El resto se veía venir: entró Cayetano por la puerta de Casa Juaneca y, de repente, todas las cabezas -especialmente las de la cuota femenina del evento, todo hay que decirlo-, se giraron a un tiempo -alguna hasta correr el peligro inminente de descoyuntarse- para verle hacer el paseíllo.
Cayetano, tímido que es el chico, avanzaba entre la multitud al amparo de Curro Vázquez -Curro de mi alma, que no me reconoció, con todo lo que le he dado la lata en estos últimos años-, que ejercía, más que de maestro, de profeta, al estilo de Moisés mientras surcaba las aguas del Mar Rojo, con medio mar a su derecha y el otro medio a su izquierda.
Y claro, fue contemplar la efigie de Cayetano -y su figura apolínea, que diría el director de arte de Bulevar 21 en "Yo soy Bea"- y quitárseme todos los males. Que una le ve venir, aunque sea de lejos, y oye, se le olvida que olvidó tomarse el Lexatin, que la báscula casi se rompe por la mañana, que ha tenido que ponerse un modelo premamá para restar protagonismo al michelín de turno y que se ha dejado puestas, por descuido, las gafas nuevas, con las que, dicho sea de paso, no parece conocerme ni la madre que me parió-.
Es el segundo año que Manuel Durán me alegra el día vía Cayetano, porque, por segunda vez, Cayetano recogió el capote de paseo que le distingue como Mejor Novillero con Picadores de la Feria de San Sebastián de los Reyes para la Peña Los Olivares -dirigida con esmero por otro Cayetano, esta vez Muñoz en lugar de Rivera-.
Del estreno tengo testimonio gráfico gracias a Alberto Simón:
Del segundo me quedo con las ganas por las prisas que nos entraron a Paloma y una servidora por recoger los abrigos y el lío que organizaron en el ropero con los visones -si es que no hay nada como los chaquetones de paño, oiga-.
Con quien sí hubo foto fue con Luis Corrales, que, en nombre de la Plataforma para la Defensa de la Fiesta, recogió el Trofeo Julio Robles. Israel Vicente se hacía el remolón -no sé si por no ponerse a mi lado... porque dice que últimamente estoy de lo más deprimente en estas humildes entradas devezencuandarias-, pero al final picó. Y somos tan sttupendos, que hasta los espíritus quieren posar con nosotros, momento inenarrable que retrata Miguel Ángel Castander.
Me estoy enrollando y no me va a dar tiempo a pintarme el ojo antes de la salida sabatina de rigor, así que al resto de amigos los nombro a vuelapluma -ellos bien saben que, con letras o sin ellas, el cariño es el mismo: mucho-, desde Olga Adeva y César de la Serna hasta Manuel Revelles -escultor de los trofeos- y su esposa Carmen, elegante ganadera donde las haya, pasando por Julián Agulla y su más fiel "escudera", Mari, o el fenómeno de Pedro Giraldo.
No me crucifiquéis si a alguien me dejo: recordad que estamos en Navidad, no en Semana Santa. Aunque un pellizquito de pasión no estaría nada mal...
Por lo menos iba limpito amiga... Cayetano, digo.
ResponderEliminarCayetano es muy guapo, sí, hasta yo lo veo que soy tío y poco dado a enamorarme de hombres. Pero esa superprotección taurina que disfruta es el mayor de los cachondeos del siglo. Ah, y aténganse a las consecuencias los periodistas que intenten "criticarle" en determinados medios.
ResponderEliminarSí que iba limpito, sí -aunque creo que en una revista del cuore sale con los pies al aire y no son precisamente para fetichistas-.
ResponderEliminarY también comparto el comentario del niño burbuja acerca de la superprotección taurina... Ha pegado algún que otro petardo y apenas ha sonado. Las sordinas están al quite para quien puede permitírselas.