lunes, enero 05, 2009
Noche de Reyes
Se subió a la banqueta del baño y, entre equilibrios imposibles, abrió el armario. Allí estaba el tesoro. Decenas de barras de labios, pulcramente ordenadas, en línea, ocupando un estante entero.
Miró hacia la puerta. Acababa de quedarse sola en casa –mamá había bajado a un recado y no tardaría mucho, pórtate bien, que enseguida vengo, le había dicho–, así que tenía que darse prisa.
Cogió un pintalabios. Al azar. Lo abrió y se quedó mirándolo, como extasiada. Como si en aquella barra de color rosado se ocultara un secreto mágico... un misterio que sólo podía descifrar la princesa que se atreviera a prender en sus labios tan maravilloso pigmento.
Dicho y hecho, hizo girar la barra sobre sí misma y, con una mezcla de miedo y emoción acelerando la respiración en su pecho, fue coloreando su boquita con un único trazo, poco firme, de aquel tono rosado. Primero el labio inferior. Muy bien, así. Después, el superior. Con forma de corazón, como mamá. Y como le habían enseñado a dibujar a las princesas en el cole. Así. Bien. Sí. Bien.
Sonrió. Claro. Ya lo sabía. Ya sabía por qué mamá era tan guapa. Por qué, hasta cuando se enfadaba, parecía que acababa de salir de un cuento. Por el pintalabios.
De pronto, oyó ruidos en la escalera. ¡No, mamá no podía llegar todavía! ¡Tenía que darle tiempo a guardar la barra! Y le puso la tapa, sin darse cuenta de que había que volver a hacer que girase sobre sí misma para recogerla, y claro, la barra se rompió, y los trozos cayeron en el lavabo, dejando salpicones de color rosado por toda la superficie de cerámica blanca.
Ruido de llaves en la cerradura.
Y la niña, inmóvil. Subida en la banqueta del baño. Con la barra de labios rota entre sus dedos regordetes. Y su boquita mal pintada, cómica, en rosa.
Alba, ya estoy en casa...
Y Alba, además de inmóvil, muda. Incapaz de articular palabra. Como una estatua de sal, en lo alto del taburete.
Oculta sólo por un silencio delator, Alba no necesitó ver cómo mamá abría la puerta para saber que acababa de quedarse sin roscón. Esperaba que, al menos, los Reyes fueran más benévolos. Al fin y al cabo, ella sólo quería ponerse guapa para ellos.
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Gracias, Bebita... y bienvenida, que no te había visto nunca por aquí. Espero que te quedes. Un besote.
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