Giovanna Chirri, corresponsal en el Vaticano de la agencia de noticias italiana Ansa, estaba escuchando el discurso del Papa en medio de una canonización de mártires cuando descubrió, entre "Non solum propter" y "ex corde servirem velim", la bomba de relojería de Benedicto XVI: que lo dejaba.
Es de suponer que, como Giovanna, muchos otros tuvieran la oreja pegada al discurso y esperasen la posterior traducción de los servicios de prensa para cumplir con el teletipo de rigor. Porque pocos hoy pueden hacer otra cosa cuando oyen hablar en latín. "Es la venganza de la cultura ante la preparación de los futuros periodistas", decía Luigi Contu, director de Ansa. Y no le faltaba razón.
Los gerifaltes de la educación se han empeñado en que solo hay que enseñar lo que sirve para ganar dinero y ganar, lo que se dice ganar, con el latín se gana poco. En efectivo, al menos, porque lo cierto es que tener una base de lenguas clásicas ayuda a comprender mejor el castellano y, sobre todo, a escribir (y hasta hablar) sin faltas de ortografía, por no hablar de que ayuda a estructurar el pensamiento y, con ello, también el discurso.
Claro que eso es demasiado pedir. Ellos los prefieren incultos.
Para los que aún se resisten a dejar morir las lenguas muertas, ahí va una propuesta interesante: el Certamen Ciceronianum Arpinas, un concurso de traducción y comentario de textos de Cicerón en el que pueden participar estudiantes matriculados en educación secundaria en cualquier parte del mundo.
Se me estaba ocurriendo que quizá ahora haya que volver a poner en el curriculum los estudios cursados en latín. Pero no soy tan ingenua: noticias como la renuncia del Papa solo se dan una vez. Y para todo lo demás, inglés.
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