sábado, abril 30, 2011

Sergio Ramírez: "Ser distinto siempre supone pagar un precio"

Sergio Ramírez en la Casa de América (Foto: Javier Arroyo)


Un hombre en la piel no de una, ni de dos, ni de tres, sino de cuatro mujeres. Hay que tener valor. Valor y ganas de despersonalizarse. De meterse en blusas de once sostenes. Pero a Sergio Ramírez (Nicaragua, 1942) no parece haber muchos retos que se le resistan. Al menos en lo literario.

Empezó escribiendo cuentos y triunfó. Siguió escribiendo novelas y continuó triunfando. Se propuso ser periodista y sus artículos ponen a cavilar a media América Latina. Por eso entrevistarle infunde tanto respeto. Por eso y por la cantidad de premios que jalonan su historial literario. Y porque es un estudioso de la literatura. Y porque, como buen tuitero, internetero y demás -eros de la red de redes, seguro que no se le escapan estas líneas.

Arranco sin piedad, sin medias tintas, que le adivino la Montblanc en el bolsillo de la chaqueta y es señal de que le gusta el trazo firme y grueso. ¿Por qué ponerse en la piel de Amanda Solano para escribir La fugitiva? "Siempre fue para mí un modelo de personaje —afirma—. Viví durante catorce años en Costa Rica, desde los 22, y los restos de ella acababan de ser trasladados. Busqué referencias, sus fotografías, y encontré que era muy bella y que los desafíos que tenía frente a la sociedad turbaban a alguna gente. Un escritor amigo mío, mucho mayor que yo, me dijo una vez que el problema de Amanda era su carácter liberal con los hombres y entonces me di cuenta de que esta mujer había quedado atrapada en la tela de araña de esta sociedad cerrada y patriarcal y, cuando la quiso romper y liberarse, lo pagó muy caro. Fue entonces cuando supe que tenía ante mí un personaje, pero pasaron cuarenta años hasta que lo maduré y me vi preparado para escribir la novela".



—Para contar la historia de una mujer se pone usted en la piel y en la voz de otras tres mujeres. ¿Ha resultado difícil?

—Más complicado todavía que contar la vida de una mujer es hacerlo a través de otras tres mujeres, desde luego. Pero no había otra solución: una voz masculina no resolvía este asunto de procedimiento literario y por eso yo me fui a buscar esas voces, a armarlas, a cuidar de que se diferenciaran muy bien, de que los registros verbales fueran diferentes, teniendo que ver con su procedencia social, con las circunstancias de sus propias vidas. Porque ellas, al fin y al cabo, terminan narrando no sólo la vida de Amanda Solano, sino también sus propias vidas, y hablando de la época que les tocó vivir.

—Pero usted, al final del libro, aclara que esta historia es ficción.

—Sí. Uno siempre parte de un modelo. Ya usaba esta palabra Hemingway, hablando de que tanto el que tanto el que va a pintar un cuadro como el que va a escribir tiene ante sí ese patrón. Uno busca el modelo literario en alguien con trascendencia, lo que le hace pasar de ser persona a personaje: es un salto muy grande y para darlo uno tiene que tener singularidades, relaciones muy particulares con la sociedad, desajustes. Eso es lo que yo encontré en este personaje.

La maldición de la belleza

—Amanda Solano, a la que usted ubica hacia 1950, estaba maldita por su belleza, pero a veces una tiene la sensación de que esta maldición también persigue a muchas mujeres en la actualidad, que no es algo que se haya erradicado.

—Ese equilibrio entre talento y belleza es a veces muy difícil de conseguir. Recuerdo casos como el de Marilyn Monroe, por ejemplo, a quien tomaban por una rubia tonta; pero no lo era: cuando uno lee sus memorias y sus poesías se da cuenta de que era una mujer talentosa, víctima de las circunstancias. Y como ella hay muchas mujeres en el mundo.

—Usted alude en La fugitiva al "palanganeo", una expresión que usa para referirse a las dificultades que tienen los que destacan en la sociedad. ¿Ese palanganeo sigue estando vigente en la sociedad actual?

