Estos días se ha hablado mucho de Lisboa. Melancólica, nostálgica y decadente, la capital portuguesa lleva en sus calles las lágrimas de un amor no correspondido, el ardor de una pasión que baila al compás del fado, la bruma de las primeras horas de la mañana, el sol picante de mediodía. El contraste. La fusión de opuestos. Y, por ende, la atracción.
Lisboa es para mí un reducto de amistad. Tres días para ser yo misma. Horas de luz y de viento. Luz para romper una penumbra que se empeña en anidar donde no debe. Viento para llevarse lo que no toca. Aunque despeine.
Lisboa es el otoño de la treintena. Caen las hojas, sí, pero es condición indispensable para que vuelva a nacer la vida.
Preciosa entrada, Noelia. De lo más evocadora. Un beso grande.
ResponderEliminarLas fotos son muy chulas...se nota que dominas la luz...
ResponderEliminarGracias. Si lo dice un profesional como tú...
ResponderEliminarGracias por el paseo jejeje, me sentí como si hubiese estado.
ResponderEliminarUn beso!!
Precioso Noelia!
ResponderEliminar¡Gracias, Lorena!
ResponderEliminarQue no había visto este post! Eres una artista. Mua
ResponderEliminarTú sí que eres una artista.
ResponderEliminarDebuto en Lisboa elpróximo domingo, tres días con mi chica y mis dos enanos. A la vuelta te cuento
ResponderEliminarTe encantará. No dejes de comer los Pasteles de Belem. Y de beber Gingina. ¡Mmmmmm!
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