Hablan y no paran de las virtudes de ser emprendedor. A una le da por pensar que la cosa tiene truco: a más emprendedores, menos prestación por desempleo, menos subsidios, menos cifras en los datos mensuales... y más cotizaciones a la Seguridad Social, más IRPF y más IVA. Aunque para eso se arruine el emprendedor, el padre que le presta el dinero y el abuelo que avala al padre. Que el banco sigue siendo la Virgen del Puño Cerrado.
Eso de vivir sin jefe no debe de estar mal. Pero resulta que a medida que avanza la crisis y esa luz que dicen que se ve al final del túnel sigue empeñada en no dejar de ser una entelequia, veo más emprendedores por cojones (porque se les acaba el paro, porque no les llaman para una sola entrevista, porque algo tienen que hacer con sus vidas) y más emprendedores de vuelta.
Emprendedores de vuelta son los que en su día apostaron su tiempo, su dinero y hasta su casa (incluso la de sus padres) y, aunque han aguantado lo peor de la crisis, ya no pueden más y cierran. Y después de llevar años sin jefe ruegan al cielo (si es que siguen creyendo que lo hay) para encontrar uno y recordar qué era eso de tener una nómina.
Esos son los emprendedores que unos y otros dicen defender. Los que están fritos a impuestos. Los que cada vez ingresan menos y pagan más. Los que no tienen forma de salir a flote porque no hay nadie que les preste 3.000 cochinos euros.
Los que están de vuelta. Y eso que para este lío ya no hay vuelta atrás.
[Dedicado a mi esteticista, que se ha visto obligada a cerrar su negocio después de diez años de trabajo ininterrumpido porque los ingresos ya no le llegaban ni siquiera para obtener un salario base por diez horas de trabajo al día].
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