Foto: MT Slanzi
Empecé a leer a Pàmies por consejo de mi amigo Germán San Nicasio. Y pensé que si el autor de La cárcel de Jackson Pollock y Diario de un escritor delgado (Ed. Eutelequia), con tan buen gusto como para ser fan absoluto de Delibes —y otros mitos de la literatura—, me lo recomendaba, no podía dejar de devorarlo. Así que corrí a la búsqueda de Si te comes un limón sin hacer muecas (Ed. Anagrama) y no tuve que hacer ningún esfuerzo para leer los relatos del tirón. Y me quedé con mono al final. Con el subidón de haber leído algo verdaderamente bueno y con el nervio de no querer que se acabase.
Lo mismo me ha sucedido con La bicicleta estática (Ed. Anagrama), el nuevo libro de relatos de Sergi Pàmies, en el que, una vez más, lo cotidiano deja de ser lo de menos y se convierte en un leitmotiv que trasciende la cotidianidad para convertirse en categoría de delicatessen.
Dicen que es el libro más autobiográfico del escritor catalán. Desamor, problemas con la comida, problemas con los hijos, incluso conflictos de personalidad... ¿ha sufrido todo esto Sergi Pàmies? "El lado autobiográfico no viene dado, por suerte, por todos esos sufrimientos —responde—, sino por algunos episodios explícitamente vividos: infancia, paisaje familiar, identidades superpuesta, pérdida de seres queridos".
Foto: Lisbeth Salas
—El primer relato lo protagoniza un hombre "duplicado" por la vida 2.0. ¿Cree que las redes sociales son una forma de alienación?
—Mal utilizadas, pueden ser un multiplicador de inseguridades, vanidades y egolatrías. Y, a través de la adicción que generan, un camino al aislamiento más absoluto disfrazado de hipercomunicación compulsiva.
—Escribe: "Entre los muchos castigos que implica envejecer está comprobar que puedes despreciar durante años lo que más adelante acabarás haciendo con absoluta normalidad" (p. 25). ¿Qué cosas ha despreciado Pàmies durante años que ahora hace con total normalidad?
—Muchas. Es una de las contradicciones de la experiencia. Cuando no la tienes, opinas de una determinada manera sobre determinadas cosas. Cuando la tienes, te das cuenta de lo muy equivocado que estabas y lamentas que en aquel momento no tuvieras la experiencia para darte cuenta. Aunque, para consolarnos, siempre queda la posibilidad de considerarlo una consecuencia de la evolución.
—Uno de sus relatos versa sobre comida y dietas. Dígame, ¿son las dietas una forma de esclavitud moderna?
—Son una forma de esclavitud a secas. Puede que, en las últimas décadas, se haya multiplicado esta tendencia, debido al mayor conocimiento de la salud y al famoso culto al cuerpo. En mi caso, los episodios de esclavitud tienen que ver con intentos, casi siempre frustrados, de aspirar a niveles de salud probablemente utópicos y admito que, en ocasiones, generan grandes dosis de culpabilidad y angustia.
—"Los libros no son como los trenes, y los puedes perder para recuperarlos (o no) más adelante" (p. 69). ¿Qué libros ha recuperado Sergi Pàmies que nunca consiguió leer? ¿Y es cierta su "aversión" por El principito? (le confieso que nunca he sido capaz de terminar el Quijote).
—El cuento que trata sobre las dificultades para leer El principito habla del efecto intimidatorio de algunos clásicos, de cómo muchos lectores se sienten estúpidos al no lograr apreciar lo que la nomenclatura intelectual impone como mitos.
—Uno de los relatos más impactantes es "Ataraxia". ¿Se puede vivir sin nostalgia y sin esperanza, como el protagonista del relato? ¿Alguna vez ha preferido carecer de ellas?
—La mezcla de nostalgia y esperanza es letal. Especialmente de esa nostalgia setentera y ochentera, falsamente generacional, en la que incluso una serie televisiva tan ñoña como Verano azul puede ser motivo de regocijo viscoso-nostálgico. En cuanto a la esperanza, ha sido secuestrada desde hace siglos por las religiones, las ideologías y, recientemente, la autoayuda y sus crímenes organizados. Si existiera ese servicio en la sanidad pública, probablemente me plantearía seriamente utilizarlo.
—En el libro menciona a los toros bravos y, siendo usted catalán, con la que hay montada en Cataluña, me parece un gesto de cierta valentía... ¿o es que le gusta el debate?
—Creo que los menciono de pasada, como una comparación que me parece gráfica. No tiene que ver con la infinita capacidad de muchos países por generar debates cansinos.
—¿En la vida hay demasiadas "veces que pasan sin dejar rastro, como si jamás hubieran existido"?
—Por suerte, no me he dedicado a comprobarlo. Pero, en este cuento en concreto, sí que esa era la sensación que deseaba transmitir, no ya sumergiéndome en el océano de las oportunidades perdidas, sino de las oportunidades que ni siquiera llegan a nacer.
—Escribe que "buscamos en la realidad las historias que somos incapaces de inventar". ¿Cojea de inventiva? ¿Por eso le gusta escribir relatos sobre temas cotidianos?
—Se puede decir así. Soy un desastre para diagnosticar mis propias limitaciones o las causas que acaban motivándome a escribir. Sí que los temas cotidianos son mi fuente habitual de inspiración u observación porque, para bien o para mal, tampoco tengo una vida de aventurera, de excesos y adrenalina y sobrevivo en ese territorio semigris de los resignados buenos contribuyentes de clase media.
—En las distancias cortas... digo en los textos cortos, ¿es donde más a gusto se siente?
—No siempre, pero la brevedad literaria, representada especialmente por la poesía y los cuentos, siempre me ha interesado por lo que tiene de condensación, tensión y velocidad.
Publicado en Diariocrítico.
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