El día después no llega con resaca. Lo lamento, pero no me emborraché. Bebí del elixir del arte, sí, caté sorbitos de duende y alegré el paladar con gotitas de prestancia y remembranzas de sueños, pero emborracharme, lo que se dice emborracharme de toreo, no me emborraché.
Reapareció Morante y concitó a sus incondicionales en Vistalegre. Y hasta le tocaron palmas por bulerías, e incluso pareció que el cemento armado quería crugir, acunado en la dulce cadencia sublime de una verónica onírica. Pero claro, a servidora, El Pana le cortó el rollo. Desde el principio. Con ese ¿traje? de ¿luces? inclasificable, con aires de pijama; con sus andares pesados; con su toreo ¿peculiar? -sí, dejémoslo en peculiar-. Uff.
Espero con avidez las fotos de Paloma. La de ayer fue la primera de una -espero- extensa nómina de tardes a dúo, mano a mano, o pluma a objetivo, con el objetivo común de contar la magia del toreo.
Ayer se sumó al equipo Conchita. Con sus comentarios lo bordó. Qué tía, oyes.
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