Que no se me enfade López Chaves. No es que le obvie. No. Pero es que el cartel de esta tarde me trae a la memoria muchas cosas -muchas cosas y una persona- por los demás componentes.
Hace unos años -creo que en 2004-, Uceda Leal se encerró en Las Ventas con toros de diferentes ganaderías para protagonizar una de las gestas de su carrera en la tradicional Corrida Goyesca del Dos de Mayo. Y unos meses más tarde, en una de las paredes de mi "casa", lucía la cabeza de uno de los cornúpetas a los que el de Usera lidió aquella tarde. Era un victorino. Corretón, creo que se llamaba. Mi padre la miraba, de vez en cuando, quiero creer que orgulloso. Había sido un regalo -me da la impresión de que el único que había recibido ilusionado en los veintiséis años que anduve regalándole chorradas varias- de mi madre, mi hermano y yo. Y cuando lo encargué, nada hacía pensar que sería el último.
Recuerdo su cara cuando desenvolvió la cabeza. Primero, cuando vio llegar a Justo Martín Ayuso, acompañado de su inseparable Margarita, se quedó como extrañado. Luego, cuando vio salir la cabeza de la bolsa, sonrió. "Pero si es un victorino", dijo; "sólo faltaba que lo hubiera matado Uceda Leal". Y entonces miró la placa y, efectivamente, ahí estaba: lo había toreado Uceda Leal en Las Ventas.
Me dijo que a ver si le decía al torero que se pasase por Clarín a ver la cabeza. Que quería conocerle. Que ya sabía yo que era su torero. Y yo, que además de dejada soy bastante tímida y no soporto andar molestando a la gente, fui dejando la invitación para mejor ocasión.
No la hubo. Mejor ocasión. Ni invitación. Como tampoco hay ya padre, ni victorino.
A pesar de lo pasado, esta tarde me acordaré de él. De él, de su victorino y de sus toreros. Porque Uceda lo era, pero César Jiménez también.
Qué cosas -que diría aquél-: la primera Puerta Grande que "sufrí" como periodista, con el micrófono en alto y la camisa medio rota, bamboleándome por los empujones y sufriendo por la falta de experiencia, fue la de César Jiménez en San Isidro del pasado año... ¿Serán casualidades?