Lo cuento o no. Lo digo o no. Y si lo digo, cómo lo digo. Hasta dónde cuento. Qué me callo. Y por qué tendría que callármelo.
Me lo pregunto al calor del debate sobre el "efecto llamada" que generan las informaciones sobre violencia de género. Miguel Lorente, delegado del Gobierno para la cuestión, nos contaba ayer en "El Sexto Grado" de laSexta Noticias que el 70 por ciento de los asesinatos por violencia machista suceden en los tres días siguientes a que se difunda uno previo. Y que suele reproducirse el modus operandi. Y se pregunta si ante esta situación no cabe pensar en que una reducción de las noticias sobre el particular no redundaría en una disminución de los asesinatos.
Yo no lo tengo claro. No soy experta en la materia -ni forense, ni psicóloga, ni ná de ná-, pero me he cruzado alguna que otra vez al pitón contrario de la violencia machista y, al menos en mi caso, la certeza de tantas mujeres muertas, arrojadas una tras otra como un amasijo de cifras, mas sentidas como una llaga purulenta en un alma a medio consumir, han supuesto un motivo para zarandear a quien vive bajo ese yugo y darle fuerzas para trepar por la pared de un callejón con una salida demasiado endemoniada.
Es verdad que transmitir el lado positivo de la historia -cuando lo hay- tiene más y mejor efecto. Contar en positivo es como contar dos veces. Pero contar, sin más, es una manera de denunciar, y una razón para que quienes sufren griten y busquen solución a su dolor.
[P.D.: Hay miles de maneras de ayudar a quienes sufren la violencia machista. La primera, animar a utilizar el 016, un teléfono de ayuda gratuito que no deja rastro en la factura telefónica. Otra, educar en valores. Enseñar a los pequeños la importancia de la igualdad y el respeto a la diferencia, para evitar que la sociedad siga engendrando nuevos maltratadores. Es lo que hace la Fundación José Tomás y por eso voy a donar a ese proyecto los derechos de autor de Tinta y oro].
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