Chapu Apaolaza |
La mitad más uno de los días me levanto preguntándome qué narices pinto yo en el periodismo. De qué sirve estrujarse las neuronas para poner palabras sobre el papel cuando poner juntas de culata a tiempo parcial sale mucho más rentable.
Y en ese cuarto y mitad de tiempo que no me pregunto nada porque no quiero deprimirme con la respuesta va mi amigo Chapu Apaolaza y me demuestra que a veces escribir bien merece la pena. Que hay días que valen décadas y que todavía hay teclas aladas que se coronan con laureles.
Chapu (o don Francisco ya, quizá) ha ganado el Premio de Periodismo Manuel Alcántara por un delicioso reportaje sobre el Café Gijón, realizado tras la muerte de uno de sus más insignes tertulianos, Manuel Alexandre. Se llama "Tertulia a sorbos" y en cada línea lo que dan ganas de sorber son los elixires de una prosa periodística de rompe y rasga, con raza y a la vez serena. Madura. Capaz. Solvente. Elegante. Y con sensibilidad a prueba de indolentes.
Chapu es un caballero. De la pluma y de la vida. Un señor. Y da gusto saber que eso sigue teniendo premio.
Claro que un día después de la alegría del amigo, la puta realidad vuelve a hacer que la profesión se reboce en el fango: manda huevos que hayan tenido que denunciar la oferta de esclavitud de una empresa no periodística para que el gremio de la tecla nos indignemos y proclamemos a los cuatro vientos (de Twitter) que #gratisnotrabajo.
Empiezo a temer que el pajarito haya cantado demasiado tarde.
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