sábado, octubre 06, 2007

La sonrisa de Charly

Le recuerdo siempre subido a una sonrisa. Tenía un punto de picardía, como si guardase en el quicio de sus labios el deseo de no terminar nunca de crecer. Como si se resistiera a perder la frescura -que de hecho cultivó hasta el final- y se negase del todo a adentrarse en la selva de los tejes y manejes y dimes y diretes de un mundo pretendidamente real en el que -fue de lo primero que me advirtieron- "los puñales silban por los pasillos".

Como me suele ocurrir con casi todo el mundo, también Carlos Llamas se me fue sin torear. La noticia de su muerte me cogió desprevenida, desperezándome frente al ordenador a eso de las siete de la mañana, mientras me colocaba los auriculares para escuchar el informativo local de la cadena de radio en la que le conocí. Su casa. La SER.


Cada noche durante seis meses, Charly -así le llamaban todos y así le recordaremos siempre quienes, de un modo o de otro, trabajamos a su lado- se encargaba de poner el timbre inconfundible de su voz serena, profunda, a la apertura y el cierre del programa en el que aprendí lo poco -poquísimo- que sé de economía, "Hora 25 de los Negocios". Llegaba, se sentaba a un lado de la mesa -nunca en el centro-, leía la entradilla y se marchaba, no sin antes regalar una de esas sonrisas suyas, que no sabías muy bien lo que querían decir, pero eso daba igual, porque lo importante no era lo que Charly te dijera con los labios, con los labios y los ojos chispeantes; lo importante era precisamente su intención. La intención de hablarte. Con los labios y los ojos. La intención de decirte "Hola, estoy aquí y soy tu compañero". Lo importante era demostrarte que existías. Y eso, cuando se trata del director de una de las tertulias más importantes de la radiodifusión española, qué quieren que les diga, hace que a una le suba la concentración de ego por momentos. O que al menos pueda reconciliarse consigo misma. Me sonríen, luego existo. O así.


Debí aprender más de Carlos Llamas. Escucharle más, observarle más, acercarme más. Escribirle de vez en cuando. Llamarle alguna vez. Ahora sería mejor profesional.

Pero, sobre todo, debí sonreírle más. Sonreírle más y aprender más de su sonrisa. Porque ahora sería mejor persona.

4 comentarios:

  1. Anónimo7:05 a. m.

    Otro de los mejores que se va antes de tiempo. ¿Antes de tiempo?, ¡qué tontería! hay gente que tendría que quedarse para siempre. En el mal trago que supongo estarás pasando, me uno a tu pena y te mando un beso muy fuerte.

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  2. Gracias, Beti. Lo cierto es que, como comento en el post, le conocí poco y es precisamente de ello de lo que me arrepiento.

    Besos.

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  3. Duele tanto cuando se pierde una verdadera amistad, como duele perder una sonrisa.

    Animo, nunca podemos saber cuando perderemos uno u otra, al menos te quedas con lo mejor.

    Animo!.

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  4. Sí, William, lo importante es quedarse siempre con lo mejor. Puestos a quedarnos con algo, está bien poner en práctica la memoria selectiva, ¿no? Besos.

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Gracias por contribuir a este blog con tus comentarios... pero te agradezco aún más que te identifiques.

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