Saramago

"Hay gente que nunca, nunca debería morir". La frase no es mía, pero sé que su dueña me deja tomarla prestada. Me lo susurraba a la tecla cuando le contaba que José Saramago acababa de morir.
Y seguro que no lo decía por el Nobel de Literatura -el primero para las letras portuguesas-, ni por su indudable ingenio, ni por la brillantez de su pluma. Seguro que lo decía por su humanidad.

Me cuesta escribir de Saramago cuando Internet bulle con su nombre. Cuando cientos de periodistas más puestos que yo están más capacitados para contar su vida y obra. Cuando cientos de lectores que le han leído mucho más que yo pueden relatar con mucha más exactitud las emociones que les han provocado sus libros. Pero no puedo dejar de recordarle.


Lo primero que leí con la firma de Saramago fue El evangelio según Jesucristo. Me resultó áspero, pero he de reconocer que no tenía la suficiente madurez -ni el suficiente tiempo- como para entregarme a su prosa. Después, me he flagelado una y mil veces con la tarea siempre incumplida de leerle, de navegar en La balsa de piedra, de quitarme una y mil vendas con su Ensayo sobre la ceguera, de perderme en el silencio atronador de La caverna, de subirme a lomos de un elefante mágico para hacer el más intenso de los viajes sin moverme del sofá.

Nunca hago las cosas a tiempo. Ni siquiera escribir este post. Porque un hombre como Saramago nunca se marcha en el momento adecuado.

P.D.: Muy recomendables los especiales de El Mundo y El País.
P.P.D.: También, cómo no, el blog de Saramago.
P.P.P.D.: Irene, qué oportuna fuiste. El viaje del elefante será mi próxima lectura. No hay excusas. Gracias.

Imagen: Nuevas Letras.