por ti. ¿Sabes qué te digo? Que no nos merecen. Y lo estoy empezando a creer sinceramente.




María Jiménez, Se acabó.



María Jiménez, Con golpes de pecho.

P.D.: A todo esto, antológica frase de la Jiménez en La noria: "A estas alturas, el que sólo venga a mojar, que haga un agujero en la pared para meterla y esperar un terremoto". Sin comentarios.

miércoles, junio 25, 2008

Artículos prestados

Como siempre, voy con retraso. La vocación de periodista me persigue, pero yo soy más rápida y no me dejo alcanzar, así que leo los periódicos de pasada y muchas veces en pasado. Y así me pasa, que llego tarde a la noticia. Y no tiene nada que ver con la incomodidad de los tacones para correr.

El sábado pasado, el diario El Mundo publicaba un artículo de opinión firmado por Israel Vicente. Se titulaba "El torero del pueblo" y se refería, como todos pueden imaginar, a José Tomás.

Yo no voy a entrar en polémicas estériles sobre si el director de una agencia de comunicación que gestiona algunos asuntos relacionados en cierto modo con JT debe o no opinar sobre la figura del torero. Y no lo voy a hacer porque creo que, al margen de Tauropress, de JT y de Rita la cantaora, a Israel le avala una trayectoria que ya quisieran muchos de sus detractores. Y, por encima de su vinculación, más o menos remota, con JT, dice verdades como puños.

Y como soy tomasista confesa -que mis disgustos me ha costado, todo sea dicho- y muy afín a las ideas de Israel -sobre todo a las que refleja en este último artículo-, me permito el lujo de reproducir sus palabras:

Ya ha pasado un año. Un año desde que el 17 de junio de 2007 José Tomás volvió a torear, reapareciendo en la plaza de Barcelona, arrodillada por esas fechas esperando la puntilla abolicionista. Una plaza llena hasta reventar, orgullosa, ensimismada con el torero que consiguió envainar de nuevo la espada de Damocles y que congregó a casi 20.000 personas que nunca olvidarán ese día. Un año desde que el primer crítico taurino de España resumió la tarde con su ya histórico El mito se hizo carne, escribiendo la historia como un crítico taurino debe hacer: con independencia y con conocimiento.

Desde entonces, un año. Un año llenando las plazas de toros allí donde va; un año devolviendo a los medios de comunicación la importancia que siempre tuvo la Fiesta; un año con la gente de su parte, con la que llena las plazas, con la que hace colas en las taquillas, con la que toma café en los bares: con el pueblo.

Pero ha sido un año duro, difícil para los que estamos cerca. Porque en su concepto del toreo, y de la vida, no existe otra cosa que la verdad y la pureza. Y todo ha de hacerse con esas dos premisas. Y en esta sociedad, verdad y pureza son dos términos cuanto menos raros y lidiar este mundo que vivimos con ese capote es harto complicado.

Si ya se pasa mal cuando torea -quizá haya que recordar que los toros cogen, oigan- hemos pasado un año leyendo y escuchando que José Tomás es el torero de los intelectuales, que José Tomás cobra tanto o cuanto, que José Tomás se queda con tantas entradas y las reparte entre sus amistades, que José Tomás no quiere la televisión porque no le pagan tanto, que quiere morir en el ruedo, que está loco, que es el Mesías, que es el Quinto Evangelista, que no sabe lo que hace, que no tiene técnica, que no sabe torear.

Un año leyendo crónicas taurinas de críticos que, sin verlo una sola tarde, hablaban de toros chicos y plazas sin categoría, despreciando a cosos como San Sebastián, Barcelona, Valencia, Córdoba, Málaga, pero es que además es de los poquitos toreros que solamente torea en plazas de primera o segunda.

