miércoles, marzo 11, 2009

Lloraban sangre

No me gusta recrearme en el dolor. El dolor debe ir por dentro. Sin alharacas. Se debe rumiar a solas y, si se llora, si se llora porque ya no se puede aguantar tanta punzada, entonces hay que llorarlo con dignidad. Y con elegancia. Con rabia, si se quiere, pero con la cabeza alta.

Así es como lloramos los madrileños cada 11 de marzo. Los madrileños y todos los españoles. Así. Con rabia, pero con la cabeza alta. Con elegancia. Con dignidad.

Ese 11 de marzo, a todos, aunque no fuéramos en ese tren ni conociéramos a nadie que se quedase en el camino, a todos nos robaron un pedacito de vida. A todos nos partieron el corazón. A todos nos dejaron con un rejón de muerte clavado en el alma.

Yo, lo reconozco, sigo sin tomar verdadera conciencia de la masacre. De tanto horror. De tanto miedo. De tanta infamia. Sólo sé que, la mañana siguiente, cuando esperaba mi turno para que me sacaran sangre, era sangre, y no otra cosa, lo que inundaba las portadas de los periódicos. Y era sangre, y no otra cosa, lo que lloraban los ojos de todos los madrileños. Y de todos los españoles. Y de todos los hombres de bien.

7 comentarios:

  1. Esto sí es un homenaje real, esto sí es un recuerdo sentido. Harto estoy de las fotos, de las poses y de las obligaciones, que tantas veces nos hacen olvidar que lo importante son las personas y sus sentimientos. Me sumo a tus palabras, yo no las hubiera podido escribir mejor.

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  2. Gracias, Juan. Seguro que sí las hubieras podido escribir mejor. Últimamente ando peleada con la tecla.
    Besos.

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  3. Yo sigo sin tomar conciencia... creo q ni estando allí hubiera sido capaz de asimilar tanto horror...

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  4. No. Sigue pareciendo un mal sueño. Una película de ciencia ficción.

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  5. Llegan más, escritos así, que portadas tan detallistas.

    Me uno a tod@s con tus palabras.

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  6. Gracias, William. Un beso.

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  7. Tienes razón en todo lo que dices, Noelia. Yo conocía a una chica amable, que me cobraba la quiniela que hago todos los sábados, que murió en uno de los trenes. No era amiga, sino conocida, y el dolor fue desgarrador. Entoné aquel ¿por qué? que nos preguntamos todos los españoles.

    Pero el tiempo pasa y la gente, aparentemente, olvida. Este año ya no se pusieron velas en su despacho de lotería que, por cierto, se renombró con su nombre: Yolanda.

    Creo que, como tú dices, los españoles, en general, no acaban de tomar conciencia de la terrible masacre.

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