Poco a poco, como gotas de arsénico -como el
envenenamiento de la diva de culebrones mexicanos a manos de su mayor fan, que ya lo dijo no sé quién, que "hay amores que matan"-, se van incorporando a la vida laboral -o sea, a la vida, porque últimamente, con esto de la crisis, no hay tiempo para otra cosa que no sea el
trabajo o, en su defecto, el
paro- los que faltaban. Los que han estado de
vacaciones y nos han alegrado el mes de agosto con su ausencia. Con las calles vacías, con las carreteras sin atascos, con el
Metro sin empujones. Con la calma del saberse solo. Gilipollas por trabajar cuando todo el mundo descansa, pero solo.
Porque lo que más jode del fin del verano no es que llegue septiembre, que empiece el cole, que las carreteras vuelvan a llenarse, que haya que aprovechar el
atasco para pintarse la raya del ojo -si te toca el de China, te da tiempo a depilarte y hasta a hacerte la lipo antes de retomar la marcha- o que no te entren los pantalones de pana que te compraste en las rebajas de invierno por la de helados que te has tomado en vacaciones. Qué va. Lo que más jode es volver a sumergirte en el "
rencor social".