Foto: babelio.com
«¿Noelia? Me suena tu nombre». A la Pancol le suena mi nombre. Al fenómeno literario francés le suena mi nombre. A la mujer del millón de cocodrilos abriendo sus ojos amarillos por el mundo le suena mi nombre. Me lo digo varias veces para terminar de creérmelo. Y me digo que sí. Que efectivamente responde ella a todos los mails que recibe de sus lectores —dice que de mujeres españolas recibe muchos, pero que ninguno con un nombre como el mío. Casualidad—. Que no tiene secretaria que le haga el trabajo duro. Que la fama se suda con tinta gruesa y los lectores son un tesoro cada vez más preciado que cada uno retiene como puede. Y no siempre escribiendo libros. O no sólo.
Katherine Pancol, que llamó mi atención y la de medio mundo con Los ojos amarillos de los cocodrilos (Ed. La Esfera de los Libros), vuelve a asediar las listas de ventas con El vals lento de las tortugas, una secuela de aquella primera novela de libros dentro de los libros y de amor dentro del desamor, cimentada esta vez no sobre la mujer despechada o el hombre abandonador —que también aparecen, por cierto—, sino sobre la compleja figura del asesino en serie, en este caso obsesionado con mujeres residentes en un 'barrio bien' de París.
—¿Por qué un thriller?
—No lo sé [ríe]. Me gusta contar historias y tenía interés en introducir la personalidad de un asesino en serie. Quería saber cómo son, cómo ha sido su infancia y por qué les ha marcado, qué es lo que lleva a que una persona se convierta en serial killer.
—Además de asesinatos, en el libro hay episodios de crueldad protagonizados por adolescentes. El panorama asusta.
—Sí, pero es que hoy en día los jóvenes son crueles y pueden llegar a ser violentos. Están mucho más expuestos a la violencia que nosotros a su edad. Para empezar, salen mucho por la noche y tienen a su disposición alcohol y drogas. Es indudable que hay un elemento de violencia en la juventud. Por poner un ejemplo: en plena calle de Londres yo misma he visto cómo dos chicas se pegaban.
—Hablando de Londres, esta ciudad emerge como gran escenario junto a París. ¿Qué significan para usted cada una de las dos ciudades?
—Un personaje del libro dice que París es una ciudad hecha para gustar a los turistas, mientras que Londres es una ciudad hecha para gustar a los ingleses. Londres es más grande, te puedes perder en ella... París es para mí la ciudad más bella del mundo; está hecha para los enamorados, físicamente es bella, con esa luz, esas calles... Londres quizá sea más enigmática. En cualquier caso, ambas ciudades combinan perfectamente.
—Vaya, que aunque haya nacido en Casablanca y vivido en Nueva York es usted parisina a más no poder.
—[Ríe]. Viví mucho tiempo en Nueva York y cada vez que regresaba a París me quedaba maravillada de la belleza de esta ciudad. También me puede enamorar Manhattan con sus rascacielos o Madrid, que es una ciudad muy bonita, pero París tiene belleza, historia, cultura. Londres es una ciudad más cerrada; nunca me he sentido maravillada por ella.
—Primero cocodrilos y ahora tortugas. ¿Por qué ha elegido reptiles para los títulos de estas dos novelas?
—Los cocodrilos representan la crueldad del hombre y de la vida, son un símbolo del hombre solo y perdido frente a los depredadores. Las tortugas, en cambio, son lentas, como el personaje de Joséphine. Simbolizan cómo avanzamos en la vida: nuestro camino es lento y penoso, pero lo importante es ir hacia delante. Y, por otra parte, ese "vals lento de las tortugas" hace un guiño a la historia policial que se desarrolla en la novela.
—Dos de las mujeres que aparecen en el libro, Iris y Henriette —hija y madre, dos generaciones distintas—, dependen por completo de los hombres. ¿Es éste un hándicap muy presente en la sociedad actual? ¿Hay más mujeres dependientes de las que parece?