—Ser distinto siempre supone pagar un precio. Por eso Amanda habla de la normalidad; mucha gente que no es normal, que se sale del rasero, pasa a ser vista como un fenómeno de circo.

—Escoger a los hombres, como hizo Amanda Solano, ¿sigue siendo un cierto pecado en la actualidad?

—Menos. Hay una paridad mejor establecida de las mujeres. En la primera parte del siglo XX una mujer tenía que salir virgen de su casa para pasar a ser el ama de la casa o de la señora del hogar, bajo la tutela permanente de su marido, como si se tratase de un ser minusválido. Hacia 1950, en América Latina por lo menos, las mujeres no podían ser electas, pero eso ha cambiado mucho: en las sociedades modernas las mujeres pueden valerse por sí mismas y vivir de su profesión; eso les da independencia. Y parte de la indefensión de la mujer partía del hecho de que no había sido preparada para ser nada que la volviera independiente.

—Desde luego, pero muchos días nos desayunamos con casos de mujeres liberadas a las que esa presunta "liberación" no les resulta precisamente favorable de cara al resto de la sociedad. Y el asunto llega hasta el punto de que algún juez ha absuelto a violadores con el argumento de la que la mujer a la que han violado llevaba una falda muy corta.

—Eso es la pertinacia, yo diría, del sistema patriarcal que todavía nos domina. Todavía persiste ese dominio del hombre que toma a la mujer por un personaje secundario y lo podemos comprobar en la violencia interfamiliar: en Nicaragua es muy común la mujer maltratada por el marido dentro del hogar o la violación de hijas e hijastras por parte de los hombres de la familia. Y también es común que la misma mujer salga a defender al marido en contra de las hijas, y eso sucede porque es parte de un sistema mental que todavía no se ha roto.



El riesgo de ser distinto

—Otro concepto interesante que aparece en su nuevo libro es "saber ponerse en singular". ¿Cómo se consigue?

—Es un riesgo. El nosotros es mucho más protector y permite que uno se cubra en él. El yo significa un desafío: ponerse en singular, salir adelante, desafiar al medio, se diga lo que se diga, es un acto de valentía por el que muchas veces se paga un precio muy alto.

—En alguna ocasión ha confesado usted que siente nostalgia del periodismo. ¿No podría ser esta novela, en cierto modo, un gran reportaje?

—Yo siempre quise ser periodista y este libro es una crónica. Si fuera una biografía, sería el libro de un periodista que está allí presente cuando el cadáver de esta mujer vuelve a San José, y trata de verlo con la objetividad que un cronista de un periódico debe observar; después sería un entrevistador que va a buscar a las tres mujeres de la historia y las deja hablar, con la técnica periodística de suprimirse uno mismo como entrevistador y dejar que corra el discurso narrativo de quien está hablando. Todo eso es una técnica que el novelista toma prestado del periodista, porque entre la novela y el periodismo hay préstamos mutuos.

—Es curioso oírle decir eso de "el periodista que yo siempre quise ser", porque resulta que muchos periodistas lo que queremos es ser escritores, pero no suele suceder lo contrario.

—Son oficios muy vecinos.

—Sí, pero tiene más prestigio ser escritor que periodista.

—Es un buen oficio el de periodista. Como entrenamiento para un escritor me parece básico. Si un escritor joven recala en una redacción, como le sucedió a Rubén Darío, puede entrenarse desde la base.

—Uno de los rasgos que usted comparte con los periodistas —o con cierto tipo de periodismo— es la denuncia social, ese rasgo de escritor comprometido. En La fugitiva también podemos observarlo, pues está muy presente la crítica del caudillismo. A pesar de que haya habido avances en las últimas décadas, ¿usted, como latinoamericano, percibe una pervivencia de ese caudillismo?

—La sociedad patriarcal también pervive en la política: aunque haya mujeres al frente de los gobiernos, la situación no ha sido resuelta. Es más: habría que averiguar cuántas de las mujeres que llegan al poder lo hacen desde una perspectiva femenina y cuántas apoyándose en unos postulados típicamente masculinos. El poder siempre ha tenido un signo masculino y no sólo en América Latina, aunque allí es más pertinaz porque seguimos siendo sociedades de una cultura rural.



