Mientras, a escasos kilómetros de la plaza de Ópera, una de las infraestructuras más celebradas de la capital, con poco más de un año de vida, languidece y parece disfrazarse con harapos tercermundistas. Hace más de dos semanas que en el intercambiador de Moncloa se aprecia esta estampa: cubos de agua y un "corralito" que tiene ocupada buena parte de la "sala de espera" de los viajeros. Y eso que Madrid no se ha inundado. Que no ha llovido tanto como en Cádiz –es un decir–. Que los tejados no han volado. Caen cuatro gotas cuatro días seguidos y las modernas dársenas madrileñas –que no quiero pensar cuántos millones de euros nos han costado– se ven invadidas por los cubos –que siempre será mejor que resbalarse en una mezcla inmunda de agua y serrín, todo hay que decirlo–.Y eso que "semos" europeos.
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