—Absolutamente. Sigue habiendo muchas mujeres que dependen económicamente de sus maridos. Cada vez más lo son menos, pero hay demasiadas que no se divorcian porque no quieren perder su estatus social. La proporción es prácticamente de un 50-50.
—Y la protagonista es escritora. Una mujer de mediana edad, apasionada por los libros y por la historia, madre amantísima, mejor amiga... adorable, vamos. ¿Se identifica con ella?
—Escribimos bien sobre lo que conocemos y hay que empaparse del tema sobre el que vas a tratar. Por eso me gusta escribir sobre periodistas o escritoras, porque sé de su mundo, de su trabajo, y sé que puedo reflejarlo bien. Yo me identifico con muchos rasgos de Joséphine y no sería capaz de hacerlo, por ejemplo, con una escultora o una investigadora.
—Pues en lo que no parecen coincidir es en la nula autoestima que tiene la protagonista del libro.
—Sí, sí que coincidimos... Lo que pasa es que hay que llevar una máscara. Todos somos Joséphine, pero hay que disimular porque si no la gente te pasa por encima.
—¿Por qué pensó en una trilogía?
—No, primero escribí Los ojos amarillos de los cocodrilos. Cuando lo acabé pensé que estaría bien una segunda parte y, al concluir El vals lento de las tortugas, me dieron ganas de escribir una tercera.
—Pero dejó los finales abiertos, ¿no lo hizo con afán de continuidad?
—Me gustan esos finales porque no se sabe lo que pasa después, como en el final de Lo que el viento se llevó: no sabes si Rhett Butler va a volver o no y cada uno da el final que quiere. Pero en el tercer libro se cierra bastante la historia.
—Ese tercer libro es Las ardillas de Central Park están tristes los lunes. ¿Qué nos puede adelantar?
—Nada. ¡Es sorpresa! [Ríe]. Pasan muchas cosas... En 800 páginas caben muchas historias. He estado escribiéndolo dos años, igual que los otros dos libros. ¡He tenido mucho trabajo!
—Pocas escritoras pueden presumir, como usted, de haber triunfado desde el principio. De su primer libro vendió 300.000 ejemplares. ¿Cómo se asimila el éxito?
—Tenía 25 años cuando sucedió aquello y desde el principio aprendí a poner distancia con el éxito. El reconocimiento halaga, pero es mejor pensar que esto le está pasando a otra persona que se llama Katherine Pancol, porque si no llega a ser bastante intimidante.
—El vals lento de las tortugas está lleno de referencias literarias. ¿Qué autor le ha marcado más?
—Balzac. Estoy enamorada de Balzac. Mi hijo cuando quiere darme gusto me llama "Honoré", como Honoré de Balzac. Es un genio que escribe bien de los hombres, de las mujeres, de la sociedad, del dinero... Ha tratado todos los temas y siempre de manera magistral.
—Dígame, usted que ha nacido en Casablanca, ¿cómo valora estas revueltas históricas que se están sucediendo en Oriente Medio?
—Estoy todo el día delante de la televisión, intentando no perderme nada de lo que pasa. Era totalmente previsible lo que iba a suceder. ¡Las élites están tan separadas del pueblo! La gente no puede vivir con un euro al día. La televisión, Internet o las redes sociales nos permiten saber todo lo que pasa en el mundo y nos hacen más conscientes de las injusticias; por eso allí, en cuanto han comparado su vida con la que gozamos en otros países, no han resistido más. Pero este movimiento ansioso de libertad no va a parar aquí: va a haber un efecto boomerang e incluso puede despertar a Irán. Es increíble la distancia entre los dirigentes y el pueblo, entre los dictadores avariciosos y el pueblo al que llegan a aplastar. En Europa tenemos mucha suerte de vivir en una democracia, pero aun así hay un gran foso que separa a los políticos de los ciudadanos.
Publicado en Diariocrítico.
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