Fuimos a los toros en coche de caballos. O de mulas. Yo qué sé. Era pelín cutre.
El cochero -muy amable, eso sí- quiso protegernos del sol -inofensivo aquella tarde, por cierto- con una sombrilla de las de los helados agarrada no sé cómo al piso del ¿carruaje? El conjunto del amigo "boquerón" lo completaban unos pantalones "arremangados" que dejaban al aire una especie de cangrejeras, de lo más conjuntado con nuestros faralaes arrugados -confieso que mi vestido llevaba metido en una bolsa desde la Feria de Abril... así iba, claro-.
Pero, aunque la arruga es bella, la sombrilla no tanto. Le dijimos que queríamos ponernos morenas. A falta de playa...
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