domingo, enero 02, 2011

365 días para ser mala





Aunque sea con un día de retraso, ¡Feliz Año Nuevo! Lo cierto es que, para servidora, el día 1 apenas existe. Hasta ahora, porque me lo pasaba dormitando y comiendo restos de la cena de Nochevieja; ayer, porque lo gasté con no sé cuántos miles de vatios martilleándome la cabeza con música electrónica mientras intentaba -casi en vano- que los más fiesteros del lugar me dijesen qué tal iba el desfase sin que se les desencajase la mandíbula.

Pero no voy a hablar del Day One ni de ninguna otra macrofiesta. No tengo cuerpo. Y no me apetece contar por qué murió el chaval de 20 años en la fiesta. Ni a cuántos otros tuvieron que atender los médicos de Vistalegre, pasaditos como iban de ya se imaginan qué.

Hoy voy a recuperar mi última colaboración de 2010 en Antonia Magazine. Son mis propósitos de Año Nuevo. Y no esperéis nada bucólico, ni metas al uso, ni deseos para ganarme el cielo. Porque este año pienso ser mala. Requetemala.



31 de diciembre. Unas horas por delante para despedir 2010 y 365 días en el horizonte para incumplir los propósitos de turno.

El letargo de los tópicos aguarda agazapado bajo la mantita del sofá y servidora, lorza en ristre, apura los últimos bocaditos de palmera de chocolate para hacer la lista de rigor.

Primer objetivo: asumir el michelín. Se acabó el intento de decirle adiós -el mismo objetivo que el año pasado, y que el año pasado al pasado, y que el año anterior al antepasado, y así sucesivamente hasta llegar al punto de partida, cuando la que suscribe hizo su primera dieta, con sólo siete añitos-. Sí, ya sé que mañana será otro día, otro mes y, sobre todo, otro año. Y eso como que a una le pone para emprender, té rojo en ristre, la operación antilorza. Pero el roscón acecha. Y tras el roscón, una noche de cañas, o una comida familiar riquísima en hidratos de carbono, o una cena con postre incluido -y no me refiero a la ración de sexo posterior al banquete para bajar el dispendio calórico-. Total, que vale más aceptarse que deprimirse. Pero a eso también tendré que aprender.

Segundo objetivo: no volver a inglés. Sí, sí, no volver. En septiembre me lié el diccionario a la cabeza y pensé aquello de "curso nuevo, lengua nueva", pero con el paso de los meses me he dado cuenta de que esas horas semanales son taaaaaan necesarias para mi apretadísima agenda... Así que cambiaré la pizarra por las pelis en versión original y el libro de texto por el formato anglo del Antonia Mag. Ya, ya sé que no existe, pero todo es ponerse.

Tercer objetivo: pasar de la casa. Olvidarme de que tengo cerros de ropa por planchar, el cesto de la ropa sucia al borde de desbordarse y los cajones vacíos de ropa limpia. Y el despacho con libros amontonados cada diez centímetros. Y la nevera con telarañas. Y el polvo -el de los muebles- como animal de compañía. Ya me lo dice mi esteticién: "Hija, tú ponte mona, que la casa no te la ve nadie, pero unas uñas estropeadas te hacen perder puntos". Conclusión: lo que el quitacutículas ha unido, que no lo separe la fregona.

Estos tres objetivos -mi moleskine es de tamaño reducido y no me caben muchas líneas por página- se resumen en uno solo. Ser muy mala. Rematadamente mala. Echarme la báscula a la espalda, acabar con las obligaciones autoimpuestas, quererme por encima de todas las cosas -la arruga es bella y la lorza, más- y, sobre todo, ocuparme de vivir. Eso es ser Antonia. Y a eso me voy a dedicar los próximos 365 días. Si me dejan, claro.

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