Foto: Burladero.com
Mira que ayer me resistí a escribir sobre muertos. Sobre lápidas. Sobre flores. Sobre llantos y epitafios. Sobre tumbas sin nombre. Sobre entierros sin lágrimas. Pero la muerte es más lista que yo –bueno, eso no es difícil– y se me cuela en el timeline a golpe de cornadas en el alma.
Adrián Gómez ha muerto. Probablemente el nombre no les suene a los cientos de miles de lectores que siguen este blog –ja– y no son aficionados a los toros. Y probablemente a muchos que dicen ser aficionados tampoco les suene –o sí, porque las figuras le rindieron homenaje hace año y pico y, allá donde van las figuras, van los palmeros a dejarse ver–. A unos y otros les diré que Adrián Gómez, más que torero de plata postrado en silla de ruedas por esos malditos gajes del oficio, era un torero de la vida. Y en eso fue figurón.
Podría haberse ahogado en el rencor cuando aquella cornada le apartó de los ruedos de forma brutal y prematura. Podría haberse encerrado en sí mismo. Haber finiquitado aquel toro traicionero con el más infame de los bajonazos. Quitárselo de enmedio y cortar por lo sano. Pero no. Optó por luchar. Por tirar de bravura y crecerse. Por torear al natural a la mala suerte y conjurar el destino a golpe de trincherillas.
Pero la muerte es más lista. Se sabe todos los trucos, cuela sus pitones por el más mínimo resquicio y, en cuanto te descuidas, te asesta el último derrote.
Claro que siempre le quedarán las agallas. La torería. Eso se lleva en el alma y la muerte, por mucho que lo intente, jamás podrá llevárselo.
Vistalegre recibe a Adrián Gómez from Rosa Jiménez Cano on Vimeo.
Enhorabuena por el post. Hoy estamos todos con medio corazón aquí y el otro medio en aquella vuelta al ruedo en Vistalegre.
ResponderEliminarGracias, Pablo, aunque me habría gustado no escribirlo (qué hipócrita soy, ¿no?).
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