Cuando llegué a la playa, en la arena sólo estaban ellos y un grupo de niños que parecían pertenecer a una escuela de surf. Hacía viento y el Atlántico estaba embravecido. Los niños calentaban, moviendo los brazos, arriba y abajo y en círculos, y ellos, ajenos a todo, a los niños, a la arena, al viento, a las olas y a mi mirada, se besaban.
Él parecía mayor. Tenía canas y un rostro curtido. Ella, en cambio, lucía joven. Quizá porque, a su lado, lo era. Tenía el cutis muy terso y unos ojos que sonreían tanto como sus labios. Eso me pareció de lejos.
Deja de mirar, me dije, te van a pillar. Y antes de preguntarme si eran novios furtivos o amantes declarados, saqué mi libro de la bolsa y seguí leyendo. La historia que tenía entre manos era lo que tocaba. Nada de leer romances en carne y hueso.
Ese libro no era otro que El viaje del elefante, de José Saramago. Me parecía lo más lógico: viajar a Portugal con su literato más destacado entre las manos. Y con un libro que fuera lo suficientemente corto y lo suficientemente largo como para poder leerlo en sólo cinco días. Y a ratos, que es el tiempo que uno tiene para leer cuando está de vacaciones.
Acerté. Primero, porque cumplí los plazos, y eso siempre da una sensación de gozo indescriptible. Segundo, porque es un libro entretenido y a la vez, reflexivo, en el que el Nobel portugués deja su huella filosófica al mismo tiempo que narra con maestría un viaje surrealista que –qué cosas– fue real: el trasiego de un elefante que en el siglo XVI fue conducido desde Lisboa hasta Viena.
Las dos primeras frases que pueden leerse en el libro son para enmarcarlas: primero, la dedicatoria a su esposa ("A Pilar, que no dejó que yo muriera"), que cobra aún más interés cuando Saramago ya no está; segundo, una sentencia correspondiente al Libro de los itinerarios: "Siempre acabamos llegando a donde nos esperan". A partir de ahí, todo un viaje literario en el que el elefante es sólo una excusa para descubrir la catadura moral de las personas y para reflexionar sobre temas recurrentes en la obra de Saramago, como la dignidad humana, las supercherías y la fe.
Ahora que se acercan mis vacaciones tranquilas, me apetece mucho últimamente leer sobre libros, así que me ha gustado tu entrada, aunque no he leído nada sobre ese autor y tampoco es que me llame la atención, pero aun así... muy interesante lo que escribes. ¡Gracias!
ResponderEliminarEstoy viendo muchos saramagos por las playas. No tantos como larsons o follets, lógicamente, pero con empuje. Bonito bañador ;)
ResponderEliminarCelia, muchas gracias. Saramago es un autor bastante especial. Si no te encuentras con ganas, te recomiendo que lo dejes para otro momento. Si quieres, puedo atreverme a recomendarte algún libro. ¿Qué te apetece leer?
ResponderEliminarPetrarca, es cierto, parece que la muerte pone de moda a los autores. Voy a tener que morirme para que me lean. Aunque, ahora que lo pienso, no he publicado nada...