Hace unos días recibí un correo de una amiga. Me daba las gracias por haber estado ahí, por haberla ayudado a levantarse –cuando en realidad es ella quien siempre me ayuda a mí– y me enviaba este vídeo.
Por motivos que no vienen al caso, el vídeo en cuestión no he podido verlo hasta hoy. Ahora bien, me ha calado. Y mucho. Y por eso quiero compartirlo con vosotros.
Más allá de la emotividad y al margen de la lágrima fácil, este vídeo sirve de enseñanza para muy diversas asignaturas pendientes. La primera, que no tenemos derecho a lamentarnos por nuestros pequeños vaivenes cuando, justo delante de nuestras narices, se acumulan cientos de miles de ejemplos de personas que VERDADERAMENTE lo están pasando mal. Que tienen problemas auténticos. Que no pueden andar, que no pueden trabajar, que no pueden comer, que pasan frío, que no tienen una palabra de consuelo.
Y, más allá de la evidencia, nos enseña que en las carreras el auténtico vencedor no es quien llega el primero, sino quien se atreve a empeñar el oro y los laureles por tender su mano al que más lo necesita.
Esos son los amigos de verdad. Los que siempre están ahí. Los que no quieren llegar antes que tú, sino a tu lado. Los que te llevan de la mano, te prestan sus pies si cojeas, te regalan tu hombro si necesitas llorar y te abrigan con el manto de su amor si el alma te tirita.
Gracias a todos mis amigos de verdad. Y gracias también a los que no lo habéis sido, por enseñarme a distinguir lo auténtico de la burda imitación.
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