domingo, julio 11, 2010

La democratización de la escultura

Perpetuarnos. Ser eternos. Que alguien hable de nosotros cuando hayamos muerto. Y que todos nos tengan presentes mientras estemos vivos. Quizá no nos hayamos parado a pensarlo, pero la vida es así: no nos gusta estar de paso y buscamos la eternidad como buenamente podemos.

Por eso los ricos de antaño se hacían inmortalizar por los grandes artistas del momento en esculturas o lienzos, que ahora pueblan museos, palacios o majestuosas plazas. Sabían que, de ese modo, cientos, miles de años incluso después de que ellos estuvieran bajo tierra, su imagen seguiría estando ahí. Y, además, sin arrugas. Joven y esbelta. Porque para eso estaba el artista, para sacar lo mejor de uno, aunque lo mejor no existiera y hubiera que inventarlo. El arte sirve para eso y para mucho más. Cuestión de imaginación y de duende.


Las fotos cumplen esa función, pero no del todo: nuestra supervivencia depende de un clic y de un botón llamado "Borrar" que hace que desaparezcamos de la faz de la tarjeta de memoria en cuestión de segundos.

La clave está en buscar algo más duradero, ahora que nada dura demasiado. Ni siquiera una foto en papel, porque no tenemos dónde meterla. Y claro, contratar a Miguel Ángel para hacernos nacer en mármol es del todo imposible. Entre otras cosas, porque vaya usted a saber dónde dio con sus huesos el genio.

Es más fácil, mucho más fácil que todo eso. Es cuestión de ir a un estudio fotográfico –a uno muy concreto, porque no existe más que éste en todo el mundo, al menos de momento–, dejarse escanear por cuatro cámaras que emiten unas luces psicodélicas... y que los ordenadores, los diseñadores y una impresora de última tecnología hagan el resto. Dos semanas y... voilà, nuestra figura sale de la pantalla para convertirse en un "miniyo" con todos nuestros detalles, a todo color, que podemos tocar, acariciar y sentir, porque es como nosotros, en tres dimensiones.

El secreto se llama Three Dee-You, y no es más que la aplicación de técnicas que ya empleaban los efectos especiales cinematográficos a una escala que todo el mundo pueda pagar. Los resultados no se han hecho esperar: la tienda está llena a todas horas y el público no ve el momento de cerrar la boca y sustraerse al efecto sorpresa que le produce verse y tocarse al otro lado del espejo y del papel.

Es la democratización de la escultura. La opción de inmortalizarse al alcance de cualquier bolsillo que tenga a mano entre 50 y 200 euros.

¿Por qué tener una figurita de Lladró en el aparador cuando podemos contemplarnos a nosotros mismos?


c/ Fuencarral, 65 (Madrid)
Tel.: 91 532 92 13

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por contribuir a este blog con tus comentarios... pero te agradezco aún más que te identifiques.

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...