Estrenamos mes. Está bien para un Domingo de Ramos, fecha que siempre me trae a la memoria la imagen de mi madre quitando la etiqueta de una blusita, o de un jersey, o de unos leotarcitos, porque se le ponían los pelos de punta -y se le siguen poniendo- sólo de pensar en aquello de que "el Domingo de Ramos, el que no estrena algo se queda sin pies y sin manos" (o así).
Abril me recuerda muchas y buenas cosas, pero, sobre todas ellas, una: el olor a jazmín y azahar de Sevilla, la atmósfera idílica de un paseo al anochecer por el barrio de Santa Cruz, un beso nunca dado -o dado a destiempo, que para el caso es lo mismo- en la plazuela de Santa Marta, la salida de la Macarena por el Arco de San Gil, la candelería crepitante de la Esperanza trianera, a punto de extinguirse -pero siempre y sólo a punto- en una tumultosa mañana de Viernes Santo en la calle Pureza. Y la feria. Y los volantes. Y el paseo de caballos...
... y una canción. Una canción que escuché paseando junto al río en una tarde de soledad en la que, en lugar de refugiarme en la tristeza, me encontré conmigo misma por sorpresa.
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