jueves, febrero 11, 2010
El virtuoso que no quiso ser suicida
No me imagino cómo debe de quedársele a uno el cuerpo cuando tu padre te dice que te suicides. Que no vales lo suficiente. Que te quites del medio. Que estás mejor muerto. Y todo por llegar tarde a un ensayo de piano.
Lang Lang lo cuenta en Journey of a Thousand Miles, su autobiografía. Yo me entero buscando vídeos suyos. Porque llevo varias semanas queriendo escribir del pianista chino que ha revolucionado el mundo de la música clásica con sólo 27 años -bueno, ya la revolucionó a los 13, cuando interpretó un concierto de Chopin que dejó el personal con la boca abierta... y transformó los ojos rasgados de sus paisanos en auténticos platos soperos-, pero al final siempre lo pospongo.
Debería haberle dado a la tecla nada más terminar el concierto que ofreció junto a su compatriota, el compositor Tan Dun, en el Auditorio Nacional. Fue un auténtico ejercicio de innovación: ellos, junto a la Orquesta Nacional de España, consiguieron que piano, violines, clarinetes o saxofones sonasen como auténticos instrumentos típicos orientales. Y se me antoja tarea complicada, sobre todo cuando -al menos para profanos como yo- parece que en la música clásica estuviera todo inventado (aunque he de reconocer que me quedo con los clásicos de verdad, tipo Liszt o Chopin).
Pero al lío. Resulta que la historia de Lang Lang no sólo llama la atención por la cantidad de ceros que debe de facturar cada año, ni porque sus discos sean auténticos éxitos de ventas, ni porque Adidas o Audi se mueran por sus huesos. Llama la atención porque todo eso es la primera meta volante de una incipiente carrera que comenzó con los desmanes de un padre exigente en exceso. Ah, y en una familia humilde. Vaya, que la historia tiene todos los elementos clásicos del culebrón.
Quizá por eso su autobiografía se convierta en un best seller. Por sus trazas de novela. Porque nos gusta ver que la realidad supera a la ficción. Y que en la vida cotidiana hay Cenicientos que se casan con el príncipe. Aunque el príncipe sea un piano.
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ei, sin duda, una gran historia, para que veas que las cosas pueden acabar bien, siempre que uno tenga ganas, vocación, algo de suerte, y "determinación".
ResponderEliminarGracias, corazón... Un gran ejemplo a seguir, sin duda.
ResponderEliminarNo quiero ir de resabiao, pero este tipo es puro marketing. Suele tocar todo de forma desquiciada. Su fraseo está falta de hondura, su tempo interior discurre a expensa de su excitación. Digamos que tiene buenas formas pero un fondo muy pobre. Lo he escuchado bastante -bueno, tampoco es eso-, lo suficiente para saber que nos encontramos ante un pianista del montón. Ojo, que ya quisiera tocar yo el violoncello como este tipo toca el piano.
ResponderEliminarEn su biografía no me meto.
Si quieres disfrutar con la música de F. Lizt, te recomiendo a Claudio Arrau, o a Vladimir Horowitz.
Un saludo
Bate: gracias por la recomendación. Yo no soy ninguna entendida en música, la verdad,... pero Lang Lang me gustó.
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