Creo que Sigfrido va a librarme de mi condena, y vuelo, y sigo volando, y le digo a las mías que no teman, que el príncipe va a rescatarnos, como en los cuentos, sólo que esta vez de verdad.
Pero, ingenua de mí, olvido que entre sueño y sueño siempre acecha, agazapado, el mago Rothbart de turno, al que esta vez no se le ha ocurrido una idea mejor que tratar de engañar a Sigfrido con una burda copia de mí misma, de su cisne, un sucedáneo de Odette que dice llamarse Odile.
"No", pienso, "no le engañará. ¿Cómo un hombre enamorado podría confundir la cara de su princesa? ¿Cómo dejar de notar la radical diferencia entre un cisne como yo, dulce y elegante, y un pavo real, despiadadamente presumido y déspota?".
Pero, ¡ay!, una de dos: o Rothbart es más listo de lo que parece o Sigfrido es mucho más tonto de lo que yo pensaba. O quizá no me quería. O no lo suficiente. Porque ni cisne, ni pavo, ni pato, ni alga, ni nada. Odile me ha suplantado y Sigfrido no se ha enterado.
Y ahora... ¿ahora qué? ¿Cómo decirle a las chicas que tenemos que seguir esperando? ¿Que habrá que nadar, nadar y seguir nadando, porque de nuevo un hombre nos ha fallado? Chicas, cisnes, que da igual que los hombres sean príncipes y vayan vestidos de azul. Siempre habrá una Odile que les pervierta. Y si de su amor sincero depende que dejemos de ser cisnes para convertirnos en mujeres... si de eso depende... veréis, prefiero seguir nadando. Total, la ropa la guardé hace tiempo.
***
Reconozco, no sin cierto rubor, mi escaso conocimiento del ballet clásico. Pero, aunque no sepa pronunciar el nombre de Tchaikovsky, ayer me emocionó -y mucho- El Lago de los Cisnes que representa el Ballet Clásico de Moscú. Lo mejor, sin duda, la actuación de una magistral Ekaterina Maksimova, esbelta y frágil si es Odette; pérfida, fría y dura en la piel de Odile.
Un lujo para los sentidos.
A tiempo están: el telón se baja el domingo.
No pierdas la credibilidad (y la esperanza) en ese segmento del género humano que somos los hombres.
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