Pablo Lozano, Luis Álvarez, César Rincón y Pío García Escudero (Foto: Javier Arroyo) |
El maestro colombiano que se hizo universal cuando su barca atravesó el océano y el destino le puso entre las manos la gran oportunidad de Madrid. El hombre que ha sido capaz de pasar de la gloria a la agonía sin que falte nunca en su rostro la más dulce y sincera de las sonrisas. Aunque acechase Cerbero con sus tres cabezas –con la muerte, con la enfermedad, con la pérdida de sus seres más queridos–. Aunque el fuego se llevase por delante, de un plumazo, aquello que más quería. Porque, al otro lado, más atrás, está la gloria. Y se puede volver a ella en cuanto Caronte quiera cambiar el rumbo de la barca. Y entonces se atisba la Puerta Grande de la vida. El sueño hecho realidad. La magia.
(Tinta y oro, Ed. Eutelequia)
Sin saberlo, y sin querer, pero de algún modo un no querer deseado, rendía homenaje a César Rincón con estas líneas (y otras cuantas más, tantas como entretejen el ovillito de un capítulo) en Tinta y oro. Las escribía allá por noviembre, sin ser consciente aún de que esta temporada se cumplían veinte años de esas cuatro puertas grandes que subieron al torero colombiano a hombros de la leyenda.
Este viernes se le rendía homenaje en Las Ventas. Y lo hacían, entre otros, Javier Villán (uno de sus mejores biógrafos), Luis Álvarez (su descubridor) y los Lozano (sus apoderados en la última etapa).
En un azulejo no cabe su leyenda. Pero, sobre todo, no cabe su grandeza. La capacidad de sobreponerse una y otra vez a una vida que se empeñaba en darle cuatro hostias por cada atisbo de caricia.
Le recuerdo en la presentación de Tinta y oro. "Maestro, tiene reservado un sitio en la primera fila", le dije, cuando vi que quería esconderse al fondo de la sala. "No, Noelia: hoy la protagonista eres tú y yo solo he venido a acompañarte".
El cuadro que "retrata" a César Rincón en Tinta y oro es esta obra de Patinir, "El paso de la laguna Estigia".
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