Foto: Web oficial de Walter Riso.
Pocas veces un libro de autoayuda me sugiere una entrevista literaria. Demasiadas prescripciones predecibles. Pocas frases para recordar.
Pero nadie quiere morir de amor. Y que levante la mano quien no ha muerto y ha tenido que resucitar, como buenamente ha podido. Por eso el nuevo libro de Walter Riso, Manual para no morir de amor (Ed. Zenith), me ha picado la curiosidad.
Se lee rápido y con facilidad. Todo se basa en «Diez principios de supervivencia afectiva» que, asegura el psicólogo italo-argentino —residente en Barcelona—, bien aplicados, nos permiten conjurar el peligro de sufrir mal de amores. Y una no puede evitar preguntarse si este doctor ha tomado de su propia medicina: «He sufrido poco por amor. En mi adolescencia, quizá una vez o dos, pero he tratado de aplicar lo que yo mismo recomiendo en mi libro y no me ha ido mal. Nunca se puede cantar victoria, pero no creo que, estando cerca de los sesenta años y con una esposa formidable, vaya a sufrir por amor ahora».
—Más que «para no morir», su libro da muchas claves para «resucitar» del desamor.
—«Manual para no morir de amor» es una manera de llamar la atención. ¿Resucitar? Sí, en cierto modo las diez grandes claves que doy también sirven para resucitar del desamor. Hay personas que sufren demasiado y pierden su propia esencia del ser; por eso necesitan pasar por cuidados intensivos. Mi libro, en ese sentido, está encaminado hacia una actitud preventiva y de promoción de la salud: es preciso distinguir entre el amor bueno y el malo, el amor sano y el enfermo. Para ello tengo la experiencia de treinta años de profesión, en los que me he basado para extraer esos diez principios que generan cierta inmunidad a sufrir por amor.
—¿Es mejor morir de amor que vivir sin amor?
—Personalmente, prefiero vivir sin amor. Morir de amor es un costo demasiado grande. Lo que sucede es que vivir sin amor es muy difícil, porque tarde o temprano toca a tu puerta. La gente que decide no amar —que sufre de alexitimia— tiene ciertas características de personalidad esquizoide: no sienten odio (que en el fondo es otro modo de atracción), sino indiferencia. En cualquier caso, es mejor estar a veces solo por decisión que vivir en relaciones enfermizas, aquellas en las que te implicas tanto que pierdes tu razón de ser.
—Uno de los conceptos más curiosos de su libro es el «efecto spa» de los amantes. ¿Acaso es mejor un amante que un marido?
—No: es mejor un buen marido que un buen amante. Si una relación de pareja es buena, resulta difícil tener un amante, porque éste no deja de ser una sucursal afectiva. Y cuando uno entra en ese juego, de algún modo se está engañando: primero debería resolver lo que tiene en casa y pensar: «¿Estoy con la persona adecuada?». El problema es que con un amante descubres, sólo durante algunas horas a la semana, cosas impactantes que después quieres disfrutar en todo momento. Pero eso no puede ser. La vida de pareja no es un spa, ciertamente, pero tiene la belleza de ofrecer de todo un poco.
—Otro de los amores destructivos que menciona en su libro es el «amor por contraste» o «compensación negativa»: igualarse al otro, que quizá esté en un plano inferior en lo cultural, en la educación, etc., bajándose uno mismo su propio listón, quitándose méritos. ¿Puede ser esto el principio de episodios de maltrato psicológico?
—Resulta muy impactante descubrir este tipo de amor. Sucede cuando el bienestar del otro te preocupa tanto que deja de importarte tu propio estado. Y en ese proceso puedes llegar a pensar que dejarte vapulear por el otro es un acto de amor.
—Uno de sus consejos es no idealizar al ser amado. Pero, en plena pasión, en el momento álgido del enamoramiento, ¿es eso posible?
—Hay idealizaciones que resultan normales: al principio nos dejamos llevar por la coquetería, por la conquista... Somos buenos mentirosos, pero estamos ante mentiras aceptables. Donde no debemos llegar es a la idolatría, a santificar a la pareja y agradecerle que esté contigo. Hay parejas que cada vez idealizan más al otro y éste termina creyéndose el príncipe del cuento. La clave del triunfo amoroso es: «Te amo y me amo».
—Escribe usted que «El amor no tiene edad, pero los enamorados sí». ¿Dónde quedan estas relaciones, cada vez más de moda, en las que los miembros de la pareja se llevan más de veinte años? Porque además ustedes los hombres no salen bien parados: les encanta emparejarse con jovencitas.
—Bueno, las mujeres también se emparejan con jovencitos. Ahí tiene los casos de Madonna o Demi Moore. Suele suceder con mujeres ricas y famosas. Una diferencia de hasta cinco años es normal. A partir de ahí, es necesario que haya unas habilidades especiales en la relación de pareja, que los componentes no confíen solamente en el amor, sino que entre ellos haya admiración, una vocación común, proyectos comunes... incluso una preparación para cuidar al otro. Y hay una realidad que no podemos pasar por alto: las mujeres cada vez buscan los hombres más jóvenes porque está demostrado que nosotros morimos antes y no quieren quedarse viudas.
—Doctor, confiese: ¿qué harían ustedes los psicólogos sin «muertos de amor»?
—Tendríamos un 40% menos de pacientes, pero sobreviviríamos. El desamor es para nosotros un verdadero dolor de cabeza, porque se ha convertido en una epidemia, un problema de salud pública. Los psicólogos nos enfrentamos al reto de curar nuevas adicciones, como el amor, la belleza, Internet... Son enfermedades de la posmodernidad y tenemos que ponernos las pilas para tratarlas. Creo que la clave está en llegar al campo de la educación, enseñar a amar de forma sana.
Publicado en Diariocrítico.
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