"Todo libro es un homenaje a la literatura"


—La protagonista de esta obra es escritora, de manera que cabe pensar si La fugitiva es un homenaje a la literatura.

—Todo libro que se precie de serlo supone un homenaje a la literatura: está hecha de palabras y a mí me gusta trabajar con ellas, trabajar la imaginación y decir con palabras lo que yo imagino y que otro perciba esa idea que yo he tenido. Pero La fugitiva también es un homenaje al que quiere ser distinto, al que quiere convertirse en otra persona, con una singularidad, con un yo creativo, y que tiene que pagar un precio muy alto por lograrlo.

—¿Qué supuso su protagonista para el mundo literario?

—Si hablamos del modelo que yo tomé, Yolanda Oreamuno, fue una gran escritora. Tiene una obra muy breve porque ella misma, igual que mi personaje, se encargó de ir borrando su huella, regalando lo que escribía, destruyendo algunos textos. Fue una especie de suicidio intelectual: sólo dejó una novela, un puñado de cuentos y algunas crónicas. Pero ella se salió de su época porque hubo un tiempo en que en Centroamérica imperaba la literatura vernácula, regionalista, un poco pintoresca, centrada en el campesino y el indígena; pero ella, en su momento, hace una propuesta de modernidad, totalmente diferente a la tendencia de su tiempo, y eso también concita mucho rencor de los otros escritores. Incluso llegaron a decir, a modo de burla, que como ella leía a Proust, tenía "proustitis".

—¿Y quién ha sido para usted su modelo como escritor?

—Empecé como cuentista y leía mucho a Chéjov o Maupassant. Pero luego descubrí mi vocación de novelista y en ese campo mis referentes han sido Pérez Galdós o Clarín. Me gusta la novela del siglo XIX: en muchos momentos me he considerado un escritor decimonónico, porque veo la novela como se veía entonces, como un conglomerado de descubrimientos. El escritor del XIX no se reservaba nada, quería enseñárselo todo al lector y yo creo que uno, como escritor, está obligado a describir lugares, situaciones y emociones. Por eso me considero un escritor realista pero no desde la perspectiva del realismo social, porque no considero que la literatura tenga que ser un vehículo de instrucción política o de educación ideológica.

—Escritor decimonónico, ¡pero con Facebook y Twitter!

—¡Es muy útil! Tengo mi página web desde hace quince años, estoy en las redes sociales y ésta es la manera que tengo de acercarme a los lectores, de comunicarme con ellos.

—¿Hacia dónde cree que está evolucionando la literatura, con el libro electrónico y demás avances?

—La literatura sigue siendo un asunto de lenguaje: uno va a leer, en una pizarra electrónica, en una pantalla de ordenador o en el soporte que sea. Quizá pueda llegar a haber un chip que uno tenga en las neuronas para que lea directamente en el cerebro, quién sabe. Pero la literatura como tal no va a dejar de existir y la lectura tampoco. Es cierto que ésta pasa por crisis, pero los libros no han dejado de venderse. Podríamos entrar a discutir qué es lo que lee la gente, si la literatura ha perdido calidad o no, pero ésa es otra cuestión.

—Me llamó la atención descubrir que La fugitiva la había escrito "con el respaldo de una beca de la John Simon Guggenheim Memorial Foundation", como usted mismo escribe en las primeras páginas del libro. ¿Cree que hay suficientes becas y estímulos para quienes quieren ser escritores?

—Para los jóvenes hay más oportunidades que nunca: si uno suma la cantidad de premios literarios que hay en España —y esto lo hacía con mucha gracia Roberto Bolaño, que decía que se apuntaba a todos—, se da cuenta de que hay muchas más oportunidades ahora de las que había en mi época. Lo de la beca Guggenheim es como una medalla: supone un honor recibirla y por eso quería consignarlo en el libro.

Publicado en Diariocrítico.

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