Eugenia Rico. Foto: Valentina Figini |
Ya no es "la Virginia Woolf de la era Facebook". Ha descubierto que las fajas aprietan y, lo que es peor, estrujan e impiden ver la voluptuosidad de una manera de escribir que no está hecha para contenciones. A Eugenia Rico la faja promocional (con reproducción de una crítica que nunca existió) de El fin de la raza blanca (Ed. Páginas de Espuma) le ha costado una buena ristra de bofetadas. Nueva escenificación de la consigna eterna: leña del árbol caído. Más madera. Respuesta de Eugenia Rico: "Soy muy ingenua y siempre creo que todo el mundo es bueno". Y quizá por ingenuidad se creyó lo que escribía (y sobre todo lo que dejaba de escribir) Michiko Kakutani en The New York Times.
Más premiada y reconocida por sus novelas (Premio Azorín 2002 por La muerte blanca y Premio Ateneo de Sevilla 2006 por El otoño alemán), la Rico ha querido ahora volver al cuento: "Yo nunca he dejado de escribir cuentos. La escritura de relatos me ha acompañado toda mi vida, incluso puedo decir que los cuentos están más cerca de mí porque no los he escrito para publicarlos sino para buscar la verdad —explica la escritora asturiana—. Los cuentos mienten para decir la verdad. A nuestro lado la sociedad es una ficción y en la ficción está la verdadera realidad. Mis cuentos iluminan mis novelas. Son parte de un proyecto de obra literaria que tiene pasadizos entre sí y a veces túneles al final de los cuales espero que el lector encuentre luz y un mundo propio en el que pueda decidir sus propias reglas".
—¿Qué le aporta la narración corta que no le permite desarrollar la novela?
—El cuento es el territorio de la Epifanía tal y como la reveló Joyce en su relato "Los muertos": una revelación súbita de una verdad que la vida nos había escondido tras las apariencias.
—Cielo, Purgatorio e Infierno son las tres partes de El fin de la raza blanca. De nuevo tres elementos en su obra, como en la trilogía "Eros y Kafka". ¿Por qué esta afición por el tres?
—El tres es el número de la perfección y el de la narrativa. Según la Poética de Aristóteles: planteamiento, nudo y desenlace. En el Cielo mis personajes se buscan, en el Purgatorio se encuentran y en el Infierno se quitan las máscaras.
—Locura, pedofilia, asesinatos, maltrato... ¿El fin de la raza blanca es algo más que un título? ¿Asistimos al fin de nuestra sociedad como la conocemos?
—Es el fin de una era. Durante los últimos sesenta años en la Europa Occidental (ese lugar donde alguna vez existió una raza que nunca fue blanca) se vivió una prosperidad que la Humanidad no había conocido nunca antes. Al oeste del Muro de Berlín el miedo al comunismo extendió a un gran número de personas grandes conquistas sociales y las masas con un mayor nivel de vida instauraron niveles de consumo y bienestar material nunca soñados. Ahora con la caída del Muro parece no haber alternativa a un sistema que ya no es el capitalismo sino el financierismo y el dumping social, las hordas de los hambrientos parecen a punto de acabar con el Sueño Europeo. Y sólo la verdad y la imaginación, un cambio de modelo hacia un desarrollo sostenible impedirán "el fin de la raza blanca". El mundo tal y como lo conocimos en el siglo XX ha dejado de existir pero nuestra sociedad no se destruye, sólo se transforma. Ahora la generación mejor preparada de la historia se enfrenta a la posibilidad cierta de que ya no vivirá mejor que sus padres. El fin de la raza blanca cuenta ese mundo en perpetuo cambio donde los malos tratan de ganar siempre.
—Es la primera novelista española que consigue ser "Escritora en Residencia" en el International Writing Program de la Universidad de Iowa. ¿Qué ha aprendido allí?
—Vivir al lado de la casa de Kurt Vonnegut, asistir al taller de James McPherson en el mismo edificio donde Carver escribió sus primeros cuentos, leer en "Prairie Lights" donde leyó tantas veces Flannery O'Connor. Fui invitada al mismo programa al que invitaron a Orhan Pamuk, algo así hay que asumirlo con muchísima humildad, pero quizá el haber vivido esa experiencia en ese Harvard de los grandes escritores americanos que fueron, todos y cada uno, grandes cuentistas es lo que me ha impulsado a sacar ahora un libro de cuentos.
—Pero, ¿a escribir se aprende o uno es escritor y se va puliendo?
—El escritor nace porque todos los escritores nacieron, pero el arte de escribir se puede aprender y se debe aprender. Leer es la mejor manera de hacerlo aunque los talleres tienen un papel similar al de los salones literarios del pasado. Estimulan y difunden las nuevas corrientes literarias.
—Abre el libro con una cita de Isak Dinesen. ¿Cuáles son los autores que más le han influido?
—Karen Blixen fue una gran cuentista, pero en el cuento creo en la Guerra Fría: los rusos con Chejov a la cabeza y los americanos: Poe, Cheever, Alice Munro y por supuesto Cortázar y Borges, pero más Cortázar que Borges.
—"Sabido es que los jóvenes siempre quieren ser poetas: se hacen mayores cuando no lo consiguen" (p. 27), escribe. Según esta cita, ¿se considera usted joven o mayor?
—Yo escribo poesía para que se publique después de mi muerte, como soy conocida como novelista y narradora supongo que para la literatura tengo ya varios siglos.
—"Las mujeres débiles les molestan más que las moscas y la bondad, señora, para los malos es sólo debilidad" (p. 83). ¿Ha tenido que ponerse muchas veces la careta de chica dura?
—Yo defiendo que hay que ser lo que en Estados Unidos se llama un "perdedor" y en España "un buen hombre". Defiendo la bondad como forma de inteligencia y la maldad como forma de torpeza o de locura. Tengo un libro inédito que se titula Siempre ganan los malos pero los malos ganan a corto plazo. La cultura del "todo vale" de los 80 nos ha conducido a la situación actual. La revolución hipster reivindica la bondad y la vuelta a una vida más sencilla. No soy una chica dura, aunque a veces me gustaría serlo.
—Para completar "Los Cuatro Elementos", que inició con El otoño alemán (Agua) y Aunque seamos malditas (Fuego) le quedan Tierra y Aire. ¿Para cuándo?
—La literatura no es una ciencia exacta. Lo importante no es producir deprisa ni seguir al mercado sino esperar a ser el mejor escritor que puedes ser. Eso lleva su tiempo. En mi caso, mucho tiempo.
—¿Escribir mejor es vender más?
—Bueno, si uno piensa que Melville dejó de escribir porque apenas vendió unos centenares de ejemplares de Moby Dick, creo que debemos llenarnos de humildad. Cuando Valle-Inclán vendía trescientos ejemplares, en los quioscos de una España casi analfabeta Rafael Pérez y Pérez vendía cientos de miles. En aquel tiempo Valle-Inclán no tenía que competir en la librería con títulos que poco o nada tienen de literarios. Hoy en día nadie recuerda a Rafael Pérez y Pérez y Valle-Inclán se sigue leyendo. Creo que esta es una buena respuesta.
—Eugenia, ¿en qué es usted rica?
—En el amor de mi hija y de la gente a la quiero, en las palabras que todavía no he dicho, en los libros que aún no he escrito, en todo lo que no ha sido nunca y por lo tanto, en cualquier momento, podría hacerse realidad.
[Publicado en Ojos de Papel]
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