La Esperanza lloraba, pero Marta no lo sabía. Las casas encaladas de Triana eran más negras que nunca, pero, ante los ojos inocentes de la chiquilla, el barrio marinero tenía tanto arte como siempre. El mismo duende, la misma magia.
–Venga, vámonos a ver al Cristo de las Tres Caídas.
Y, sin saberlo, enfiló su Via Crucis particular, en el que la cruz no era otra que un ex novio con puñales en la mirada y ansia de venganza en las entrañas.
Cornetas desgarradas tocaban a muerte ante la capilla de los Marineros. Pero nadie las escuchaba. Y mucho menos ella.
El Cristo de las Tres Caídas no quiso verla. No quiso, porque no tenía manera de avisarla de lo que sucedería después. No quiso verla salir por aquella puerta, después de postrarse ante sus pies, de pedirle lo de siempre y de quererle como nunca, porque el Señor sabía que, cuando Marta cruzase el umbral de la Esperanza, la de la guadaña se la llevaría disfrazada de chavalito adulador, celoso y malnacido.
Y allí, frente a frente con la muerte, el Cristo de las Tres Caídas, tan gitano y tan moreno, se quedó lívido de espanto, y notó cómo su cruz pesaba más que nunca, cómo le brotaba más y más sangre, cómo era tarea inútil levantarse. Y, a su lado, siempre a su lado, su Madre, la señora de la Esperanza, sentía hundirse más y más su puñal en el pecho, mientras le decía a su hijo: "Nunca más la veremos en esta capilla".
Y Marta cruzaba el puente y se alejaba de Triana. Y hasta la corriente le gritaba que se quedara, que no se fuera de allí, que no se marchase con él. Que se quedase para siempre al otro lado del río, mecida en el arrullo de las campanas de Santa Ana.
Pero Marta no la escuchó.
Marta sólo pensaba que era una pena no haber visto al Cristo de las Tres Caídas. Con lo lejos que estaba la Madrugá.
Lo que no sabía es que, sólo unas horas después, la Esperanza, hecha un mar de lágrimas, la tomaría en sus brazos y la dejaría para siempre contemplando el semblante moreno de su Hijo.
[Relato inspirado en la reconstrucción de la última tarde con vida de Marta del Castillo –de cuya desaparición se cumple hoy un año–, publicada en El Mundo].
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