Un año soportando la estupidez de algunos empresarios taurinos y sus tentáculos mediáticos, que no saben ver -o lo saben, lo que es peor- que José Tomás es el mejor revulsivo posible para una Fiesta decadente. Tanto tiempo suspirando y llorando porque las televisiones no hacían caso a la Fiesta, tanto dinero gastado en mesas y sillas del toro, tantas reuniones y tantas cartas a los ministros y un solo hombre les ofrece todo lo que necesitaban: la Fiesta, de nuevo, en los telediarios y en las portadas de los periódicos. Pues señores: pasó el tiempo de la mediocridad, ahora es cuando hay que dar la talla; vayan preparando el examen porque algún día se retirará.

Un año apretando los puños de rabia por no poder entender cómo, en vez de hacerle un monumento en la sede de la asociación de empresarios taurinos, se le ataca y se le vilipendia de la manera más ruin, con el dinero por medio siempre, cuando José Tomás cobra lo que pide, pero pide menos de lo que podría.

Cualquiera con dos dedos de frente sabe que su nombre es un aliciente para los abonos de las ferias y que en su nombre confluyen ríos y ríos pecuniarios que nacen en diversas fuentes y terminan en el mismo mar: viajes, hoteles, restaurantes, abonos, relaciones sociales, audiencias, difusiones, reventa legal, reventa ilegal, reventa alegal...

Un año escuchando sandeces como que es un producto de marketing. Solamente puede entenderse como producto de marketing si atendemos a la primera regla: el buen producto se vende solo. Pero es que, además, ¿cómo va a ser un producto de marketing alguien que no se deja televisar, que no concede entrevistas, que impone sus condiciones para el tratamiento informativo de su imagen, que no aparece en las fiestas ni en las galas?

En definitiva, que no usa ni un átomo de los miles de espacios que tendría a su disposición con sólo guiñar un ojo. Un año así...

Cuando José Tomás triunfó el pasado 5 de junio en Madrid, nadie en su sano juicio pudo disentir, pero llenos de vanidad titularon «me convenció» o hablaron de «así sí me gusta». Yo, yo, yo..., como si a sus lectores u oyentes les importara algo lo que opinan ellos, desconocedores de que lo que de verdad le importa a sus oyentes y a sus lectores es lo que pasó en la plaza. Afortunadamente, hay excepciones y por eso son prestigiosas y reconocidas. Cuando pasó lo del 15 de junio, volvieron los nubarrones de «detengan la inmolación», todos preocupadísimos por la vida de un torero que, en su concepto ético, entiende que el torero debe torear, cuando el toro se deja y cuando no se deja, siempre apostando, siempre arriesgando. Es torero.

José Tomás no es el torero del sistema, porque el sistema está corrupto. Tampoco es el de los intelectuales, ni el de los ricos, ni el de los de derechas, ni el de los de izquierdas, ni el de Rosa Díez. No es de nadie, es de todos. Todos vamos a verle y él torea para él y para los que hemos ido a verle. Es el torero del pueblo.



viernes, junio 13, 2008

El regalo sois vosotros

Llevo sin escribir mucho tiempo. Demasiado. Soy vaga -además de baja- y no me escondo. Iba a añadir que prometo enmendarme, pero ya son demasiados años de buenos propósitos con sus correspondientes incumplimientos, así que... se hará lo que se pueda... y poco más.

El agradecimiento es una buena excusa para retomar el hábito del posteo. Sobre todo porque queda muy bien. Muy políticamente correcto. Dar las gracias es una práctica excelente para eso de hacerse un buen embajador de uno mismo. Y, en ese aspecto, tengo mucho que aprender.

Así que, nada, a agradecer se ha dicho.

Cual si me hubieran dado un Goya, quiero agradecer, en primer lugar... el cariño de todos aquellos que ayer me felicitasteis. El teléfono hirvió todo el día y yo me sentí muy arropada -cosa que no viene mal cuando se levanta el biruji primaveral, aunque no llegue a convertirse en viento racheado-. Sé que estáis ahí, pero no sabéis lo bien que sienta que a una se lo recuerden. Llamadlo egocentrismo. O narcicismo. U ombliguismo. Da igual. Gracias en todo caso.
Por mi parte, intentaré estar a la altura de las circunstancias -que conste que me he comprado buenos tacones últimamente, con plataforma y todo-, que no es moco de pavo. A ver si, al menos durante los próximos 364 días, soy un poquito mejor y el próximo 12 de junio sigo mereciendo vuestras felicitaciones.
El regalo sois vosotros. Todos.

P.D.: Mientras he estado out, han pasado muchas cosas, que intentaré resumir en muy breve espacio:

1. Me he dejado la garganta -y casi me dejo la poca integridad física que me queda- en las retransmisiones taurinas de la Feria del Aniversario. Me encantó Perera. Y Talavante -esa espada...-. Y me sorprendió Diego Ventura. Puede que hasta me aficione al rejoneo.


Foto: Juan Miguel Sánchez-Vigil.

2. De José Tomás, mejor ni hablamos. Está todo dicho. Bueno, no. Lo suyo es inexplicable. Yo voy a ver si el domingo veo a "dios". Y perdón por la blasfemia. Total, iré al infierno de todos modos... Pero, eso sí, levitando. Aunque levite al revés.
Foto: Manuel Durán en El Trincherazo.
3. Ay, Bosé... Peaso concierto... "Seré tu amante bandido, bandidoooooooooooo"... y, sobre todo: "El corazón que a Triana va nunca volverá... Sevillaaaaaaaaaaaaaaa"...

martes, junio 03, 2008

Soltera con suerte

Pude ser ganadera consorte. O así.

Pero el tiempo me puso en mi sitio. Por fortuna. Porque sigo siendo soltera con suerte...

Lo único que echo de menos es el Ave constante. El olor a azahar cuando tocaba Sevilla. Las tapitas. El acento. El calor de la gente.

Ahora que lo pienso, eso lo sigo teniendo. Sólo tengo que levantar el teléfono.

A cambio, sigo siendo libre. Mucho más. Y nada menos.

P.D.: La foto no es de entonces. Es de hace quince días. Hubo toreo y todo. Al alimón, eso sí. Cuando tenga documentos gráficos, se hará saber. A quien le interese mi cara de miedo.

domingo, junio 01, 2008

Comuniones

Ayer hizo veintiún años que tomé la Primera Comunión. Tela con la cifra. Veintiuno. Más de veinte. Menos de treinta, eso sí, pero, en cuanto pasas la frontera del dos, los años caen a toda pastilla y no hay contorno de ojos ni gel anticelulítico que ponga freno a la revuelta de las cifras.

Recuerdo que, al contrario que muchas de mis amigas, yo hice la comunión muy convencida del gesto. O sea, que me preocupaba más ser digna de recibir el cuerpo y la sangre de Cristo -uf- que el vestido y los regalos. Incluso elegí un vestido corto, sencillo, que luego me sirvió para ir a misa unos cuantos domingos de verano, y hasta me mosqueé -gesto de mala cristiana, creo- cuando llegué a la iglesia y vi que había otra niña con un vestido aún más normalito que el de servidora.

No es que fuera para monja. Es que era consecuente. A pesar de ser pequeña. Lo que a esas edades se traduce, al final, en ser repipi.

Digo todo esto porque ahora, con el paso de los años -y de las décadas- he caído en la cuenta de que, en lugar de avanzar, he ido hacia atrás. Me explico. Si aquella vez renegaba de los trajes de princesa y de los abalorios, ese déficit ha ido gestando dentro de mí una especie de capricho a destiempo: como no me vestí de tarta de nata en su momento, ahora sí quiero hacerlo. Quiero un vestido de princesa en toda regla. Y flores. Muchas flores. Y mantilla en el pelo. Y coche de caballos y todos los abalorios que a uno se le puedan ocurrir y no desentonen en un evento "sencillo a la par que elegante".

O sea, que no desecharía casarme. Pero sólo por el vestido y las fotos. Que conste. Y que luego siga yo viviendo en mi casita y él en la suya. O en la de su madre. Y que le lave ella los calzoncillos. Que no me quita nadie de la cabeza la idea de que el matrimonio no resiste el lavado de calzoncillos ajenos. Y la manicura francesa, menos.

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